Con esos barbudos llegó para algunos la esperanza de un cambio positivo en una Cuba que, a pesar de ser uno de los países más avanzados social y económicamente de la América Hispana, sufría el régimen despótico de Fulgencio Batista. Pronto se desvaneció esa esperanza, y quien prometía democracia y progreso se convirtió él mismo en dictador.
Respecto a su política exterior, el régimen castrista colocó a Cuba de lleno en el bloque soviético. La llevó a convertirse en una plataforma de armas nucleares que apuntaban a los Estados Unidos, en un proceso –la Crisis de los Misiles– que estuvo a punto de llevar al planeta a la destrucción mediante la tercera guerra mundial –el mismo Castro aconsejó a Nikita Kruschev un ataque preventivo, en una carta que él dice fue mal traducida–. El castrismo apoyó numerosas insurrecciones armadas en Iberoamérica, además de sacrificar vidas y recursos para intervenir militarmente, junto a sus aliados soviéticos, en países tan lejanos como Etiopía o Angola.
Dentro de la isla, el régimen destrozó meticulosamente la sociedad civil y todas las instituciones que no podía controlar, y que sólo en los últimos años están volviendo tímidamente a levantar cabeza. El castrismo deshilachó el tejido económico, social y cívico de Cuba.
Tras medio siglo, la dictadura ha instalado con éxito un Comité de Defensa de la Revolución y un policía en cada esquina. Es verdad que ha producido desconfianza y miedo en sumas ingentes. No se han celebrado en todos estos años elecciones libres. No quedan, salvo el valiente testimonio de los periodistas independientes, medios de comunicación que no estén en manos del gobierno. No hay ningún partido político legal, salvo el comunista, ni sindicato reconocido que no sea el oficial. Sí hay cientos de presos de conciencia, con delitos tan graves como escribir sin mandato o pedir firmas para un referéndum (el Proyecto Varela). El gobierno cubano niega los derechos políticos de los cubanos. Ha logrado, eso sí, que necesiten un permiso del gobierno para salir del país, o incluso para viajar a la capital (cientos de jóvenes, sobre todo negros y mulatos, son deportados desde La Habana a sus provincias de origen todas las semanas).
En lo económico, el régimen ha generado y distribuido con éxito inmensas dosis de miseria. El salario medio en Cuba es de menos de veinte euros al mes. Por poner un ejemplo: la industria azucarera, que tanta riqueza aportó a Cuba en el pasado, y aporta a otros países en la actualidad, es hoy en la isla un fantasma de lo que era. Mientras que Brasil o Vietnam han multiplicado su producción, la industria cubana produce hoy lo mismo que hace cien años y mucho menos que hace cincuenta. Y lo hace de forma extremadamente ineficiente.
Cuba vive del exterior. De las remesas que logran ahorrar y enviar los millones de cubanos forzados a la emigración y de los subsidios que envía el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. La única industria que genera algunos recursos es la turística, en manos de empresas extranjeras –entre ellas españolas–, que pueden encontrar en Cuba un auténtico paraíso del capitalismo –no hay derecho a huelga ni sindicatos, los salarios son bajos, etcétera–. Y lo peor es que para un cubano es un privilegio trabajar en ese sector turístico, ya que un camarero gana con las propinas mucho más de lo que ganaría en otro trabajo, y por eso muchos de ellos son médicos, profesores o abogados.
Tras cinco décadas de revolución, un móvil, un ordenador o, por supuesto, un automóvil son bienes de lujo en Cuba. El acceso a internet está restringido y censurado. Cuba es el país más atrasado de América en cuanto al disfrute de las nuevas tecnologías. Por otro lado, faltan viviendas, y muchas de las que hay se encuentran en un estado deplorable. El transporte está en crisis permanente.
En la Cuba de hoy, una exigua minoría de militares blancos y de avanzada edad –los mismos que desgobiernan desde hace cincuenta años– monopoliza el poder político y económico y los escasos recursos del país, mientras que la inmensa mayoría de la población carece de derechos políticos, sociales o económicos, y sobrevive con miseria y penuria. Mitos y falsas estadísticas aparte, parece claro que la revolución castrista ha tenido tan sólo dos éxitos indudables: llegar al poder –con violencia, cinismo y falta de escrúpulos– y mantenerse en él –a base de lo mismo–.
Un gobierno que después de cinco décadas se sigue llamando revolucionario está reconociendo su estrepitoso fracaso. Una revolución exitosa no puede ser permanente.
Hoy, el régimen es tan frágil que en diciembre no permitió que las Damas de Blanco y Oswaldo Payá, galardonados con el Sajarov por el Parlamento Europeo, viajaran al Viejo Continente para participar en un evento conmemorativo del veinte aniversario de dicho premio.
La revolución cubana ha producido con eficacia tres emes. Miedo, mentiras y miseria. El castrismo ha secuestrado el futuro de Cuba durante cinco décadas. Pero hay espacio para el optimismo. El sistema es tan ajeno a la naturaleza humana, tan hostil al progreso, tan irreconciliable con el sentido común, la justicia o la bondad, que es, sin lugar a dudas, insostenible.
Los derechos, el progreso y la democracia llegarán a Cuba. La isla será libre y volverá a tener futuro. Todo el mundo sabe –los castristas también– que la dictadura tiene los días contados y le quedan pocas celebraciones. Ojalá los cambios lleguen pronto, sean pacíficos y los protagonice el pueblo cubano.
