Entre mis socios izquierdistas había algunos árabes. Uno, Saleh, era un inmigrante argelino que trabajaba como vigilante nocturno. Otro, Cherif, era de origen marroquí pero había nacido en Francia. Estudiaba en Tolbiac, un importante campus universitario. Me llevaron en metro a los suburbios de Aubervilliers, al norte, donde me quedé con ellos en un viejo edificio de apartamentos. Se me dio una llave para que pudiera entrar y salir por mi cuenta.
Hace más de 20 años que no soy izquierdista, y los jóvenes que conocí entonces deben de ser ahora de mediana edad, como yo. No he tenido contacto con ellos, y por tanto no tengo idea de su evolución política, aunque hace una década me contaron que Saleh había sufrido una crisis nerviosa y estaba internado. En la época en que los conocí eran terminantemente antiislamistas, y hasta estaban comprometidos con la publicación de literatura en árabe agresivamente secular. Yo ya sabía francés, y había realizado numerosas traducciones de textos literarios e ideológicos al inglés, pero así fue mi acceso a lo que entonces era la Meca de la izquierda global: llegué a conocer París, la famosa ciudad de la revolución, de abajo arriba, en Aubervilliers, que ya por entonces era norteafricano en un 60%.
Entré y salí de París repetidamente, volviendo al apartamento de Aubervilliers. Conservaba la pesada llave de acero, que mantuve en el llavero a mi vuelta a San Francisco, como símbolo de otra vida, otro lugar en el que me sentía en casa. Con el tiempo devolví la llave y abandoné el movimiento, pero ciertas lecciones que aprendí en Aubervilliers continuaron conmigo y siguen vivas hoy, mientras el oscurantismo de la ideología comunista ha desaparecido en gran medida de mi horizonte mental.
Incluso hace 26 años era obvio que Francia y sus comunidades del norte de África estaban peligrosamente polarizadas. El resultado de esa contradicción es hoy visible en los disturbios que han convulsionado la región de París, y durante el último fin de semana Aubervilliers aparecía como un punto trágico en los medios globales. El suburbio es parte histórica de lo que una vez se conoció como "el cinturón rojo", centrado en la región de Seine-Saint-Denis, junto con otros lugares afectados por los disturbios, como Clichy-sous-Bois o Vitry-sur-Seine.
La citada denominación procede del largo mandato municipal de los estalinistas duros del Partido Comunista Francés. Fueron centros de la industria ligera. Por la mañana temprano, yo abandonaba el apartamento e iba a un pequeño y desvencijado bistró, donde obreros franceses nativos tomaban su primera copa de alcohol y tazas de café cargado, fumando Gauloises y Gitanes, mientras esperaban el cambio de turno. Los árabes no frecuentaban tales cafés y no trabajaban en las plantas locales.
El difunto estalinismo del "cinturón rojo" quedaba subrayado por los nombres de calles, de las estaciones de metro y de las plazas, que incluían Stalingrado, Lenin y recuerdos similares del bolchevismo. Pero llegué a conocer los secretos más desagradables viviendo entre los jóvenes norteafricanos. El Frente Nacional neofascista y antiinmigrante de Jean-Marie Le Pen había comenzado a recoger votos de trabajadores descontentos que habían apoyado durante mucho tiempo a los estalinistas. Éstos respondieron intentando superar a Le Pen y a sus seguidores radicales a la hora de atacar a los inmigrantes. En 1980 unos cuantos sufrimos un tremendo shock cuando el alcalde comunista de Vitry-sur-Seine, Paul Mercieca, con el respaldo del principal jefe comunista, George Marchais, y del todopoderoso Comité Central, ordenó que un bulldozer echara abajo un edificio en el que residían 300 trabajadores inmigrantes de Mali.
Como comunista antiestalinista, ya me disgustaba intensamente Marchais. Al igual que la mayor parte de los franceses, estaba al tanto de que había sido trabajador voluntario de los nazis, y de que sólo se había unido a los comunistas tras la Segunda Guerra Mundial. Marchais jugaba a algo que yo llamaba, y aún llamo, "rictus político": una mueca permanente que creía, y todavía creo, era un rasgo psicológico involuntario que reflejaba la necesidad de ocultar intenciones profundamente malévolas.
Observando la brecha entre los franceses y sus vecinos de origen norteafricano aprendí otra verdad preocupante: que los segundos tenían un miedo atroz a la policía parisina. Yo tenía más dinero que mis camaradas, y un viernes por la noche invité a todos a ir al maravilloso distrito urbano de Saint-Michel, con sus glamurosos cafés, sus librerías y montones de chicas atractivas. Saleh y Cherif rehusaron. Dijeron que no estaban seguros en Saint-Michel las noches de los fines de semana, incluso aunque los dos tenían los papeles y eran absolutamente respetables en sus modales y vestimenta, sin tener en cuenta su radicalismo político. Me dijeron que, hasta con los papeles en orden, los norteafricanos residentes en París podían ser detenidos por la policía sin ningún pretexto, apaleados y hasta asesinados.
