Las simpatías de los chinos por el capitalismo se reflejan también en un estudio llevado a cabo el año pasado por el Chicago Council on Global Affairs: el 87% de los consultados entonces pensaban que la globalización era beneficiosa para su país, sobre todo en lo que tenía de mayor interconexión de las distintas economías nacionales. Los norteamericanos que sostenían lo mismo no eran sino el 60%, y sólo el 54% de los indios.
No debe sorprendernos que los chinos apoyen la globalización, ya que ésta ha hecho posible que China se abra al mundo, crezca a un ritmo aceleradísimo y reduzca sustancialmente sus niveles de pobreza (cada año abandonan la miseria millones de chinos). Al ampliar los horizontes y multiplicar las oportunidades de la gente, la globalización ha presionado para que el Partido Comunista dé luz verde a las privatizaciones y permita al mercado funcionar, todo lo cual ha causado un impacto positivo en la sociedad civil.
Hoy, los chinos pueden ser dueños de sus viviendas, gestionar sus propios negocios y buscar trabajo en el sector privado. Todo ello era imposible e impensable en los tiempos de la autarquía y la planificación central. Hoy, los estudiantes de bachillerato de Shanghai estudian en sus libros de texto la globalización y las reformas económicas sin tener que vérselas con Mao.
La globalización ha beneficiado a China y a la economía global. A pesar de que los cambios han afectado a millones de trabajadores chinos, la encuesta del Chicago Council reflejaba que el 65% de los chinos consultados creían que el comercio internacional resulta beneficioso para la estabilidad laboral de los trabajadores. Dicha opinión sólo la compartía el 30% de los norteamericanos.
Evidentemente, el objetivo del comercio no es proteger el empleo de nadie, sino crear riqueza. Y en estos momentos el mundo es más rico de lo que lo era hace un par de décadas. La apertura comercial, la revolución de la información y la integración financiera se han combinado con las reformas pro mercado para procurar a China y al resto del mundo un futuro espléndido.
Una de las lecciones que han aprendido los chinos es que, a la hora de combatir la pobreza, es preferible introducir los cambios institucionales pertinentes que recibir ayuda extranjera o abandonarse al intervencionismo estatal. No hace muchas décadas, la miseria se concentraba en Asia, no en África. Hoy, las cosas han cambiado sustancialmente... para los asiáticos, y la ayuda extranjera no ha conseguido que mejore la vida de los africanos más pobres.
China ha avanzado mucho, pero todavía le falta mucho para ser una economía de mercado. Ha de expandir el alcance de los derechos de propiedad, incrementar la transparencia de su sistema judicial y permitir el libre flujo de la información. Asimismo, debe hacer del yuan una moneda plenamente convertible.
De poco sirve abrir el Partido Comunista a los capitalistas y reformar la Constitución para dotar de protección a la propiedad privada si la justicia no es independiente. Por otro lado, no hay mercado libre sin gente igualmente libre, así que China debe dotarse asimismo de libertad política. Así pues, y por decirlo pronto, el reto de China consiste en dotarse de un Estado de Derecho.
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