RICARDO CARRERAS LARIO, presidente de Solidaridad Española con Cuba.
Pinche aquí para leer el especial "CUBA 1959-2009: LA DICTADURA INTERMINABLE".
Respecto a su política exterior, el régimen castrista colocó a Cuba de lleno en el bloque soviético. La llevó a convertirse en una plataforma de armas nucleares que apuntaban a los Estados Unidos, en un proceso –la Crisis de los Misiles– que estuvo a punto de llevar al planeta a la destrucción mediante la tercera guerra mundial –el mismo Castro aconsejó a Nikita Kruschev un ataque preventivo, en una carta que él dice fue mal traducida–. El castrismo apoyó numerosas insurrecciones armadas en Iberoamérica, además de sacrificar vidas y recursos para intervenir militarmente, junto a sus aliados soviéticos, en países tan lejanos como Etiopía o Angola.
Dentro de la isla, el régimen destrozó meticulosamente la sociedad civil y todas las instituciones que no podía controlar, y que sólo en los últimos años están volviendo tímidamente a levantar cabeza. El castrismo deshilachó el tejido económico, social y cívico de Cuba.
Tras medio siglo, la dictadura ha instalado con éxito un Comité de Defensa de la Revolución y un policía en cada esquina. Es verdad que ha producido desconfianza y miedo en sumas ingentes. No se han celebrado en todos estos años elecciones libres. No quedan, salvo el valiente testimonio de los periodistas independientes, medios de comunicación que no estén en manos del gobierno. No hay ningún partido político legal, salvo el comunista, ni sindicato reconocido que no sea el oficial. Sí hay cientos de presos de conciencia, con delitos tan graves como escribir sin mandato o pedir firmas para un referéndum (el Proyecto Varela). El gobierno cubano niega los derechos políticos de los cubanos. Ha logrado, eso sí, que necesiten un permiso del gobierno para salir del país, o incluso para viajar a la capital (cientos de jóvenes, sobre todo negros y mulatos, son deportados desde La Habana a sus provincias de origen todas las semanas).
En lo económico, el régimen ha generado y distribuido con éxito inmensas dosis de miseria. El salario medio en Cuba es de menos de veinte euros al mes. Por poner un ejemplo: la industria azucarera, que tanta riqueza aportó a Cuba en el pasado, y aporta a otros países en la actualidad, es hoy en la isla un fantasma de lo que era. Mientras que Brasil o Vietnam han multiplicado su producción, la industria cubana produce hoy lo mismo que hace cien años y mucho menos que hace cincuenta. Y lo hace de forma extremadamente ineficiente.
Cuba vive del exterior. De las remesas que logran ahorrar y enviar los millones de cubanos forzados a la emigración y de los subsidios que envía el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. La única industria que genera algunos recursos es la turística, en manos de empresas extranjeras –entre ellas españolas–, que pueden encontrar en Cuba un auténtico paraíso del capitalismo –no hay derecho a huelga ni sindicatos, los salarios son bajos, etcétera–. Y lo peor es que para un cubano es un privilegio trabajar en ese sector turístico, ya que un camarero gana con las propinas mucho más de lo que ganaría en otro trabajo, y por eso muchos de ellos son médicos, profesores o abogados.
Tras cinco décadas de revolución, un móvil, un ordenador o, por supuesto, un automóvil son bienes de lujo en Cuba. El acceso a internet está restringido y censurado. Cuba es el país más atrasado de América en cuanto al disfrute de las nuevas tecnologías. Por otro lado, faltan viviendas, y muchas de las que hay se encuentran en un estado deplorable. El transporte está en crisis permanente.
En la Cuba de hoy, una exigua minoría de militares blancos y de avanzada edad –los mismos que desgobiernan desde hace cincuenta años– monopoliza el poder político y económico y los escasos recursos del país, mientras que la inmensa mayoría de la población carece de derechos políticos, sociales o económicos, y sobrevive con miseria y penuria. Mitos y falsas estadísticas aparte, parece claro que la revolución castrista ha tenido tan sólo dos éxitos indudables: llegar al poder –con violencia, cinismo y falta de escrúpulos– y mantenerse en él –a base de lo mismo–.
Un gobierno que después de cinco décadas se sigue llamando revolucionario está reconociendo su estrepitoso fracaso. Una revolución exitosa no puede ser permanente.
Hoy, el régimen es tan frágil que en diciembre no permitió que las Damas de Blanco y Oswaldo Payá, galardonados con el Sajarov por el Parlamento Europeo, viajaran al Viejo Continente para participar en un evento conmemorativo del veinte aniversario de dicho premio.
La revolución cubana ha producido con eficacia tres emes. Miedo, mentiras y miseria. El castrismo ha secuestrado el futuro de Cuba durante cinco décadas. Pero hay espacio para el optimismo. El sistema es tan ajeno a la naturaleza humana, tan hostil al progreso, tan irreconciliable con el sentido común, la justicia o la bondad, que es, sin lugar a dudas, insostenible.
Los derechos, el progreso y la democracia llegarán a Cuba. La isla será libre y volverá a tener futuro. Todo el mundo sabe –los castristas también– que la dictadura tiene los días contados y le quedan pocas celebraciones. Ojalá los cambios lleguen pronto, sean pacíficos y los protagonice el pueblo cubano.
RICARDO CARRERAS LARIO, presidente de Solidaridad Española con Cuba.
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