¿A quién debería apoyar América, a la sangrienta tiranía o a quienes se oponen a ella? Para la mayor parte de los estadounidenses, la pregunta ciertamente se responde sola; no es de extrañar, por tanto, que las dos cámaras del Congreso hayan votado por unanimidad condenar al Gobierno iraní y respaldar a los que se manifiestan en aquel país por los derechos humanos, las libertades civiles y el Estado de Derecho.
Así pues, ¿por qué la primera reacción del presidente Obama fue tan comedida y ambivalente? ¿Por qué se mostró más interesado en proteger el "diálogo" con los dictatoriales gobernantes de Irán que en brindar apoyo moral a quienes luchan por su libertad? ¿Por qué esperó tanto para declarar que los americanos están "consternados e indignados" por la represión violenta que se registra en Irán y condenar "firmemente" los violentos ataques de que están siendo objeto los disidentes pacíficos?
Pueden ustedes dar con una desconcertante respuesta a tales preguntas en el último número de Commentary, donde el académico de la Universidad Johns Hopkins Joshua Muravchik ha publicado un artículo en el que aísla el rasgo más notable de la política exterior de la joven Administración Obama: su "indiferencia" ante los asuntos relacionados con los derechos humanos y la democracia.
En su texto, titulado "El abandono de la democracia", Muravchik –que, por cierto, acaba de publicar Los próximos Padres Fundadores: Voces de la democracia en Oriente Medio– señala que cada presidente americano desde Jimmy Carter ha hecho del avance de la democracia y los derechos humanos uno de sus objetivos en materia de política exterior. Pues bien, "esta tradición se ha visto interrumpida con la Administración Obama", sostiene nuestro autor.
Se trata de una ruptura que ya insinuó el propio Obama en el transcurso de una reunión previa a su toma de posesión celebrada en el Washington Post, y en la que advirtió de que la celebración de unas elecciones puede ser una mala idea si antes no se ha atajado la corrupción. En su artículo, Muravchik destaca que cuando se entrevistó con el canal Al Arabiya –la primera entrevista televisada que concedió como presidente–, Obama se centró en las relaciones entre EEUU y el mundo árabo-musulmán, pero "en ningún momento habló de democracia o derechos humanos".
En febrero, Obama acudió a Camp Lejeune (Carolina del Norte) para anunciar el calendario de retirada de las tropas americanas desplegadas en Irak. Su estrategia, dijo, descansaba en el objetivo "claro y factible" de "un Irak soberano, estable e independiente". Pero, aparte de una referencia de pasada a las extremadamente positivas elecciones que habían tenido lugar en Irak unas pocas semanas antes, tampoco entonces tuvo nada que decir acerca de la democracia.
Muravchik no es el único que ha notado las reservas de Obama en este punto. En el editorial que dedicó a la jornada electoral iraquí, que calificaba de "éxito político", el Washington Post celebraba los progresos de Irak, que iba "camino de convertirse en la democracia árabe moderada que la Administración Bush llevaba tanto tiempo esperando". Irónicamente, observaba el rotativo capitalino, el mayor beneficiario de esos comicios podría ser el presidente Obama, "que se ha mostrado escéptico tanto con el progreso en Irak como con el valor de las elecciones en Estados inestables". Bush habría celebrado por todo lo alto el resultado de esos comicios, como prueba adicional del avance que estaba experimentando el país en términos políticos y democráticos; sin embargo, Obama no hizo sino reconocer que las elecciones facilitaban la retirada de "una cantidad importante" de tropas estadounidenses.
En abril, el antiguo corresponsal del New York Times Joel Brinkley explicaba cómo democracia se había convertido en una palabra malsonante en el seno de la nueva Administración. "Ni el presidente Obama ni la secretaria de Estado Hillary Rodham Clinton han pronunciado siquiera la palabra democracia en el marco de la promoción de la misma", escribía Brinkley cuando Obama y su equipo ya llevaban más de diez semanas al frente de la nación. "De las treinta circulares difundidas por la Oficina de Democracia, Derechos Humanos y Empleo del Departamento de Estado, ninguna (...) habla de la promoción de la democracia. Democracia es una palabra prohibida en el vocabulario público de la Administración Obama".
Los regímenes autoritarios, naturalmente, han recibido el nuevo enfoque de la política exterior americana con los brazos abiertos. Según Associated Press, el embajador egipcio en Estados Unidos ha expresado su satisfacción por que los vínculos entre ambos países estén "camino de estrecharse" y por que Washington haya "abandonado las condiciones para la mejora de las relaciones, incluyendo las exigencias en materia de derechos humanos, democracia y libertades".
El gabinete Obama ha quitado importancia a la cuestión de la democracia y los derechos humanos no sólo en Oriente Medio, también en China, Rusia y hasta Sudán. "Obama parece creer que la democracia está sobrevalorada, o por lo menos sobreestimada", sostiene Muravchik.
Obama parece verse a sí mismo como el anti-Bush; y cómo éste se volcaba en la democracia, él se muestra indiferente hacia ella. Ahora bien, para millones de seres humanos que viven sujetos a opresión, él es el líder del mundo libre, el símbolo de las libertades democráticas por las que luchan.
