En esta era en la que, cortesía en mucho de Obama, la adormecida sociedad civil estadounidense, agrupada ya en el legendario Tea Party, provoca una rebelión similar a la que encendiera la mecha de la Guerra de Independencia, los tiranos del mundo se han puesto nerviosos ante un posible contagio.
La emergencia de Fidel Castro, escapado de su tumba, para declarar que el sistema cubano ha sido un fracaso, los esfuerzos de Raúl para proyectar una imagen de reformismo, las solapadas quejas de importantes miembros del socialismo cubano de que "con el viejo no se puede" son síntomas del pavor que ataca a los Castro ante la posibilidad de perder su modus vivendi.
Como la democracia, finalmente, ha sido ubicada en el más sagrado altar de la política, pues ni modo, señores tiranos y dictadores, hay que modernizarse y asumir ese nuevo papel: el de socialista demócrata. Entonces, qué maravilla de líder democrático, este Chávez que no atropella la voluntad del pueblo y acepta conceder un tercio del congreso a la oposición. Pero, curiosamente, ese gran demócrata, aun aceptando que la oposición logró más votos que su socialismo del siglo XXI, mediante su alquimia cubana o tal vez priísta pone el broche a esa gran fiesta democrática haciéndose con el control de dos terceras partes del legislativo, donde seguirá dedicado a democratizar sus robos, agresiones y barbaridades. ¿Y la ley? Bien, gracias.
Ante los ojos del mundo, la democracia avanza en Venezuela. Pero en enero, cuando se instituya el nuevo congreso, el gorila pondrá a sus miembros en la luneta del nuevo templo de la democracia venezolana. Así como Barack Obama, en contubernio con sus demócratas, se ha dedicado a pergeñar piezas legislativas en lo oscurito, piezas que son rechazadas por la mayoría del pueblo americano, no se extrañen, hermanos venezolanos, si, antes de que empiece el nuevo año, el congreso saliente les obsequia, en nombre de la democracia que tanto celebran, un nuevo Mussolini.
Los tiranos aprendieron la lección que les diera el pueblo hondureño sacando del escaparate a esa defectuosa mercancía llamada Zelaya. La democracia requiere de héroes estilo Pancho Villa, Juan Charrasqueado, Cantinflas, etc. ¿Cómo conseguirlos? Muy sencillo: se contrata a un Oliver Stone para producir una cinta superior a su gran éxito, Platoon, y que, en lugar de en las selvas de Vietnam, se desarrolle en las calles de Quito. Y en vez de un Rambo ametrallando todo lo ametrallable con su mueca de mayor dramatismo, el protagonista podría ser un bravo presidente enmascarado enfrentándose a miles de sublevados armados y disparando... fotos. Resultado: Ecuador tiene su nuevo héroe. Qué mejor producto para la plebecracia que este moderno Cid Campeador, que merece se le premie con una presidencia de por vida.
La telenovela no termina aquí. En mi querido México se prepara el escenario para el siguiente episodio. ¿Qué es lo que demanda el mercado local? ¿Un Tony Montana alfombrando el país con sus narcodólares? Tal vez al Chapo Guzmán le interese sacrificarse por patria. Tal vez él tenga alguna sugerencia, que incluya, claro, un plan de gobierno.
Sin embargo, el heroísmo estilo Pedro Infante tiene mucho tirón. ¿Seguirán el modelo ecuatoriano? También el estilo troglodita, buscapleitos y barbaján de Chávez es atractivo para la plebe. ¿Qué tal algo que realmente se asemeje a un verdadero actor? Guapito, no importa que sea chaparro, acompañado por una actriz profesional, con gran talento para memorizar el guión que se le entregue.
¿Qué será lo que realmente demande la plebecracia mexicana? ¿Tal vez una combinación de todo lo anterior? Sea como fuere, lo cierto es que ya no demanda tipos aburridos como Calderón. No es guapo, no es barbaján, se pelea con los narcos, no usa la maquinita del Banco de México; no controla a los nuevos reyecitos de los estados y –no copió a Chávez– no ha podido neutralizar un congreso de vellocinos que lo mantienen maniatado... y al país empantanado. Ya no queremos presidentes que, aun con las manos amarradas, retaquen el Banco de México con reservas, controlen la inflación, velen por el valor del peso... Queremos que siga la peda de los 70 y 80, pero sin las horripilantes crudas.
Hace unos días, el periodista del Miami Herald Andrés Oppenheimer produjo un artículo titulado "Chávez puede perder ganando"; pues yo se lo reviro con otro: "Chávez puede ganar perdiendo". No estoy condenando al querido pueblo de Venezuela a la eternidad del infierno chavista. No: tarde o temprano vencerá; pero no lo ha hecho en las recientes elecciones, manipuladas por la alquimia: eso sólo fue el inicio de una larga y dolorosa marcha.
Entonces, ¿hasta cuándo? Hasta que en todos los pueblos de América Latina estalle la Rebelión de las Masas.