El presidente de la nación más poderosa de la Tierra anuncia una gira latinoamericana y la Argentina queda excluida de la agenda. El Gabinete Kirchner interpreta el hecho como un agravio a la patria y un insulto al presidente de los argentinos y decide responder con su propia ofensa: la organización de un encuentro multitudinario contra Bush en la capital del país... con Hugo Chávez como invitado especial y orador principal.
Se decide que la protesta coincida con la presencia del presidente norteamericano en el Uruguay, país con el que la Argentina de Kirchner sostiene un conflicto absurdo. Así, con un único gesto político, nuestro presidente ha alcanzado tres logros simultáneos: ofender gratuitamente a los Estados Unidos de América, acentuar el ya de por sí desafortunado alejamiento de la República Oriental del Uruguay y –acaso lo más perturbador– aproximar nuestro país a una irresponsable alianza con la República Bolivariana de Venezuela.
Esta manera de confeccionar la política exterior es tan infantil ("Si [Bush] viene a la región y no a la Argentina, acá vendrá Chávez", sintetizó un dirigente cercano al presidente) que lo lleva a uno a especular con que la auténtica motivación presidencial es otra. ¿Se trata acaso de devolver el favor a Venezuela por la compra de bonos argentinos y el rescate de la empresa Sancor? ¿Será éste un regalo simbólico de Kirchner a Chávez, para afirmar la lealtad argentina a la causa bolivariana? ¿Será un indicio obvio de las preferencias ideológicas de nuestro "inclasificable" presidente?
Los estadounidenses tienen una expresión que dice más o menos esto: si luce como un pato, camina como un pato y suena como un pato... ¡entonces es un pato! Es decir, más allá de lo especulativo, lo que vemos es lo que hay. Y lo que hay es un clarísimo alineamiento argentino, cada vez más cerca del ideal chavista.
La reciente reformulación castrense a propósito de las nuevas hipótesis de conflicto ahondan aún más esta impresión. Conforme a esta nueva concepción militar, la República Argentina debería prepararse para un escenario tal en el que una potencia ávida de recursos naturales escasos, por ejemplo agua dulce, podría invadir nuestra patria con el objeto de la usurpación de lagos, glaciares y acuíferos. La nueva visión prevé maniobras defensivas tales como la guerra de guerrillas y la organización de la resistencia civil. Este nacionalismo alarmista tiene fuertes ecos en la doctrina militar venezolana, que ha impulsado a Chávez a comprar cien mil rifles de asalto Kalashnikov para armar al pueblo ante uina hipotética una invasión norteamericana. (Como consecuencia de ello, Venezuela se ha convertido en el mayor comprador de armas de América Latina; compra más, incluso, que Pakistán e Irán).
Vale recordar que la cartera de Defensa está hoy en manos de Nilda Garré, ex embajadora argentina ante Caracas, y que fue un ex funcionario del actual Gobierno –el ex subsecretario de Tierras para el Hábitat Social Luis D'Elía– el protagonista de aquel incidente de falso patriotismo en el cual violó la propiedad privada de un terrateniente extranjero en los Esteros del Iberá, en la provincia de Corrientes, en nombre de la misma "dignidad y soberanía" que esta nueva doctrina militar nos alerta podría estar bajo amenaza imperial. Y el círculo se completa al tener presente que una de las agrupaciones convocadas por la Casa Rosada para jalear a Chávez en el acto anti Bush es la Federación de Tierra y Vivienda, del mismo D'Elía, personaje que a su vez acaba de regresar de un viaje de solidaridad a Teherán con la intención anunciada de demostrar que el atentado contra la AMIA (1994) no fue obra de Irán.
La Venezuela de Hugo Chávez es una fuerte aliada de la República Islámica de Irán, presidida por Mahmud Ahmadineyad, denegador del Holocausto, aspirante declarado a cometer un genocidio y lunático apocalíptico. A comienzos de este año, con ocasión de la visita del iraní a Caracas, ambos anunciaron la creación de un fondo estratégico de 2.000 millones de dólares para asistir a los Gobiernos izquierdistas que deseen "liberarse del yugo imperialista" (la asistencia económica de Estados Unidos a América Latina anunciada por el presidente Bush en vísperas de su gira rondaba esa misma cifra).
Uno de los países de la región con mayor presencia de la agrupación islamista Hezbolá es Venezuela; especialmente en la isla Margarita, una zona de libre comercio que alberga una importante comunidad árabe-musulmana, y Maracaibo, con adeptos indígenas de la tribu wayuu conversos al islam. Resulta llamativo que nada de esto parezca inquietar a los actuales gobernantes de la Argentina, país en el que Hezbolá está acusada de ser la autora de dos ataques terroristas de envergadura y cuya justicia pidió la captura internacional de antiguos mandatarios iraníes.
En resumidas cuentas, Irán está gobernada por un régimen teocrático fundamentalista que patrocina el terrorismo internacional y desarrolla ilegalmente un programa nuclear. Su principal aliado en Latinoamérica es Venezuela, que se encuentra gobernada por un militar golpista, revolucionario y populista que ha convertido esa nación caribeña en un país altamente militarizado, socialmente fracturado y políticamente enemistado con Washington, a la vez el mayor enemigo de Teherán.
Qué pretende ganar Néstor Kirchner asociando la Argentina a esta nefasta comunión es algo que está más allá de toda comprensión. Chávez y Ahmadineyad llevan adelante un programa estratégico ambicioso. La Argentina no debería estar ni remotamente cerca de él. Lamentablemente, la política circense de nuestro Gobierno no nos reasegura demasiado en este sentido.
JULIÁN SCHVINDLERMAN, analista político argentino.