El nuevo presidente de los Estados Unidos llamó a la unión y la concordia. Alabó los esfuerzos y los méritos de su rival, mencionó la necesidad de trabajar con el partido de la oposición y, sobre todo, remarcó que oiría todas las reflexiones posibles... muy especialmente las que no coincidan con las suyas. Ricos o pobres, negros o blancos: a todos los necesito, enfatizó el nuevo gobernante de la primera potencia mundial.
¡Qué contraste, Dios mío!
En el momento en que las cámaras enfocaron al público me volvió inmediatamente a la retina el contraste con las audiencias cautivas en nuestra Argentina, cuando hablan gobernantes de estilo autoritario y confrontativo: en este último caso, o se trata de un público compuesto por funcionarios genuflexos y empresarios que viven de favores del Gobierno, o bien nos muestran los consabidos gestos agresivos de quienes, pagados por el aparato estatal, blanden estridentes bombos y gritan estribillos soeces, con la decidida participación de fuerzas de choque, también enviadas por el Gobierno. En Estados Unidos vimos rostros emocionados, serenos, de aspecto cuidado, una multitud impresionante en la que había gente de todas las condiciones sociales imaginables.
Una vez escribí un artículo, titulado "La manía de la autopsia", que apuntaba a los timoratos de siempre, que ponderan a los gobernantes del momento y recién comienzan a criticar cuando el criticado ya es cadáver. Esto es lo que ha ocurrido con Bush: muchos de sus admiradores le vuelven ahora la espalda y le critican con naturalidad, como si nunca hubieran dicho otra cosa. Estas personas no son confiables para ninguna causa; pues no estamos hablando de evolución alguna del pensamiento: son los que adulan a los poderosos del momento por sistema y, luego, los primeros en desenvainar el cuchillo para clavárselo al caído en la espada.
Bush y sus acólitos no pueden haber hecho más daño al baluarte del mundo libre. La patraña grotesca de "la guerra preventiva", el aumento sideral del gasto, el endeudamiento público y el déficit fiscal, junto con el cercenamiento de las libertades individuales en nombre de la seguridad y el trasnochado salvataje a irresponsables y a quienes erraron el camino en el mundo de los negocios con recursos coactivamente detraídos de los contribuyentes, han traicionado del modo más feroz los extraordinariamente sabios principios de los Padres Fundadores.
En el transcurso de la campaña electoral norteamericana no se vio un retorno a aquellos valores esenciales, sino más bien una competencia por disponer del fruto del trabajo ajeno. Es de esperar que esto cambie con la Administración que asumirá el 20 de enero. El mundo libre lo necesita desesperadamente; porque, como señaló James Madison, padre de la Constitución estadounidense: "El Gobierno ha sido instituido para proteger la propiedad de todo tipo (...) Este es el fin del Gobierno. Un Gobierno es justo sólo cuando imparcialmente asegura a todo hombre lo que es suyo". Lo mismo escribía Juan Bautista Alberdi (1810-1884) en nuestra alicaída Argentina.
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