Sin embargo, Cleto, que es como parece que prefiere llamarle todo el mundo, dio mucho más de lo que se esperaba de él y derribó, aterrado y confuso, el proyecto fiscal K de retenciones (impuestos previos) a los exportadores de grano, es decir, a los que producen el grueso de la riqueza de la nación. Estaba el Senado 36 a 36 cuando, a las 4.30 de la mañana, tras una agotadora y dramática sesión, le tocó votar a Cobos: era el que tenía que desempatar. Dar sus razones y votar. Sabía bien que los 36 votos favorables al oficialismo no pertenecían únicamente a senadores obsecuentes del régimen, sino también a otros que habían sido presionados de mil maneras distintas, que, como se sabe, en la Argentina son muchas, algunas más dolorosas que otras.
Habló, pues, Cleto. Pronunció unas cuantas frases rimbombantes, como corresponde a su edad y condición, acerca del juicio de la historia y otras etéreas entidades de parecido jaez, y acabó diciendo: "Mi voto no será afirmativo". Costó unos minutos entender que lo que había querido decir era que su voto iba contra el Gobierno del que los azares de la existencia lo habían llevado a formar parte. Media Argentina estaba despierta a esas horas, siguiendo el debate en la televisión, por la cuenta que les traía a todos, de modo que se oyeron en Buenos Aires alardes sonoros de campeonato de fútbol. Cómo sería de evidente que los K iban en contra de los intereses de todos, que hasta Diego Armando Maradona, desaforado populista, benladenista, chavista y castrista, apoyó a Cobos y se sintió más tranquilo. Y es que el jugador se hará el coca-hiri de tanto en tanto, pero no tiene un pelo de tonto a la hora de percibir de dónde sopla el viento. Una popularidad como la suya no se hace sólo jugando bien, sino conectando con la gente.
Cristina tiene la popularidad por el suelo. No da una en el clavo y tiene los dedos hechos un cristo de tantos martillazos. Y lo peor que podía hacer era meterse con las cosas de comer. Recuerdo que Felipe González declaró, cuando los argentinos fueron expropiados por la banca de un día para otro y De la Rúa cayó con su colaboración (la de González), que no habían sabido "tratar con las cosas de comer". Pero saben, vaya si saben. Después de eso vino el Gobierno de Eduardo Duhalde, que duró cerca de dos años y que no hizo absolutamente nada: yo he dicho siempre que fue una lección práctica de liberalismo de la que hay mucho que aprender: sin la interferencia del Estado, la gente no sólo sobrevivió, sino que hasta empezó a prosperar. Después vino Kirchner con su proyecto nacional y, por supuesto, socialista, convencido de que el suyo era un pueblo expropiable porque nadie asesinó al ministro Cavallo por haber mantenido en falso la paridad entre el peso y el dólar: por haber sobrevaluado el dinero, como Trichet.
Como Cristina, además, es una paranoica de cuidado, ha visto en la actitud de Cobos, que es la segunda autoridad de la nación, aunque casi nadie lo recuerde y ella menos que nadie, un planificado golpismo y ha empezado a llamarlo "Carmona", en alusión al efímero empresario venezolano que creyó que había llegado a la presidencia cuando Chávez se lo había merendado con un autogolpe promocional de primer nivel. Por supuesto que Cobos no es Carmona, pero tampoco Cristina es Chávez, un bicho siempre alerta y que sabe cómo pegar primero. Alguien citaba en un periódico de la semana pasada una frase, atribuyéndola a Aznar, que me parece el compendio de toda la sabiduría política: "Primero se gana y después se pelea; por ese orden". Si no es de Aznar, merece serlo, y todos estos fantoches tendrían que aprendérsela y repetirla cada mañana antes de salir de casa, o de la residencia presidencial, como es el caso.
El desprecio de esta mujer por su propio pueblo es tan grande como el de nuestro nunca bien ponderado ZP, y sólo comparable a su incapacidad para entender que hay cosas en las que un Gobierno no puede empeñarse manteniendo las formas democráticas: o se pasa de la actual democracia autoritaria a la dictadura abierta o se prescinde de expoliar al personal.
