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EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Cómo nos ven

Un artículo del New York Times sobre la política de Zapatero ha tenido un cierto eco en la prensa española. No es que Zapatero despierte grandes pasiones ni curiosidades más allá del Atlántico, al menos por encima del Río Grande. Y no porque allí no se interesen por lo que pasa fuera de sus fronteras. En ningún otro lugar la realidad y la política exteriores son seguidas con más curiosidad que en los círculos políticos norteamericanos. Allí nada se considera irrelevante, ni siquiera Zapatero, que a veces parece estar empeñado en hundirse, y hundirnos con él, en la insignificancia.

Un artículo del New York Times sobre la política de Zapatero ha tenido un cierto eco en la prensa española. No es que Zapatero despierte grandes pasiones ni curiosidades más allá del Atlántico, al menos por encima del Río Grande. Y no porque allí no se interesen por lo que pasa fuera de sus fronteras. En ningún otro lugar la realidad y la política exteriores son seguidas con más curiosidad que en los círculos políticos norteamericanos. Allí nada se considera irrelevante, ni siquiera Zapatero, que a veces parece estar empeñado en hundirse, y hundirnos con él, en la insignificancia.
Zapatero.
También es cierto que el presidente del Gobierno español suscita en Estados Unidos un desprecio notable y, como dicen allí, bipartidista. Es decir, ampliamente compartido por la clase política. Por eso no está mal que intenten entender lo que está haciendo. El sesgo del New York Times es, inevitablemente, progresista, aunque insiste en la deriva izquierdista de la política de los progresistas socialistas. Lo matiza la intervención de Astarloa, que explica con claridad cómo Zapatero está destruyendo los consensos sobre los que se fundó la Transición y que luego se consolidaron (yo creo que en apariencia, pero esa es otra cuestión) durante los treinta años de democracia.
 
Antonio Elorza, que si no fuera por su dogmatismo ideológico, tan carlista, tal vez habría florecido como un biotipo neocon, añade: "Estamos [sic] reformando el Estado sin saber a dónde vamos". Debe de ser la crítica más fuerte que se permite dentro de la secta. Y un amigo del presidente, que prefiere mantenerse en el anonimato, dice que Zapatero no es un hombre de izquierdas, sino un "demócrata radical". Cualquiera sabe lo que es eso. Un norteamericano entendería algo así como que Zapatero es un Howard Dean, o una Hillary Clinton antes de descubrir que el aborto tiene algo de… trágico.
 
Zapatero.La analogía permite intuir hasta qué punto los norteamericanos de la nueva izquierda consideran –con razón– a la nueva izquierda europea hijuela suya.
 
En cuanto a la política general, el autor del artículo afirma que Zapatero da por supuesto que la democracia en España está lo suficientemente consolidada como para intentar sus experimentos radicales, no socialistas. Fundamentalmente, en cuatro terrenos: lo que los norteamericanos llaman "derechos civiles" –es decir, el matrimonio gay–, el antifranquismo póstumo y retroactivo, el enfrentamiento con la Iglesia y, finalmente, la construcción de un nuevo Estado, con la que se afrontan a la vez las reformas estatutarias y la negociación con unos etarras que se niegan a dar un solo paso atrás en su radicalismo, extremo éste en el que coinciden, entre otros muchos, con Zapatero.
 
El panorama no arroja una luz muy favorable para Zapatero. Del artículo no se deducen líneas políticas claras que no sean las puramente inspiradas por la ideología. No insiste en las aristas más sangrantes, como la censura, el odio a España de los socios del Gobierno, la violencia cada vez más institucionalizada y la voluntad de gobernar contra el PP, el único partido nacional democrático. Al final, el autor hace suya una idea de Emilio Lamo de Espinosa que parece más un aviso a la oposición que otra cosa. Si bien los españoles no parecen felices con Zapatero, no hay que deducir que vayan a apresurarse a apoyar al PP. Supongo que en Génova habrán leído el texto.
 
***
 
Otro texto significativo ha aparecido recientemente, esta vez en The Wall Street Journal. No trata de España, sino de la nueva alianza que se está formando en estos años recientes. Comenta un próximo libro del escritor británico Nick Cohen acerca de la alianza entre la izquierda occidental y los islamistas. Según Cohen, Marx se habría quedado horrorizado con lo que está ocurriendo ahora mismo. La Alianza de Civilizaciones no le gustaría mucho, en resumidas cuentas.
 
Yo siempre he tenido mis dudas a este respecto. El socialismo, por mucho que apele a los buenos sentimientos y reivindique la herencia de la Ilustración y las Luces, me parece un proyecto fundamentalmente totalitario y dispuesto a aliarse, para conseguir su objetivo de destruir la libertad, con cualquiera que lo comparta, por el motivo que sea. No veo en qué el totalitarismo islamista de Ahmadineyad contradice fundamentalmente el totalitarismo marxista. De hecho, en Hezbolá consideran la cuestión de la religión del aliado algo secundario. No así entre algunos grupos suníes, pero veremos cómo evoluciona la tendencia. La clave será el sustantivo: "totalitarismo", no el adjetivo.
 
Mahmud Ahmadineyad y Felipe González.Tampoco veo en qué la izquierda europea, a imagen de la nueva izquierda surgida hace treinta años en Estados Unidos, tenga remilgo alguno a la hora de aliarse con estos nuevos sátrapas islamistas. Ahí está Felipe González, presunto y llorado representante de una izquierda clásica y sensata, que se fue a Teherán a defender el programa nuclear de Irán, es decir la próxima destrucción del Estado de Israel… inmediatamente después de haber recibido no sé qué premio de la Comunidad Judía de Madrid.
 
El artículo del Wall Street Journal se titula "An Unlikely coalition of anti-American groups grains momentum" ("Avanza una inverosímil coalición de grupos antiamericanos"), y describe las nuevas alianzas entre grupos islamistas de nueva generación, en particular los recién llegados a Hezbolá, crecidos tras lo que consideran la victoria de agosto sobre Israel, las milicias surgidas en Irak, los próximos amos nucleares de Irán; el populismo latinoamericano de Chávez, muy popular en Oriente Medio; personajes como el alcalde de Londres, excelente representante del progresismo europeo a la búsqueda desesperada de un Führer, y, como no podía faltar, Rodríguez Zapatero.
 
De este último destaca tres datos el artículo: su propuesta de la "Alianza de Civilizaciones", sus simpatías declaradas por los terroristas de Hamás y Hezbolá y sus excelentes relaciones con Chávez, Fidel Castro y Evo Morales.
 
Zapatero no dispone de un ejército importante. Tampoco de recursos económicos ni lejanamente comparables a los de los sátrapas del petróleo. Pero tiene en su mano varias bazas peligrosas. Aparte de los contactos, meticulosamente cultivados, con la hez de la política internacional, está el prestigio derivado de ser el presidente de una democracia europea, el "buenismo" de la "Alianza de Civilizaciones" y lo que esto significa para la nueva izquierda occidental: un proyecto de rendición que permite al mismo tiempo librarse de cualquier responsabilidad en la defensa de los propios valores (muy poco apreciados, por no decir algo más fuerte) y delegar su destrucción en regímenes y organizaciones terroristas y totalitarios.
 
En otras palabras, Zapatero podrá ser considerado todo lo insignificante que se quiera, pero en algunos círculos de Estados Unidos le tienen bien tomada la medida. Y no lo consideran inocuo ni, mucho menos, un paréntesis. Más bien al contrario.
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