
A pesar de esa pátina tenebrosa, el mito ha logrado mantener su heroicidad, vivo para quienes todavía se impresionan con los hondazos del David caribeño. De esta suerte, decidí pasar unos días en Cuba, para comprobar si la Isla era el paraíso en la tierra, como creyeron mis padres.
Lo que hallé en Cuba superó mis peores expectativas. Es un Estado opresivamente policiaco, tan vasto que, se dice, de once millones de cubanos, nueve son policías. Su peor consecuencia es el "estado de prisión mental", por el que nadie sabe lo que verdaderamente anida en su interior. Si un extranjero conversa con un cubano, observará una contradicción: alaba y critica al régimen al mismo tiempo. No menos grave, este sistema de delación permanente ha destrozado la confianza en el prójimo. La cubana debe ser la única sociedad de Occidente en que, cuando se conversa con otro, la primera idea es la sospecha.

Y así, como en una irónica justicia de la historia, el Comandante en Jefe es ahora el Fulgencio Batista que combatió cuando joven, una siniestra copia que ha hecho palidecer el original hasta extremos inimaginables y que lleva más de un año sin aparecer. Durante su natalicio, otrora fecha de celebraciones y marchas, la Plaza de la Revolución lució desamparada y vacía, y la dictadura tuvo que extender un día más los carnavales, acaso los más tristes de La Habana, según todos. ¿Es eso lo que llamamos heroísmo, y que debe justificar todos estos abusos? Si algo quedó de la admiración paterna es que ningún acto heroico debería tener el costo de acabar con el bienestar de un pueblo, justamente el mismo al que se dice beneficiar o inspirar.
Hoy son otros los que quieren librar por fin al pueblo cubano de la tiranía que lo acosa. Disidentes, presos, líderes que intentan inculcar un sistema de valores elementales. Ellos no son calco ni copia, sino una creación heroica, porque lo tienen todo en contra. Con ellos está mi corazón, pues se ha quedado en Cuba, a su lado. También anida allí mi esperanza por verla libre, próspera, con bienestar y justicia. Ése es el sueño inconmovible, el que no cesa de iluminarnos pese a la tiniebla autoritaria que quiere resistirse al tiempo o al cambio de estación. Lo que ella no sabe es que, como el aguacero, caerá inevitablemente. Y esta vez lo veremos.
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