El mes y medio que viene será de gran tensión para Israel. No es que en nuestra historia de 57 años haya habido algún período de sosiego y despreocupación, pero la tensión a la que hemos terminado habituándonos es externa: nos la impusieron nuestros vecinos con su despiadada y impertérrita agresión.
En estos días late en Israel la división interna, que en general tuvo lugar en el pasado durante encrucijadas críticas para la nación. Ya en 1953, cuando se firmaron los Acuerdos de Luxemburgo, por los cuales Alemania abonaba reparaciones al Estado hebreo apenas renacido, una buena parte de la población israelí se resistió al convenio entre David Ben Gurión y Konrad Adenauer porque rechazaba que se entendiera que el dinero alemán venía a blanquear la ignominia. Ruidosas manifestaciones sacudieron entonces el país.
Hoy motiva el quiebre una decisión traumática del Gobierno: la evacuación de 8.000 israelíes de sus hogares y la destrucción de los mismos. La reacción a la medida se agrava porque Ariel Sharon desestimó la consulta popular al respecto,
ni siquiera cuando su propio partido, Likud, votó contra el "Plan de Desconexión" (1-5-04).
Son de peso tanto las argumentaciones a favor de la retirada como las que se oponen. La Desconexión permitirá a Israel reconcentrar sus esfuerzos en un territorio internacionalmente aceptado (ya no podrá esgrimirse que Gaza está "ocupada"), y las piezas blancas quedarán en manos de los líderes palestinos para que, por una vez en su historia, se dediquen a construir lo propio y no a destruir lo ajeno.
Por otra parte, nuestra larga y aciaga experiencia muestra que la cantinela de la "ocupación" no cesó jamás, ni cuando Israel se retiraba de territorios, ni cuando Arafat los gobernaba, ni cuando Israel siquiera los había adquirido por primera vez.
Se soslayaba que la "ocupación" siempre fue la excusa de la agresión contra Israel y nunca su motivo, y que era consecuencia de la agresión árabe, no su causa.
Gaza es más pequeña que Andorra, y uno de los territorios más superpoblados e inhóspitos del planeta. No fueron veleidades imperiales las que empujaron a Israel a esa franja, sino la necesidad de defendernos de un epicentro terrorista que se nos abalanzaba una y otra vez. A nadie en su sano juicio se le ocurriría ocupar Gaza para beneficiarse de sus inexistentes riquezas naturales. Controlarla es un peso, un precio que Israel debió pagar para mantener vigiladas a las bandas del terror.
Pero quienes estaban determinados a borrar Israel del mapa presentaron maliciosamente nuestras necesidades de autoprotección como "ocupación". La opinión pública europea, embelesada por la "causa palestina", construyó con ese discurso un frente moral imaginario que omitía todo otro territorio ocupado del planeta, salvo el que permitiera arremeter contra Israel. Adicionalmente, solía soslayar las más atroces violaciones de derechos humanos por parte de los árabes, para dedicarse de lleno a monitorear con una lupa las conductas del Estado judío.
El quid de la cuestión
Los israelíes vivimos momentos de tensión, porque mayoritariamente no sentimos que la evacuación de Gaza promoverá las acciones de paz de los líderes palestinos. Si ésa fuera la sensación general de Israel, el apoyo al Plan de Desconexión sería abrumador.
Como no lo es, las encuestas muestran que crece la resistencia de la ciudadanía a seguir adelante con la evacuación, prevista para el 15 de agosto, a un costo de casi 700 millones de euros.
Pese a la demonización de los habitantes de Gush Katif que deben abandonar sus hogares, se trata de uno de los sectores más positivos de Israel: idealista, trabajador, esmerado, constructor de un jardín de cultivos en un terreno hostil. Por ello, su desarraigo será doloroso.
Con todo, el dolor se asumiría si fuera heraldo de la paz. No parece serlo: aunque los ataques contra israelíes han disminuido drásticamente desde el fin de Arafat, aún continúan; la sociedad palestina no se muestra comprometida a detenerlos, y su pasividad al respecto recibe de Europa apoyo financiero y solidaridad con "la causa".
El ministro de Exteriores palestino declaró que no tienen intenciones de confiscar las armas de los grupos armados, como exige la Hoja de Ruta. Las bandas terroristas son tratadas como socios.
