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DESDE JERUSALÉN

Cogito ergo sum

Las elecciones que tienen lugar en Israel (28-3-06) son una fiesta de la democracia. Más de treinta listas compiten por 120 escaños del Parlamento unicameral (Knéset), al que sólo una tercera parte de ellas tiene posibilidades reales de ingresar, ya que para ello la ley requiere un mínimo de votos, que este año rondará los 70.000.

Las elecciones que tienen lugar en Israel (28-3-06) son una fiesta de la democracia. Más de treinta listas compiten por 120 escaños del Parlamento unicameral (Knéset), al que sólo una tercera parte de ellas tiene posibilidades reales de ingresar, ya que para ello la ley requiere un mínimo de votos, que este año rondará los 70.000.
Con todo, es positivo que todas ellas transmitan sus mensajes, porque así se mantiene vivo el intercambio de ideas y la discusión en el respeto mutuo. La plena libertad de expresión de la que goza este país se ve reflejada en la variada propaganda de los partidos: izquierda, centro y derecha; moderados y extremos; laicos, religiosos y antirreligiosos; islamistas y nacionalistas árabes, ecologistas, comunistas, sindicales y partidarios de legalizar la marihuana.
 
Todos intentan persuadir al ciudadano israelí, porque el sistema democrático se basa en la preeminencia de la razón, que sabrá prevalecer en el momento de elegir, libre de miedo y represiones.
 
En este sentido, el contraste entre Israel y su entorno no podría ser mayor. Lo vemos diariamente en el temor y terror imperantes en las sociedades árabes que nos rodean, y hemos podido sentirlo en estos días, en los que el paramédico afgano Abdul Rajmán iba a recibir pena de muerte (23-3-06) por haberse convertido al cristianismo, hasta que finalmente el tribunal decidió abandonar el caso (26-3-06) "por falta de evidencias".
 
Los clérigos musulmanes que juzgaron a Rajmán habían advertido que "si el Gobierno cediera a las presiones de Occidente y le perdonara la vida, ellos incitarían a que el pueblo lo hiciera trizas".
 
Hamid Karzai.Condoleezza Rice telefoneó al presidente Hamid Karzai para solicitarle su intervención, y el Vaticano pidió clemencia para Rajmán. Pero la libertad de pensar no debería resultar de la misericordia de los que rigen, sino de un derecho humano esencial promovido por todos, también por los musulmanes por doquier.
 
No es así. Una buena parte del Islam está siendo violentamente secuestrada por el islamismo, que aprovecha los rodeos de la primera en materia de libertad de conciencia. El Islam ha sostenido que abandonarlo está prohibido y que se debe decapitar al apóstata (murtad). La mera existencia de este principio disuade a las personas de especular en materia de fe, o de atreverse a proponer reformas que pudieran modernizarla.
 
Mucho se cuidará el musulmán de compartir dudas religiosas, porque puede sentir, aunque no lo verbalice, que su vida corre peligro, ya sea en la sociedad en la que mora o por parte de los islamistas de fuera.
 
Incluso si la decapitación se cumple raramente, su mera acechanza es una espada de Damocles que reprime el pensamiento y la creatividad. En algunos países la pena de muerte al apóstata es parte de la ley, como en Yemen, Qatar y Mauritania, cuyo código penal estipula, en su artículo 306: "Si un musulmán es hallado culpable del crimen de apostasía, sea de palabra o de acción, será requerido de arrepentirse durante un período de tres días. Si no se ha arrepentido en ese lapso, será sentenciado a muerte como un apóstata y su propiedad será confiscada por el Tesoro".
 
En Irán, desde la revolución islamista de 1979, el artículo 167 de la Constitución establece que cualquier parte de la sharia, la ley islámica, puede ser legalmente aplicada. En diciembre de 1990 Husein Suleman, un musulmán que se convirtió al cristianismo, fue colgado por apóstata.
 
En Arabia Saudí ni siquiera hay código penal escrito: la sharia es considerada la ley del país, y los 800.000 cristianos que allí residen oficialmente no existen. La ley saudí les prohíbe practicar su culto (de los judíos ni hablemos: tienen vedado incluso el ingreso al país, aun como turistas). No hay ni una iglesia en toda Arabia Saudí, y está prohibido construirlas, así como celebrar las fiestas cristianas; se prohíbe tener Biblias o portar símbolos religiosos.
 
