Lo anterior no es otra cosa que la tan desagradable como inevitable conclusión que cabe extraer del rumbo a la extinción que ha emprendido Europa en materia de demografía. ¿Piensa usted que estoy exagerando? Por favor, tenga en cuenta los siguientes hechos.
Según un reciente informe de la Rand Corporation, en Europa están cayendo los índices de natalidad, y el tamaño de las familias se está reduciendo. "En estos momentos, la tasa de fertilidad es de menos de dos hijos por mujer en todos y cada uno de los Estados miembros de la UE".
Recordemos que la tasa de reemplazo de la población está en 2,1 hijos por familia. Cualquier cifra que se halle por debajo de ésta significa decadencia y disolución, a menos que se produzca una inmigración a gran escala.
En el furgón de cola se encuentran países como España, Italia y Grecia, donde las tasas de natalidad se mueven en torno a los 1,3 hijos por pareja. Hay quienes no descartan que la población de Italia se reduzca en un tercio hacia mediados de este siglo. Los datos que exhiben Alemania (1,37), el Reino Unido (1,74) o Suecia (1,75) no son mucho mejores.
La situación es tan grave que en algunos países europeos las cifras anuales de fallecimientos ya son superiores a las de nacimientos. De hecho, el Anuario Demográfico del Consejo de Europea alertó, en su edición de 2004, que en 2003 en el Viejo Continente murió más gente de la que nació. De acuerdo con dicho anuario, en 1990 hubo tres países (Alemania, Bulgaria y Hungría) con crecimiento negativo; doce años después, eran 15 los que se encontraban en tal situación.
El año pasado la ministra de Familia del Gabinete Merkel, Ursula von der Leyen, provocó un notable revuelo cuando comentó, tras conocerse que el 30% de las alemanas no ha tenido hijos: "[Si las cosas siguen así,] el último, que apague la luz". Mientras los europeos se afanan en todo menos en la cama, sus convecinos musulmanes están demostrando ser mucho más expansivos.
"¿Cuál es el porcentaje de población musulmana en Rotterdam? El cuarenta –escribe Mark Steyn en su imprescindible America Alone–. ¿Cuál es el nombre que más se pone a los niños en Bélgica? Mohamed. ¿Y en Ámsterdam? Mohamed. ¿Y en Malmoe, Suecia? Mohamed". Por su parte, el Daily Telegraph informaba en diciembre de que Mohamed (y su derivado más común: Muhamad) ha desplazado en Inglaterra y Gales a George en la lista de nombres más frecuentes entre los bebés.
Se mire por donde se mire, el islam, aupado sobre la inmigración y las elevadas tasas de fertilidad de los musulmanes, es la religión que más crece en Europa. El Consejo Nacional de Inteligencia de EEUU considera probable que la población musulmana del Viejo Continente (20 millones a día de hoy) se duplique alrededor del año 2025.
"En la mayor parte de Europa Occidental, entre el 16 y el 20% de los niños son musulmanes", escribe Bruce Bawer en While Europe Slept. "En cuestión de un par de generaciones, muchos países [europeos] tendrán mayoría musulmana".
El islam no ha estado tan peligrosamente cerca de hacerse con el control de Europa Occidental desde el último asedio otomano sobre Viena, en septiembre de 1683.
Las implicaciones de todo esto son mucho más graves de lo que nunca hayamos podido imaginar: no se trata, pues, de escoger destinos turísticos nuevos y más acogedores. Una Europa cada vez más islamizada se mostrará aún más hostil a Israel y a EEUU, y esta tendencia no hará sino intensificarse a medida que crezca la población musulmana.
Aun cuando los Gobiernos europeos consiguieran revertir la situación, cosa altamente improbable, pasarían décadas antes de que se empezara a notar. Entre tanto, el poder político musulmán cobrará fuerza, lo cual disuadirá a los líderes europeos de ignorar sus demandas.
Esto hace muchísimo menos probable que, en las próximas décadas, Israel y Estados Unidos puedan contar con Europa en momentos de crisis –si es que alguna vez pudieron hacerlo–. Escoja un tema, desde la Guerra contra el Terror hasta la creación de un Estado palestino, y sabrá de qué le estoy hablando: por muy desequilibrada que haya sido hasta la fecha la postura de Europa, lo más probable es que se desequilibre todavía más en los próximos años.
La Europa que conocemos es cosa del pasado, y es hora de que los legisladores norteamericanos e israelíes lo tengan en cuenta a la hora de trazar sus planes de futuro. Europa está cambiando rápidamente, también en el plano político y social.
Así pues, si quiere ver de cerca la Torre Eiffel, será mejor que se dé prisa: podría convertirse en un minarete antes de que se dé cuenta.