La desilusión de los pueblos se origina en las falsas expectativas que surgen con la llegada de la democracia. Se esperaba que el Gobierno "de, por y para" la gente acabaría con el desempleo, la pobreza, la corrupción y los grupos privilegiados. La desilusión fue cruel. La gente no se había percatado de que la democracia por sí sola no puede promover el crecimiento económico ni traer la prosperidad a los pueblos. La democracia puede ser una bendición, pero a menudo se la usa para violentar la igualdad, la libertad y el Estado de Derecho.
Lo que el progreso requiere es una república constitucional que garantice los derechos individuales y la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Los gobiernos que no están limitados a proteger los derechos individuales derivan fácilmente en el fascismo y la tiranía. Un ejemplo clásico es el régimen criminal de Hitler, electo por el voto de la mayoría del pueblo alemán. Otro ejemplo es el gobierno arbitrario de Hugo Chávez, también electo por una mayoría de venezolanos.
En la república constitucional, en cambio, las mayorías no pueden atropellar los principios elementales del Estado de Derecho, violar los derechos de propiedad o restringir las libertades individuales. Lo importante para el desarrollo es la sólida protección del individuo contra las mayorías, que suelen votar tanto a favor de la libertad como del estatismo, la opresión, los abusos, las confiscaciones, los privilegios, las protecciones y los subsidios, en beneficio de los distintos grupos de presión con fuerza política y a costa del resto de la gente.
En la república constitucional se reconoce que los derechos individuales a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad derivan de la naturaleza humana, o surgen de Dios y son anteriores al Estado. Estos derechos no pueden ser abolidos o limitados por los gobiernos y las leyes. Los hombres dan su vida por la libertad, pero luego las mayorías sancionan leyes que les arrebatan esa misma libertad.
El hecho de que las personas puedan votar libremente no significa que sus representantes sabrán defender sus derechos. Por eso la función esencial de los gobiernos republicanos debe ser la protección de los derechos individuales de cada ciudadano. Estos gobiernos no sólo deben sustentarse en el consentimiento de los gobernados, sino estar estrictamente limitados por la Constitución a las funciones de justicia, seguridad, defensa nacional, educación y salud pública.
En las democracias todo es susceptible al voto, y si bien se sustentan en el voto de las masas, no están limitadas a la protección de sus derechos individuales. Por eso degeneran en populismo, estatismo y corrupción. Las legislaturas suelen aprobar todo tipo de leyes liberticidas, sin restricciones, dependiendo sólo del número de votos que obtiene un proyecto de ley.
El imperio del número, a diferencia del de la ley, no protege a las minorías, ni ofrece la seguridad y la estabilidad necesarias para atraer inversiones, crear empleos y generar crecimiento. Por eso la democracia intervencionista sólo ha traído violencia, injusticias y miseria a los países latinoamericanos.
Los pueblos, para prosperar, necesitan de la libertad política, pero necesitan más de la libertad económica y de unos sólidos derechos de propiedad. Deben tener la más amplia libertad de producir, sin excesivas regulaciones, impuestos y corrupción. A la democracia se avanza mejor con una economía de mercado y una próspera clase media que en medio de la indigencia y el estatismo. Pretender lo contrario convierte a los pueblos en víctimas de demagogos que se eternizan en el poder atizando la envidia, el resentimiento y la desesperanza.
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