Para empezar por algún sitio, diremos que, por ejemplo, David Cameron no concibe una relación tan estrecha y cercana con Obama como la que en su día estableciera la Dama de Hierro con Ronald Reagan. En cuanto a Thatcher, en lo relacionado con la UE no dio pasos tan radicales como los que ha dado Cameron. Por cierto, éste y su ministro de Exteriores, William Hague, han elaborado una suerte de lista de cosas que no se harán en esta legislatura (ahí está la negativa a convocar un referendo sobre el euro).
Sea como fuere, lo cierto es que entre las cosas que unen a ambos líderes conservadores encontramos el hecho de que hubieron de hacer frente a resistencias/oposiciones sociales. A Thatcher se le pusieron enfrente los mineros; a Cameron, los estudiantes universitarios. Y ambos optaron por lo mismo, por no ceder.
La pregunta es: ¿obraron así por dogmatismo? No. La causa es otra bien distinta, y tiene que ver con una cuestión de principios, incluso de valores. Son las razones de Estado lo que justifica el proceder de ambos.
Margaret Thatcher tuvo que combatir a los mineros; durante años: toda su primera legislatura (1979-1983) y parte de la segunda. Lo fácil para ella hubiera sido dejarse doblegar y aceptar los puntos de vista (filocomunistas) del líder minero Arthur Scargill, cuyo poderío era en buena medida fruto de la política de barra libre de los laboristas Harold Wilson y James Callaghan. Pero Thatcher, lejos de rendirse, lo que hizo fue plantar cara. Finalmente consiguió acabar con los privilegios del sector minero, tan mal acostumbrado a hablar mucho de derechos y nada de responsabilidades como todos los copados por los sindicatos.
A David Cameron quienes se le han levantado han sido los estudiantes universitarios. Son, pues, sus mineros. Se oponen a la subida de las tasas, muchas veces recurriendo a consideraciones de corte marxista que apelan a los orígenes sociales del líder tory.
En noviembre provocaron varios disturbios en Londres. Como cogieron desprevenida a la policía, pudieron llegar hasta la Torre Millbank, sede del Partido Conservador en la capital británica. La segunda vez, los servicios de seguridad fueron más previsores, de ahí que la ira de los protestatarios se canalizara hacia el socio de los tories, los liberal-demócratas de Nick Clegg, al que acusaron de "traidor". Está claro que las raíces intelectuales de este grupo de jóvenes aspirantes a revolucionarios no se hunden en la obra de un John Locke, un Adam Smith o un David Ricardo. Por el contrario, sus referentes están en la izquierda más rancia (aquella que amenaza con acabar con el capitalismo), cuyo carácter destructor veneran y que, en última instancia, aspira a imponer a la gran mayoría los postulados de unos pocos. Así ha sido históricamente.
No parece que Cameron vaya a ceder. Las medidas de austeridad que está imponiendo responden a la grave situación económica del país. Lo fácil para él sería dar su visto bueno a las peticiones de los estudiantes. Pero eso sería una reacción cortoplacista, y los buenos tories siempre han apostado tanto por el largo plazo como por buscar el interés de la mayoría aun en las situaciones más adversas. Cameron está siguiendo esa senda. Y además, que, como dijo recientemente William Hague, para escándalo de Ed Miliband, "mejor ser hijo de Thatcher que de Gordon Brown".