Aubervilliers, Clichy, Vitry eran y son guetos, y ahora están en llamas. Francia tiene que afrontar la realidad de su pésimo historial con las minorías de diversas clases, pero especialmente con los árabes del norte de África, a los que nunca se ha perdonado la paliza que los argelinos dieron a Francia a finales de los años 50, como recuerda el drama La batalla de Argel. Cuán lejos parece todo hoy: en 1965 llevaba a mis novias del instituto a ver la película de Gillo Pontecorvo, entusiasmado por su visión revolucionaria. No parece haber sobrevivido nada de ese mundo. No sé cuánto de él permanecerá intacto en las cenizas del "cinturón rojo", pero no puede ser mucho.
A pesar del tono y los gritos que se alzarán contra los musulmanes en Francia como consecuencia de esta pesadilla, la verdad sobre la intolerancia francesa permanece. Un político de allí declaraba que Turquía no debía entrar en Europa porque éste es un continente "cristiano". Aun así, Francia odia a los infames "fontaneros polacos", a quienes presuntamente se permite "robar empleos" de trabajadores franceses, tanto como le desagradan los árabes y otros musulmanes; incluso aunque la familia inmigrante polaca asista a las reuniones católicas con mayor frecuencia, sin duda, que la familia francesa media, que ha sido adoctrinada en el secularismo compulsivo a lo largo de varias generaciones. Francia glorifica "su" resistencia antinazi, que hasta el Día D de 1944 se componía casi por completo de judíos apátridas, refugiados republicanos españoles, armenios e incluso algunos revolucionarios árabes del norte de África (todos ellos, típicamente considerados "a-franceses"). Ése fue otro pequeño secreto desagradable que aprendí de los franceses, hace tanto tiempo, en París. Por entonces ya sabía que la mayoría había cooperado en la entrega de sus vecinos judíos, y de otros "indeseables", a los nazis.
Más recientemente, Francia denunció la liberación de Irak, liderada por Estados Unidos. No lo olvidemos. De modo que el pretexto [esgrimido para] las atrocidades terroristas del 11 de Marzo en Madrid y el 7 de Julio en Londres estuvo ausente cuando el "cinturón rojo" comenzó a arder. Las voces demagogas que intentan echar la culpa de los disturbios franceses a la religión de Mahoma tendrán que ignorar que sólo dos semanas antes estallaban desórdenes sangrientos en la ciudad británica de Birmingham. Allí, en otro gueto europeo comunitario llamado Lozells, los negros del Caribe luchaban contra los paquistaníes. Pero algunos, por supuesto, encontrarán un motivo para culpar, también de eso, al Islam. Los caribeños afirmaban que una de sus mujeres jóvenes había sido violada en grupo por musulmanes. Acusaciones similares son divisa común entre los islamófobos franceses. Los fanáticos de los rumores y las críticas opinan, y la gente anónima y pobre muere.
Asistí recientemente a una conferencia en Varsovia, Polonia, en la que se pretendía debatir sobre los problemas de los musulmanes en Europa, pero fue descarrilada por la propaganda de los apólogos islamistas, en su mayoría procedentes de Gran Bretaña. De haber tenido ocasión, habría argumentado así: el Islam se ha convertido en la religión no cristiana más practicada de Europa. Francia, Gran Bretaña y Alemania cuentan con importantes comunidades musulmanas, compuestas de inmigrantes y los descendientes de éstos. En Francia, la mayoría son originarios del norte de África; en Gran Bretaña, del subcontinente indio; en Alemania, de Turquía. Las relaciones de los musulmanes europeos con las autoridades y con sus vecinos no musulmanes se hacen más difíciles a causa de la penetración en las comunidades islámicas de la ideología fundamentalista, procedente del norte de África, el subcontinente indio y los estados del Golfo Pérsico.
Numerosos estudios sobre la materia se basan en la premisa de que el "Islam inmigrante" de la primera y segunda generaciones se convertirá en la forma predominante del Islam europeo, hasta que tenga éxito el proceso de asimilación. Puesto que el Islam no puede convertirse en europeo sin una dirigencia radicada en Europa, una segunda premisa sostiene que los gobiernos de Europa Occidental tienen que intervenir directamente en las vidas colectivas de los creyentes, con el fin de permitir, alentar y apoyar un liderazgo moderado. La controversia sobre las libertades civiles, los valores culturales y el vacío en el conocimiento occidental sobre el Islam complicará profundamente este proceso.
