¿Qué pasa con Reagan? Este presidente, célebre por sus siestecitas, concedió una amnistía a tres millones de inmigrantes en 1986 (Ley Simpson-Mazzoli). Como gobernador de California, firmó la ley sobre el aborto más progresista del país, si bien pronto cambió de parecer y se convirtió en antiabortista. Ahora bien, ya en la Casa Blanca, ¿qué fue lo que hizo al respecto? Pues situar en el Supremo a Sandra Day O'Connor y a Anthony Kennedy, cuyos votos respaldaron y confirmaron la sentencia del caso Roe vs. Wade.
No estoy tratando de denigrar a Reagan, sino de rebajar con algo de realismo la adoración por tal ídolo que se encuentra en la raíz del descontento actual. Y de sostener que el campo republicano está francamente bien: he ahí uno de los grandes alcaldes del último siglo, un ex gobernador con un extraordinario talento ejecutivo, un héroe de guerra de elevados principios y con grandes conocimientos en seguridad nacional, así como un ex senador de impecables credenciales conservadoras.
Así que, ¿a qué viene tanta angustia? Si quiere usted compartir algo de mi serenidad, eche un vistazo al debate que mantuvieron los candidatos republicanos el otro día en Orlando. Fue un debate combativo, en el que los contendientes se dedicaron a fustigar con denuedo las deficiencias ideológicas de sus rivales. Mike Huckabee dijo que fue "un derby demoledor"; pero aun así, y por extraño que parezca, la cosa estuvo bastante bien.
McCain se llevó el gato al agua por aclamación gracias a un brillante ataque contra Hillary Clinton en el que, no muy sutilmente, dio cuenta de sus cualidades para ostentar la Presidencia. Tras aludir a su ejecutoria en materia de control del gasto, dio en ridiculizar la propuesta de la Clinton de reservar un millón de dólares para erigir un museo sobre Woodstock. Él no estuvo en Woodstock, recordó, porque por aquel entonces se encontraba "ocupado"; o sea, preso en Vietnam.
¿Cómo superas eso? El mensaje de McCain fue claro: sí, estoy mayor y hecho polvo, pero estamos en guerra; ¿y quién tiene más experiencia de la guerra, quién se hace menos ilusiones al respecto, quién la comprende mejor que yo? ¿Quién está más firmemente comprometido con vencer en la que estamos librando ahora mismo?
Giuliani fue el tipo enérgico y duro de siempre. Se defendió de los ataques a su progresismo social a base de buenos contraataques –por ejemplo, el que lanzó contra Thompson, a quien acusó de ser un secuaz de los abogados litigantes– y afirmando que él representa el conservadurismo de los resultados. ¿Que cuál fue su mensaje? Pues éste: expulsé a la gentuza de la ciudad de Nueva York, con su pornografía, sus crímenes y sus prostitutas, o al menos a una buena cantidad de ellos; así que déjeme hacer y verá.
Romney mostró la consistencia, solidez e impasibilidad que lo caracterizan. El entusiasmo lo puso a la hora de hablar de las cosas que ha hecho: levantado una empresa, rescatado unos Juegos de Invierno, gobernado el estado más progresista de la Unión...; y, sobre todo, a la hora de hablar de la reforma de la Sanidad de Massachusetts, para lo que hubo de bregar con un Legislativo aplastantemente demócrata. ¿Que cuál fue mensaje? Pues éste: soy un hacedor, un solucionador de problemas, un aunador.
Ahora bien, cuando Romney insiste, simultáneamente, en que representa el cogollo de las esencias –"[Soy] el ala republicana del Partido Republicano"–, cae en la paradoja del tecnócrata que se las da de ideólogo. Como barrunta que presentarse como un Ross Perot cuerdo no hace las delicias del electorado de las primarias republicanas, está intentando ser también el auténtico Reagan conservador, ocupar el vacío ideológico dejado por George Allen el año pasado. Romney tendrá que desplegar toda su inteligencia y brillantez para lucir con presteza un traje tan peculiar.
En cuanto a Thompson, también se presta a la paradoja. Está ahí desde hace mucho –en concreto, desde el Watergate–, pero no deja de ser un folio en blanco. ¿Puede alguien recordar algún logro de importancia que haya conseguido en sus ocho años como miembro del Senado? Por otra parte, en Orlando demostró que, aunque pueda parecer afable y amable –un rasgo reaganiano que no debería subestimarse, pues estamos hablando de tipos que aspiran a tener su sitio en las salas de estar de los norteamericanos los próximos cuatro años–, también sabe ser duro, como quedó de manifiesto cuando cargó contra el progresismo social de Giuliani.
Sí, lo sé. He dejado fuera a Huckabee, a quien algunos de mis colegas tratan vehementemente de colocar en primera fila. Huckabee es un tipo divertido, habla bien y el otro día pronunció en Washington un vigoroso discurso ante la derecha religiosa. Pero su política exterior, cualquiera que sea, será simplista y nada convincente. Y, claro, en tiempo de guerra esto descalifica a alguien que pretende ser el Comandante en Jefe.
En fin, que vale ya de morderse las uñas. Los republicanos tienen cuatro buenos candidatos –o cuatro y medio–. Todos ellos podrían cumplir con nota en el Gobierno: Romney en Hacienda, Thompson en Justicia, McCain en Defensa, Giuliani en Seguridad Nacional, Huckabee en Interior. Lo único que necesita este equipo es elegir al capitán que pueda derrotar a Hillary.