En las calles de Irán, los manifestantes han llevado pancartas que rezaban: "¿Dónde está mi voto?". Evidentemente, hay límites a lo que puede hacer el presidente de los Estados Unidos por los asediados demócratas iraníes, pero ¿es demasiado pedir que al menos los tome en serio?
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.
Así pues, ¿por qué la primera reacción del presidente Obama fue tan comedida y ambivalente? ¿Por qué se mostró más interesado en proteger el "diálogo" con los dictatoriales gobernantes de Irán que en brindar apoyo moral a quienes luchan por su libertad? ¿Por qué esperó tanto para declarar que los americanos están "consternados e indignados" por la represión violenta que se registra en Irán y condenar "firmemente" los violentos ataques de que están siendo objeto los disidentes pacíficos?
Pueden ustedes dar con una desconcertante respuesta a tales preguntas en el último número de Commentary, donde el académico de la Universidad Johns Hopkins Joshua Muravchik ha publicado un artículo en el que aísla el rasgo más notable de la política exterior de la joven Administración Obama: su "indiferencia" ante los asuntos relacionados con los derechos humanos y la democracia.
En su texto, titulado "El abandono de la democracia", Muravchik –que, por cierto, acaba de publicar Los próximos Padres Fundadores: Voces de la democracia en Oriente Medio– señala que cada presidente americano desde Jimmy Carter ha hecho del avance de la democracia y los derechos humanos uno de sus objetivos en materia de política exterior. Pues bien, "esta tradición se ha visto interrumpida con la Administración Obama", sostiene nuestro autor.
Se trata de una ruptura que ya insinuó el propio Obama en el transcurso de una reunión previa a su toma de posesión celebrada en el Washington Post, y en la que advirtió de que la celebración de unas elecciones puede ser una mala idea si antes no se ha atajado la corrupción. En su artículo, Muravchik destaca que cuando se entrevistó con el canal Al Arabiya –la primera entrevista televisada que concedió como presidente–, Obama se centró en las relaciones entre EEUU y el mundo árabo-musulmán, pero "en ningún momento habló de democracia o derechos humanos".
En febrero, Obama acudió a Camp Lejeune (Carolina del Norte) para anunciar el calendario de retirada de las tropas americanas desplegadas en Irak. Su estrategia, dijo, descansaba en el objetivo "claro y factible" de "un Irak soberano, estable e independiente". Pero, aparte de una referencia de pasada a las extremadamente positivas elecciones que habían tenido lugar en Irak unas pocas semanas antes, tampoco entonces tuvo nada que decir acerca de la democracia.
Muravchik no es el único que ha notado las reservas de Obama en este punto. En el editorial que dedicó a la jornada electoral iraquí, que calificaba de "éxito político", el Washington Post celebraba los progresos de Irak, que iba "camino de convertirse en la democracia árabe moderada que la Administración Bush llevaba tanto tiempo esperando". Irónicamente, observaba el rotativo capitalino, el mayor beneficiario de esos comicios podría ser el presidente Obama, "que se ha mostrado escéptico tanto con el progreso en Irak como con el valor de las elecciones en Estados inestables". Bush habría celebrado por todo lo alto el resultado de esos comicios, como prueba adicional del avance que estaba experimentando el país en términos políticos y democráticos; sin embargo, Obama no hizo sino reconocer que las elecciones facilitaban la retirada de "una cantidad importante" de tropas estadounidenses.
En abril, el antiguo corresponsal del New York Times Joel Brinkley explicaba cómo democracia se había convertido en una palabra malsonante en el seno de la nueva Administración. "Ni el presidente Obama ni la secretaria de Estado Hillary Rodham Clinton han pronunciado siquiera la palabra democracia en el marco de la promoción de la misma", escribía Brinkley cuando Obama y su equipo ya llevaban más de diez semanas al frente de la nación. "De las treinta circulares difundidas por la Oficina de Democracia, Derechos Humanos y Empleo del Departamento de Estado, ninguna (...) habla de la promoción de la democracia. Democracia es una palabra prohibida en el vocabulario público de la Administración Obama".
Los regímenes autoritarios, naturalmente, han recibido el nuevo enfoque de la política exterior americana con los brazos abiertos. Según Associated Press, el embajador egipcio en Estados Unidos ha expresado su satisfacción por que los vínculos entre ambos países estén "camino de estrecharse" y por que Washington haya "abandonado las condiciones para la mejora de las relaciones, incluyendo las exigencias en materia de derechos humanos, democracia y libertades".
El gabinete Obama ha quitado importancia a la cuestión de la democracia y los derechos humanos no sólo en Oriente Medio, también en China, Rusia y hasta Sudán. "Obama parece creer que la democracia está sobrevalorada, o por lo menos sobreestimada", sostiene Muravchik.
Obama parece verse a sí mismo como el anti-Bush; y cómo éste se volcaba en la democracia, él se muestra indiferente hacia ella. Ahora bien, para millones de seres humanos que viven sujetos a opresión, él es el líder del mundo libre, el símbolo de las libertades democráticas por las que luchan.
En las calles de Irán, los manifestantes han llevado pancartas que rezaban: "¿Dónde está mi voto?". Evidentemente, hay límites a lo que puede hacer el presidente de los Estados Unidos por los asediados demócratas iraníes, pero ¿es demasiado pedir que al menos los tome en serio?
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.