Desde hace un tiempo hay una alternativa para lograr la estabilidad en las relaciones entre europeos musulmanes y no musulmanes, posiblemente en poco tiempo, incluso en menos de una generación. Pasa por la legitimación y el apoyo, por parte de los gobiernos europeos, del Islam de los países balcánicos, especialmente del de Bosnia Herzegovina y las zonas de habla albanesa, como centro espiritual y funcional del Islam europeo. Que Sarajevo se convirtiera en el centro rector del Islam europeo reportaría un buen número de ventajas a Europa:
– El Islam balcánico tiene vínculos históricos y teológicos con el turco, que ha mantenido una orientación moderada a lo largo de muchas décadas. De ahí que los musulmanes turcos y kurdos de Alemania hayan evitado, en su inmensa mayoría, implicarse en el fundamentalismo religioso, aunque algunos son vulnerables al nacionalista. Además, los vínculos entre el Islam balcánico y el turco pueden contribuir a una resolución racional y equitativa de la apuesta de Ankara por ingresar en la Unión Europea.
– Aunque los musulmanes bosnios tienen, en particular, una historia reciente de sufrimiento terrible, en la guerra y la denominada "limpieza étnica", su Islam está libre de la maldición del terrorismo. Las autoridades bosnias han colaborado en la supresión de Al Qaeda en Europa. Además, los musulmanes bosnios tienen una autoridad moral única en la comunidad islámica global debido al martirio que sufrieron en los recientes conflictos balcánicos.
– Los intelectuales islámicos de los Balcanes trabajan con un notable nivel de excelencia y sofisticación. Desde la imposición del poder Habsburgo en Bosnia, a finales del siglo XIX, los líderes musulmanes bosnios han desarrollado una "fiqh de minorías" única y vigorosa; es decir, un conjunto de precedentes religiosos y legales de defensa del respeto mutuo y la cooperación entre musulmanes y no musulmanes basados en el reconocimiento de, y la lealtad a, gobiernos no musulmanes.
– Los musulmanes balcánicos son realmente originarios de su entorno. El Islam no fue llevado a Bosnia y a las tierras albanesas por medio de la colonización turca, sino a través de la conversión voluntaria en masa. Los musulmanes de los Balcanes son aplastantemente europeos en sus valores, y no son más dados al radicalismo, incluso en condiciones de peligro, que los católicos polacos. De hecho, como "sociedad musulmana", Bosnia se parece más a la Polonia católica o a Italia que a cualquier país de Oriente Medio. Esto puede que no complazca a los franceses secularistas, pero deberían superar su miedo a la religión.
– Los intelectuales musulmanes de los Balcanes pueden, asimismo, asumir una postura rectora ante la enorme y potencialmente inestable población musulmana rusa, así como ante la del Cáucaso, víctima en estos momentos del derramamiento de sangre y de abusos a los derechos humanos y, por tanto, un objetivo relevante para la infiltración radical y el reclutamiento terrorista.
Los franceses y los británicos han ignorado deliberadamente muchas oportunidades de tratar racionalmente las cuestiones planteadas por el Euroislam. Si se hubieran dado cuenta, como hicimos algunos, de que una Bosnia próspera podría ser un centro del Islam moderado en Europa, que ayudaría a desactivar el atractivo social del Islam radical, habrían levantado Bosnia. No lo hicieron. Contribuyeron a su destrucción, y después forzaron su entrega, y la de Kosovo, a la ONU, lo cual ha permitido que las zonas musulmanas de los Balcanes degeneren en vertederos económicos de la labor humanitaria internacional.
Afortunadamente para la "Europa cristiana" (un término que insulta groseramente a las víctimas del Holocausto, así como a las de las guerras de los Balcanes), los bosnios han demostrado ser más estoicos que la nueva generación de jóvenes árabes y negros de los suburbios parisinos.
Para finalizar, haré énfasis en que la herencia francesa, que a mi juicio no ha llegado a ser nada más que secularismo compulsivo, estatismo extremo y narcisismo extraordinario –y que vi de cerca por primera vez hace 26 años–, puede haber comenzado a desaparecer en las llamas del otrora "cinturón rojo". ¿Qué la sustituirá? Quién sabe. Parte de la "Europa cristiana" se me antoja intelectual, espiritual y moralmente muerta. Cómo desearía que no fuese así.
Stephen Schwartz (Suleiman Ahmed Schwartz), musulmán sufí, dirige (y fundó) el Centro para el Pluralismo Islámico de Washington, la más relevante institución del islam moderado. Columnista de medios como The Weekly Standard y The Globe and Mail (Canadá), es autor de The two faces of Islam: Saudi fundamentalism and its role in terrorism.