Cuando 16 filipinos (incluidos cinco niños) fueron detenidos por leer los Evangelios en un piso privado de Riad (7-1-00), presiones internacionales lograron que eventualmente se pusiera en libertad a Donnie Lama, después de que pasara en la cárcel un año y medio. Antes de ser expulsado del país fue flagelado con setenta latigazos, ante el gélido silencio del los medios y la opinión pública.
 
El hecho de que pensar de un modo u otro pueda ser considerado crimen estatal constituye una barrera infranqueable contra el ingenio y la avidez de conocer y mejorar.
 
Una cuestión de dignidad humana
 
Los estudiosos islámicos que desestiman la pena máxima para la apostasía se basan en el principio de Ijtihad (pensamiento independiente), que significa que uno debe permanentemente investigar para reafirmar su fe. Así, el Corán permitiría interpretaciones divergentes sobre este asunto y muchos otros. La sura clave es la 137:
 
"A quienes crean y luego dejen de creer, vuelvan a creer y de nuevo dejen de creer, Alá no está para perdonarles".
 
Para Mohamed Hashim Kamali, ese texto prueba que la apostasía no merece la pena capital, ya que, si la intención coránica fuera decapitar al apóstata, el párrafo no llegaría a plantear varios niveles de descreimiento, idas y vueltas que sólo pueden tener lugar si del primer paso es posible salir ileso.
 
Los islamistas también deducen que hay dos niveles, pero bien distintos. Uno es para el nacido musulmán que comete apostasía; basándose en el texto, tiene derecho de arrepentirse. Si no lo hace, debe ser ejecutado. El otro nivel es para quien se ha convertido al Islam (y por lo tanto ya utilizó su privilegio de cambiar de religión). Este segundo caso es más grave, y debe ser expeditivamente decapitado incluso si se arrepiente.
 
En el mundo árabe-islámico actual, debido a que está sometido a dictaduras monolíticas, no queda espacio para lecturas sagaces ni para el debate, ni siquiera para el debate acerca de la medida del debate. Los intentos de democratización (Argelia, Yemen, Marruecos, la Autoridad Palestina) terminan revirtiendo, fracasando y deprimiendo toda iniciativa futura que abra la sociedad.
 
Y pareciera que aun las voces más sensatas terminan cediendo ante la furia. En el caso del afgano Rajmán, también se expidió el imán Abdul Raoulf, de quien podría haberse esperado cordura, ya que sufrió la prisión de los talibán debido a sus opiniones moderadas. Raoulf acaba de reiterar que "rechazar el Islam es un insulto a Dios, y no hemos de permitir que Dios sea humillado". Sentado en un patio de la mezquita Herati, sentenció: "¡Cortadle la cabeza!".
 
Paralelamente, el máximo imán de la mezquita Hossainia, una de las más grandes de Afganistán, Said Mirhosain Nasri, advirtió de que ni siquiera debe concederse a Rajmán la posibilidad de abandonar el país: "Debemos dar el ejemplo: debe ser colgado".
 
Hay un caso famoso de apostasía de un intelectual educado en España, Khalid Durán, quien habla cinco idiomas, se ha especializado en estudios islámicos en universidades alemanas y ha residido en EEUU durante dos décadas. Uno de sus libros es Una introducción al Islam para judíos, donde intenta tender puentes entre las dos religiones. Pero para los islamistas no hay posibilidad de comprensión mutua con el infiel; sólo muerte. Durán se dedica al diálogo entre las tres religiones monoteístas, una iniciativa que es anatema para los islamistas.
 
A quien suscribe estas líneas acaba de cancelársele, sin mediar disculpa alguna, una invitación (28-2-06) a exponer en la Cátedra de las Tres Religiones de la Universidad de Valencia, que parece ceder a que el diálogo se desvanezca ante quienes imponen su propio monólogo.
 
El libro de Durán había sido aprobado por catorce eruditos del Islam y alabado por el cardenal William Keeler, el historiador Martin Marty y el príncipe Hasán de Jordania. Pero Durán fue acusado de apostasía (1-6-01) por el jeque jordano Abdulmunem Abu Zant, y días más tarde islamistas colocaron en su coche un animal muerto y excrementos. Su vida está en peligro, como la de Rajmán.
 
Por éste ha intervenido la canciller alemana, Ángela Merkel, quien recibiera garantías de Karzai de que se dejaría con vida a Rajmán. Pero está muriéndose la libre razón humana, y es para que la llore el mundo entero.
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