Cobos no es un gran hombre, y mucho menos un imprescindible. No es Churchill ni es Sharón, y la guerra puede continuar sin él. Pero esta vez no sólo ha estado a la altura de las circunstancias, sino, me parece, por encima. Absolutamente carente de todo carisma (por eso mismo fue elegido por Cristina), ha hecho lo que parecía que nadie se atrevería a hacer: romper la baraja de la que reparte el régimen. Ha señalado el principio del fin del kirchnerismo, le ha propinado un golpe de karateka justo en los tobillos, para que caiga como en una película de Jackie Chan.
Y los K no pueden aspirar a la dictadura porque cometieron el error de liquidar el ejército, en vez de crear uno adicto: ni siquiera aprendieron de Perón. No es fácil que esta mujer termine su mandato de cuatro años. Su propio marido le dijo, a la vista de los acontecimientos, que dimitiera. Aun cuando, si eso sucediera, Cobos fuera presidente, cosa que tampoco es de desear, ni para la pareja mandante ni para nadie. Tendría que tener otro gesto, un segundo gran gesto a la altura de las circunstancias, y sólo aceptar el cargo para convocar nuevas elecciones. Y no me parece que dé para tanto este ingeniero que poco ha salido de Mendoza. Si lo hiciera, empezaría a ser un hombre excepcional, cuya grandeza consistiría en el desistimiento de empresas fuera de su alcance. Por el momento, los argentinos tienen una deuda con él. No estaría mal que adquirieran dos, sobre todo si la segunda significa un cambio, una ruptura en el régimen.
Sé que mis lectores estarán pensando que para qué, si volvería a gobernar otro peronista. Pero es que, hoy por hoy, el peronismo es el país, y sólo un peronista podrá abrir las puertas de una transición, así como sólo un ministro secretario general del Movimiento, como Suárez, pudo hacerlo aquí. El peronismo es tan inabarcable en lo ideológico que hasta el liberalismo cabe en él. Perón era un hombre de derechas que pretendió hacer entre 1945 y 1952 una especie de socialismo corporativo, más parecido al de don Miguel Primo de Rivera que al de Mussolini. En 1952, ya viudo, inició un giro hacia una forma pobre pero entonces adecuada de apertura al capital extranjero. Y en 1973, cuando regresó para morir, recuperó a su ministro de Economía de entonces y, más allá de las rencillas que llevaron a la guerra civil peronista de 1973-1982, intentó continuar por ese camino. Murió a destiempo.
Menem fue la exasperación de la apertura al capital internacional: la corrupción hizo que lo suyo no fuera liberalismo, sino saqueo: el dinero de las privatizaciones de empresas principales no llegó jamás a las arcas del Estado, y la desatención a las menos rentables hundió, por ejemplo, el ferrocarril, que en un país exportador de productos agrícolas y ganaderos es estructurador del territorio y fue elemento fundacional de la nación.
Los Kirchner representan el triunfo tardío de la izquierda peronista de los 70, con su lenguaje neosocialista, su colectivismo, su intervención constante en la memoria histórica, su tendencia renacionalizadora (acaban de comprar a Marsans aquellas Aerolíneas Argentinas que Menem había vendido a Iberia por un dinero que jamás llegó al país, y quieren que el Estado sea el accionista de referencia de Repsol-YPF). Los ministerios están llenos de antiguos montoneros. El que piense que Carmen Chacón es un desafío a los militares no imagina lo que es una ministra de Defensa que fue dirigente montonera y ex esposa de un histórico del movimiento, una ministra Grapo o de cualquier otro grupo terrorista enfrentado durante años al ejército.
Los K son un anacronismo, como ZP, y conservan mucho poder gracias a las divisiones entre los demás correligionarios. Pero bastaría un par de intervenciones de tipos como Cobos, o del propio Cobos, con su voto "no afirmativo", para acabar con ellos.