Había dos propuestas que trataban de colectivos muy específicos. La propuesta 74 presentaba un plan para alargar el período de prueba de los profesores de dos a cinco años antes de asegurarles un puesto de trabajo vitalicio, una situación laboral de la que en Estados Unidos sólo disfrutan los profesores y los jueces (no todos). Si la propuesta 75 hubiera salido, los sindicatos de empleados públicos habrían tenido que pedir la autorización de sus afiliados para invertir el dinero de sus cuotas con fines políticos.
Parecen dos propuestas de sentido común. Pero tocan el nervio más sensible de dos grupos hiperpolitizados, los sindicalistas y los profesores. La mayoría de la opinión pública estaba de acuerdo con Schwarzenegger, pero no lo bastante motivada como para acudir a votar en masa en su favor. Los maestros y los sindicalistas –así como el conjunto de la opinión que los dos movilizan– sí que lo estaban. Lo ocurrido es un caso clásico: los costes de lo que se quería reformar están demasiado repartidos entre el conjunto, mientras que los beneficios que obtiene una pequeña minoría son gigantescos. Era difícil contrapesar la reacción feroz, y previsible, de la minoría.
La propuesta 73 iba destinada a obligar a las chicas menores de 17 años a pedir la autorización de los padres para abortar. Hay 34 estados que ya han legislado en este sentido; de haber sido aprobada, la propuesta 73 habría culminado muchos años de trabajo de los grupos pro familia para limitar el aborto. Había una novedad, y es que la propuesta incluía un juicio moral muy duro sobre el aborto. Lo calificaba de "muerte de un niño no nacido". Parece claro que la redacción no ayudó a los propósitos de Schwarzenegger en un asunto tan delicado como éste.
Una propuesta destinada a triunfar, al menos en apariencia, era la de la reforma del procedimiento de rediseño de los distritos electorales. Pretendía retirar del alcance de los políticos el poder de diseñar y recortar a medida de sus necesidades las circunscripciones electorales, una práctica que permite cualquier corruptela y paraliza la renovación de la clase política.
Pero tropezó con la oposición de los demócratas, mayoritarios en el Parlamento de California, que se negaron a apoyarla. Dijeron que había otra reforma ya en marcha y consiguieron convencer al electorado de que la propuesta de Schwarzenegger era una maniobra de grupos empresariales y anti impuestos. Governator intentó jugar la carta antisistema, tan rentable siempre en Estados Unidos. No le salió bien.
Todo esto ayuda a comprender por qué falló el apoyo popular a la que era la pieza central de la reforma de Schwarzenegger, la propuesta 76, destinada a reducir el gasto del Estado y dar al gobernador autoridad para recortar el presupuesto. La que tenía que haber sido la gran baza de Arnold se convirtió, a causa de la encarnizada batalla en contra de las demás propuestas, en la causa de su derrota. Si quienes se estaban movilizando de verdad lo estaban haciendo en contra de todas las demás propuestas, no le iban a dar la victoria en la más importante.
Schwarzenegger mezcló demasiadas cosas en un único paquete de reformas, y no ha estado a la altura del movimiento que le llevó hace dos años al frente de California. Llegó prometiendo reformas de mucho calado y ha acabado presentando batalla en cuestiones menores. Tampoco le ayudaron sus expresiones, un poco someras y expeditivas, como aquellas en las que ponía en duda la masculinidad de quienes no apoyaban la guerra de Irak, o su intención de dar una patada en salva sea la parte a algún sector de funcionarios. Se comprenden las ganas, pero así no se ganan elecciones.
Sobre todo, porque governator, en contra de la imagen que dan de él los medios europeos, se ganó su puesto con un programa moderado. Él mismo es uno de los líderes del ala centrista del Partido Republicano. Algunas de sus propuestas, y la forma de presentarlas, contradecían esta posición. Tendrá que recordar que los californianos, gente pragmática en general, no suele respaldar políticas demasiado ideologizadas. Reagan, gobernador allí durante ocho años, lo sabía muy bien.
No falta quien interpreta esto, y el resultado del resto de las elecciones celebradas el mismo día en Estados Unidos, como el resurgir de una opinión templada, cansada del exceso de tensión política e ideológica que ha prevalecido en la vida pública norteamericana en los últimos años. Eso, sin contar con las contradicciones internas de los propios republicanos.
Si es así, los republicanos habrán de hilar más fino de lo que lo han hecho estos días para defender sus posiciones y todo lo conseguido hasta ahora, que no ha sido poco.