Nadie se extrañará, supongo, de mi simpatía hacia las ideas libertarias, ni de mi entusiasmo por el capitalismo. Lo que está en debate es el término guerra: cuando se emplea, mucha gente piensa únicamente en las Guerras Mundiales, o en conflictos semejantes.
La guerra actual, en la que todos estamos, más o menos, comprometidos, es una guerra radicalmente diferente en muchos aspectos, una guerra civil a escala planetaria, en la que el enemigo no siempre lleva uniforme, en la que tu vecino, de pronto, hace explotar un coche-bomba, o se hace explotar él mismo, delante de tus narices y las de tus hijos. Incluso en guerras como las de Irak y Afganistán, lo que predomina es el elemento de confrontación civil, a lo que se podría añadir, como en Sudán (y eso desde hace 30 años), la masacre sistemática de infieles por los musulmanes. Pero, las cosas como son, cuando Bush y otros, pocos, declaran que están en guerra contra el terrorismo, tienen razón: estamos en guerra, una guerra larga y en muchos aspectos inédita.
En vista de lo cual, lo que más deseamos: la drástica disminución del papel del Estado en nuestras sociedades, para dar paso a la iniciativa privada, a la sociedad civil, a la inteligencia y a la libertad, se encuentra obligatoriamente frenada. Esta situación de guerra peculiar, pero guerra, exige un Ejército, lo más potente y moderno posible; una Policía con, en muchos casos, una necesaria ampliación de sus prerrogativas; unos servicios de Inteligencia más inteligentes y mejor dotados, con el indispensable privilegio de la clandestinidad y el secreto. Y una Justicia que acepte la realidad de la peligrosidad del terrorismo y lo condene.
Estoy hablando, por ejemplo, de la traicionera campaña contra "los misteriosos vuelos de la CIA", de las actuaciones políticas, judiciales y policiales, apoyadas por muchos medios, en contra de esos "vuelos", con la máscara de los "derechos humanos", que en la práctica se resumen en actuar para que los derechos del hombre-terrorista sean mejor protegidos que los de sus víctimas y, más aún, los de quienes lo combaten. Eso siempre se ha denominado "colaboración con el enemigo". En nombre de la democracia y de los Derechos Humanos, lo único que pretenden algunos es participar de forma totalmente hipócrita en la guerra contra los USA.
Nada tiene de extraño que el país europeo que más actúa en favor del terrorismo, y que más pretende castigar esos "vuelos de la CIA", sea Italia, porque tiene un Gobierno casi totalmente comunista y un jefe de Gobierno, Romano Prodi, del que empieza a saberse que tiene un parentesco, y no sólo religioso, con el arzobispo de Varsovia que ha tenido que dimitir debido a sus lazos clandestinos con el poder comunista.
En España tenemos el extravagante privilegio de enfrentarnos a dos terrorismos, cosa que no ocurre en otros países europeos. Me refiero, evidentemente, al terrorismo etarra y al islámico, que pueden, claro, unirse eventualmente, como por lo visto ocurrió, aunque las autoridades lo nieguen, en los atentados de Atocha. Pero no seamos imbéciles: incluso si no fue así en el 11-M, puede perfectamente ocurrir mañana, teniendo en cuenta los lazos abiertos, entusiastas, "revolucionarios", que los propios etarras reivindican con Hezbolá, Hamás y otros grupos terroristas islámicos. Con lo cual su colaboración, si no pasada, futura, resulta evidente.
Soy totalmente consciente de las dificultades que existen cuando se pretende, a la vez, luchar eficazmente contra el terrorismo y mantener los principios del Estado de Derecho. Pero, al mismo tiempo, constato que esa dificultad ha sido superada en diferentes ocasiones. El primer ejemplo, para nosotros, españoles, es el del Gobierno de José María Aznar en su lucha contra ETA, con el más absoluto respeto de las leyes. Exactamente lo contrario de Felipe González, quien, con la complicidad de Mitterrand, pagó a matones profesionales del hampa francesa para que asesinasen a dirigentes etarras, reales o supuestos, en Francia.
Este es un ejemplo preclaro de una actuación vil, ilegal, pordiosera y políticamente nefasta, que rompía radicalmente con las normas del Estado de Derecho. En cambio, la actuación del Gobierno de Aznar fue perfectamente legal e infinitamente más eficaz en la lucha contra ETA, como explícita o implícitamente reconocen todos, hasta ciertos socialistas. Lo cual no impide que, para la Unesco, el New York Times, el Parlamento Europeo, la Internacional Socialista y Evo Morales, por ejemplo, el referente moral sea González y el facineroso, Aznar. Así escriben sus señorías la historia.
No es que a mí la legalidad me chifle, he realizado demasiadas cosas ilegales en mi vida, algunas confesadas, para dar gato por liebre, pero resulta que, como millones de españoles, opino que cuando la ilegalidad –como en el caso de los GAL– es infinitamente más monstruosa que la ley, prefiero la ley.
Pues está visto que, una vez, más teníamos razón, y que, pese al atentado de Barajas, el Gobierno va a hacer como si no hubiera pasado nada, borrón, pero no cuenta nueva, con lo cual, poco a poco, los éxitos logrados por el Gobierno de Aznar se están destruyendo, y ETA, ya ni perseguida ni acuciada, prepara sus lendemains qui chantent, Otegui, Ibarreche, como Carrillo o Alonso, y muchos más, forman el coro de la paz vasca, parecida a la paz nazi, y ETA triunfa: un solo bombazo y todos tiemblan, todos nos piden clemencia, todos nos prometen el oro y el moro. Pues ¡a cumplir, maquetos!
Trasladando el mismo problema del terrorismo al escenario internacional, noto que, sin hablar del mundo musulmán, en países latinoamericanos como en países europeos (España, Francia, Italia, concretamente), el ser antiyanqui y antibush es una condición necesaria, hasta para ganar elecciones cantonales: a este aquelarre hemos llegado. Claro que toda esa potente campaña no sólo miente descaradamente, sino que es descaradamente hipócrita, y es así como podemos asistir al desmayo nervioso de Moratinos por haber visto el lejano tacón de Condoleezza Rice.
Pero lo esencial de esa dura campaña, idéntica a la de los comunistas durante la Guerra Fría, o sea, que los USA son el país más "fascista" del mundo (y por lo tanto justifica el terrorismo como "única arma de los pobres", o lo "explica" como consecuencia de la acción norteamericana, que lo provoca), se nutre de las más desalmadas mentiras, que la realidad desmiente cotidianamente. Pero ¿qué valor tiene la realidad para Cebrián & Co.?
Para concluir, daré algún ejemplo de nuestra imbecilidad universal, y de complicidad con el terrorismo: Bush hubiera transformado los USA en una dictadura evangélico-conservadora. Las recientes elecciones y los debates en el Congreso demuestran exactamente lo contrario. El norteamericano sería un ejército imperialista compuesto de asesinos, cuando nunca jamás, ni el ejército japonés en China, ni el nazi en Europa, ni el soviético en Alemania, ni el francés en Argelia, nunca, jamás, ningún ejército ha castigado a sus soldados u oficiales por haber cometido bestialidades, como sí ha hecho el ejército yanqui. Al revés, todos los demás ejércitos han castigado no el haber hecho demasiado la guerra, sino el no haber querido hacerla lo suficiente, o el haber desertado, etc. El ejército norteamericano es, pues, el único que castiga duramente (¿demasiado?) a sus militares cuando cometen violencias graves.
En cuanto al paradigma del horror que sería Guantánamo, es para morirse de risa. No diré que es una cárcel modelo, porque eso podría sugerir malos recuerdos a algunos españoles, pero es una cárcel modélica. Y lo siento, pero mi principal crítica al ejército norteamericano en Irak sería la de no haber sido lo suficientemente feroz. Militarmente, se entiende.