Se trata de un número dedicado al futuro de Europa. Un futuro en el que obviamente, tiene cierta importancia el desafío de los inmigrantes, los nuevos europeos, su estatuto político de ciudadanos y nacionales, y su papel en la renovación, o la agonía definitiva, de esta decadente Europa de nuestros pecados.
Bien es verdad que los norteamericanos tienen sus propios problemas de inmigración, en particular los relacionados con los ciudadanos o inmigrantes (legales o ilegales) de procedencia hispana. Lo ocurrido en las últimas elecciones se veía venir. Según los sondeos de CNN, en torno a un 8 por ciento de los votantes eran de origen hispano. De estos, y según la misma encuesta, un 69 por ciento votó a los demócratas y un 29 por ciento a los republicanos.
El vuelco es total desde las elecciones de 2004, cuando Bush y Rove consiguieron que los electores de origen hispano votaran republicano en un 44 por ciento. En 2000 Bush había conseguido el 31 por ciento del voto hispano. No era una mayoría, pero como los demócratas daban por descontada una superioridad más que holgada y la subida muy fuerte, los resultados fueron considerados, con razón, una gran victoria de los republicanos.
Desde el primer momento hubo quien advirtió que era un avance coyuntural. El voto hispano ya se había desplazado hacia los republicanos en los años setenta, con Nixon, luego se dividió y más tarde volvió a los demócratas. En 2000, los hispanos votaron a Al Gore, el candidato demócrata, en un 67 por ciento. En 2004 votaron a John Kerry en un 53 por ciento. Lo que quedaba demostrado, o más bien corroborado, era que no existía eso que se llamaba “voto hispano”. A diferencia de los afro americanos o los judíos, los hispanos no son votantes fieles y sistemáticos de un partido, en el caso de estos dos grupos, el Demócrata.
La complejidad del caso de la inmigración y la polémica surgida entre los liberal conservadores les han complicado las cosas a los republicanos. La muy llorada mayoría republicana no fue capaz de sacar adelante una ley equilibrada sobre la inmigración y las posiciones siempre pro inmigrantes de Bush quedaron ahogadas bajo una serie de propuestas absurdas, como la de expulsar a todos los inmigrantes ilegales o considerarlos delincuentes. Para ganar el respaldo de un electorado local alarmado ante el cambio social que se está produciendo ante sus ojos y en sus propios barrios, muchos representantes y bastantes senadores apostaron por una imagen de extremismo casi racista. Se arriesgaban a la antipatía de los hispanos y la obtuvieron con creces.
Si a eso se le añade un Partido Demócrata dispuesto a aprovechar la ocasión y una pléyade de grupos, bastantes de ellos de inspiración religiosa, empeñados en fomentar la falacia de una “identidad latina” merecedora de derechos propios e incluso de compensaciones específicas por los supuestos agravios históricos que había sufrido, tal y como se puso en escena en las manifestaciones de la primavera pasada, el resultado estaba cantado. Sólo faltaba conocer los datos de las elecciones para ver el estrago. Ya ha quedado claro.
***
Bush, evidentemente frustrado y más que probablemente enfadado –por no utilizar una palabra más fuerte- ha reaccionado por fin. El senador por Florida Mel Martínez, nacido en Cuba, preside desde hace pocas semanas el Comité Nacional del Partido Republicano. Será un hispano quien estará a cargo de las elecciones parciales que se celebren de aquí a 2008, y sobre todo de las elecciones cruciales de ese mismo año. Está claro que Bush no quiere rendirse y no da las próximas elecciones por perdidas entre el electorado de origen hispano. Como era de esperar, ha habido críticas al nombramiento, considerado poco representativo.
El nombramiento de un hispano al frente del Partido Republicano plantea con toda claridad la dimensión del problema al que Bush se ha enfrentado con lucidez, aunque con escasa energía a la hora de equilibrar las posiciones dentro de su partido. Es un debate sobre la identidad de Estados Unidos, el significado de la cultura norteamericana y su capacidad de integración.
Todos los estudios apuntan lo mismo. La tasa de nacimiento entre la población de origen hispano es el doble que la del resto de la población norteamericana. Si a eso se añade la entrada constante de inmigrantes procedentes de Latinoamérica y la presencia de unos once millones de inmigrantes ilegales del mismo origen, nos daremos cuenta del cambio. No estamos asistiendo a la emergencia de una minoría mayoritaria, que ya está ahí, sino a la de una nueva Norteamérica en la que la nueva minoría mayoritaria será la población blanca de origen europeo. A mediados de siglo –probablemente será antes– apenas alcanzará el 50 por ciento de la población.
Como Mel Martínez y Bush saben muy bien, al proceder ambos de Estados multiétnicos como son Florida y Texas, la futura Norteamérica será una sociedad de una variedad racial desconocida hasta ahora. El intento liberal conservador –republicano en lo político- debería concentrarse no en salvaguardar una esencia o una hegemonía étnico-cultural perdida de antemano, sino en evitar que esa complejidad inevitable, en la que el concepto mismo de identidad racial está difuminándose a toda velocidad, degenere en multiculturalismo.
Nadie sabe, por ejemplo, cómo evolucionarán algunos comportamientos propios –al menos si nos atenemos a los estereotipos fijados por las encuestas socio-culturales– de los hispanos. Resulta que las mujeres de origen hispano tienden a tener hijos muy jóvenes, en un alto porcentaje fuera del matrimonio (92 sobre mil en 2003, frente a 28 sobre mil para las mujeres blancas de origen europeo, 22 sobre mil para las asiáticas y 66 sobre mil para las mujeres negras). Pero también sigue vigente el modelo de familia extensa, que garantiza la solidaridad en momentos de crisis. Y además los hispanos permanecen fieles a una ética clásica del trabajo, que les lleva a no mirar con buenos ojos a quienes no viven de su propio esfuerzo. Lo primero –los hijos fuera del matrimonio– parece hacerles carne de cañón de los programas de seguridad social y condenarles a engrosar las filas de subclases dependientes e irresponsables. Lo último contradice esta intuición y corrobora un hecho ya constatado, y es que muchos inmigrantes de origen hispano saltan con más rapidez de la que se suponía del estatuto de empleado o trabajador al de autónomo y al de empresario. La pervivencia de la familia extensa, tan poco anglosajona, no tiene fácil traducción política.
Nos encontramos por tanto ante un panorama completamente nuevo. Explica en parte el desconcierto de la derecha, que habrá de hacer un esfuerzo gigantesco para remontar el revolcón sufrido en las elecciones. Ahora bien, quienes creen que pueden fundar una hegemonía duradera de los demócratas en una supuesta “identidad latina”, la de la “raza” y la “cultura hispana”, se llevarán muchas sorpresas.