El pasado día 29 los diarios israelíes anunciaron la detención por parte del Ejército hebreo de Basam Radi, uno de los perpetradores del linchamiento a dos israelíes en Ramala (12-10-00); linchamiento que se produjo cuando la policía palestina (en pleno proceso de paz con Israel) los atrapó para interrogarlos. Un populacho vociferante se amontonó en derredor del cuartel al canto de "Maten a los judíos" y comenzó la salvaje mutilación de los israelíes, seguida de una danza frenética en la que se exhibían manos llenas de sangre, en un festival digno de caníbales.
Radi no fue a la cárcel: ha sido apresado mientras se desempeñaba como policía palestino. Nunca había sido penado por el horrendo crimen sobre el que, dicho sea de paso, los medios europeos nunca informaron, acaso porque el dato podía dañar "la causa palestina".
La excepción fue la televisión italiana, por lo que su representante en Israel, Ricardo Christiano, escribió una carta pidiendo perdón… a Arafat, por haber filmado el episodio:
"A mis queridos amigos en Palestina, los bendecimos y debemos aclarar que las fotos de los eventos en Ramala fueron tomadas por una estación italiana privada… Podéis estar seguros de que nunca haríamos algo así". (La carta fue publicada en el diario palestino Al Hayat al-Jadida, y reproducida en el Jerusalem Post el 19-10-00).
TVE no tuvo que pedir disculpas porque jamás reportó el bárbaro asesinato, ni los gritos y las danzas pidiendo sangre, ni esa bochornosa misiva de disculpas, ni aquella información que pudiera revelar a España que los israelíes son víctimas de alguna agresión. Lo son, y cuando no apoyan el Plan de Desconexión es debido a su escepticismo en cuanto a dejar de serlo, una vez el plan se consume.
El líder palestino Jibril Rajoub, habitualmente considerado moderado, anunció que no habrá atentados contra israelíes… hasta después de la evacuación. Y el mundo, aparentemente, espera que agradezcamos la sinceridad de que se nos anuncie que a partir de septiembre, en efecto, habrán de volver a matarnos.
Debido a ese clima, la cinta anaranjada está difundiéndose en Israel. El presidente del parlamento, Rubén Rivlin, sostuvo que las elecciones adelantadas son sólo una cuestión de tiempo, ya que la Knéset (Parlamento) aprobó tres mociones de censura sin que el premier Sharon puediera evitarlas. Aunque tuvieron un carácter meramente formal –ya que lograron sólo 35 votos de los 61 requeridos para destituir al Gobierno–, constituyen una señal clara de que el Gobierno israelí pierde popularidad.
En general, los medios, que deberían al menos informar con ecuanimidad acerca del dilema en que se debate el Estado hebreo, tienden a desinformar por medio de presentar de modo maniqueo el Plan de Desconexión: las fuerzas de la paz proceden a remover a los israelíes de sus moradas y los oscurantistas se aferran a la Biblia para mantener "la ocupación". Esta dicotomía no tiene nada que ver con la realidad.
La gran pregunta, la única relevante, es si la evacuación de Gaza acercará la paz o no, si el Plan finalmente motivará a los palestinos a aceptar convivir con Israel o si los estimulará a continuar la senda de Arafat, de muerte para ambos pueblos, como opinó que ha de ocurrir el ex ministro Natán Sharansky (renunció a su cargo para evitar que sus hijas le pregunten en el futuro "dónde estaba cuando judíos expulsaban judíos").
De dos gobiernos puede aprender una lección el israelí. El 27-7-05 se encontrarán en París Jacques Chirac y Ariel Sharon. El primero sufrió el rechazo a la Constitución europea, probablemente debido a su falta de sensibilidad ante los sentimientos del pueblo francés. Esa sensibilidad permitirá a Sharon respetar el dilema anaranjado que sienten muchos israelíes.
El otro Gobierno es el de Irán: las primeras declaraciones del nuevo presidente fueron que "la existencia de Israel es ilegal" y que "redoblará sus esfuerzos nucleares". Dos aseveraciones simultáneas que provienen de un pacífico adalid del progreso; son una muestra más de cuán lejos está aún el soñado, deseado Medio Oriente.
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay).