Las cosas, como son: los intentos de la Administración Bush por poner freno al programa nuclear iraní han fracasado. Absolutamente. La última tanda de sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU, que tardó un año en salir adelante, es de una debilidad cómica y viene a poner el punto final a la vía sancionadora.
El presidente Bush va a dejar a su sucesor un Irán a punto de acceder al club nuclear, lo cual llevará aparejado una profunda desestabilización de Oriente Medio. Los árabes moderados se verán amenazados por la hegemonía iraní, e Israel habrá de estar en alerta permanente.
No obstante, podemos trabajar por diluir tal fracaso. Dado que todo parece indicar que no se conseguirá el desarme de Irán por medio de la anticipación o las sanciones, tendremos que recurrir a la disuasión para evitar que los mulás, algunos de los cuales son apocalípticos y mesiánicos, tengan a su disposición armamento nuclear.
Durante la Guerra Fría no fuimos atacados, como tampoco lo fueron nuestros aliados. La causa de ello hay que buscarla en la extensión de nuestro paraguas nuclear; en otras palabras: dejamos meridianamente claro que consideraríamos cualquier ataque contra nuestros aliados un ataque contra nosotros mismos. Esta advertencia hizo que los soviéticos se lo pensaran dos veces antes de atacar a nuestros socios europeos. Por eso fue posible la paz.
Pues bien, deberíamos hacer lo mismo en Oriente Medio. Sería algo infinitamente menos peligroso (y por tanto más creíble) que la disuasión de la Guerra Fría, ya que EEUU no ha de hacer frente a amenaza alguna de aniquilación por parte de Irán. A diferencia de la URSS, el régimen de los ayatolás no podría reunir un arsenal que le permitiera alcanzar nuestro país.
¿De qué manera habríamos de poner en marcha la disuasión? Llegados a este punto, deberíamos atender a lo que hizo Kennedy durante la Crisis de los Misiles. El presidente Bush debería adoptar el lenguaje de JFK y realizar la siguiente declaración:
Consideraremos cualquier ataque nuclear contra Israel desencadenado por u originado en Irán, un ataque iraní contra los Estados Unidos, y responderemos con un acto de represalia total contra Irán.
Lo anterior debería ir acompañado de esta sencilla explicación:
Como faro de tolerancia y como líder del mundo libre, Estados Unidos no va a permitir que el pueblo judío sea sometido a un segundo Holocausto.
Esta Declaración del Holocausto sería un punto de referencia que habría de sobrevivir a esta Administración. Cada futuro presidente –y cada candidato presidencial serio– tendría que decir públicamente si la suscribe o no.
Es éste un asunto importante, no exento de controversia. De hecho, podría argüirse que la Declaración del Holocausto podría ser superflua o incluso provocativa.
Algunos podrían considerarla superflua porque Israel podría tomar represalias por su cuenta. El problema es que Israel es un país muy pequeño con un arsenal nuclear igualmente pequeño... y radicado, en buena medida, en tierra, lo cual facilitaría su destrucción en un solo ataque.
Durante la Guerra Fría, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética se dotaron de vastas flotas de submarinos indetectables y, por eso mismo, indestructibles en una primera incursión enemiga, lo cual aseguraba la represalia y la disuasión. La invulnerabilidad y el tamaño del arsenal nuclear americano harían que la disuasión americana fuera mucho más contundente y segura que cualquiera que pudiera concebir y poner en marcha Israel, y por tanto sería también más adecuada para el mantenimiento de la paz.
¿Sería, quizá, provocativa? Todo lo contrario. La disuasión es la menos provocativa de las estrategias. De ahí que sea la alternativa favorita de todos aquellos que se oponen a un ataque preventivo contra Irán. Con la Declaración del Holocasuto, la disuasión podría dejar de ser un latiguillo y convertirse en una política genuina.
Desde luego, no está claro que la disuasión funcione con gente como Mahmud Ahmadineyad, pero sí podría hacer que los actores iraníes racionales, que los hay, se centrasen en contener o incluso en deponer a líderes como aquél, que sacrificarían la existencia de Irán con tal de cumplir el mandato divino de exterminar al Estado judío, esa "asquerosa bacteria", "esa vergonzosa mancha [sobre] el mundo islámico".
Por primera vez desde los tiempos de Jesucristo, Israel es el hogar de la comunidad judía más grande del mundo. En flagrante violación de la Carta de la ONU, un poder implacable ha manifestado abiertamente sus intenciones genocidas hacia Israel, y está tratando de hacerse con los medios que le permitan llevar a cabo tal empeño. Pero el mundo no hace nada; o, en todo caso, arrojar más gasolina al fuego, como los rusos.
Para quienes consideren que no debería subyacer principio moral alguno a la política exterior norteamericana, la Declaración del Holocausto no viene a cuento. Pero para quienes crean que América representa algo en el mundo, que la nación que más pueblos ha liberado ha de tener una mínima consideración por la moral, no puede haber misión más urgente que la de evitar la aniquilación nuclear de una democracia aliada, del último refugio, la última esperanza de un pueblo ancestral sobre el que se cierne, de nuevo, la amenaza de la Solución Final.