Cuando concluya este período de oscurantismo globalizado y las mentes productivas, modernas y sensatas aparezcan, la celebración será motivo del mayor regocijo. Lamentablemente, el costo social y económico será enorme, y nadie sabe cuánto durarán en el poder los actuales presidentes. Los más extremistas tratarán de perpetuarse hasta morir, de detentar el poder sin someterse a juicio. Los autoritarios prefieren el suicidio o la guerra antes que afrontar el veredicto de la historia.
Los socialistas suelen tratar de mantenerse en el mando de por vida, bajo la falsa premisa de que la revolución necesita afianzarse para mostrar sus frutos. Los rusos lo intentaron durante 72 años, sin resultados positivos, y Cuba se muere de hambre desde hace medio siglo. Los admiradores sudamericanos de tales experimentos fracasados, los adoradores de la miseria y el despotismo andan reclinados en el frágil bastón de la pseudo-democracia populista.
Venezuela es una dictadura disimulada, la Argentina vive una burda repetición de los tiempos de Evita, Ecuador ha tomado la ruta bolivariana y Bolivia se dirige hacia la monarquía incaica, que era lo único que le faltaba experimentar en su tortuosa existencia. Todos ellos dependen del bolsillo del desequilibrado Hugo Chávez, que sigue engrosando su poder mediante la compra de políticos y militares extranjeros. Pero el demente coronel tarde o temprano caerá, y con él sus siervos. Aunque su avidez de poder tal vez obligue a encararlos con las armas.
Chávez amenaza a Colombia con una guerra que anhela librar desde el día en que llegó a Miraflores, mientras la OEA y la ONU observan sin decir ni hacer nada. Y es que ambas organizaciones están controladas por el remanente totalitario que dejó el comunismo.
La ONU perdió su autoridad moral hace muchos años, desde que cualquier dictador o terrorista tiene voz y voto en su seno, pero es inquietante que la OEA, que gozaba de más prestigio, no intervenga en asuntos de tamaña magnitud. Las cartas de este juego están en manos de todas las naciones. Si no actúan a tiempo y al unísono, corren el riesgo de sufrir la desestabilización en sus propios territorios, lo que puede degenerar en enfrentamientos armados como no se vieron jamás en Latinoamérica.
La injerencia de Venezuela en Colombia para apoyar a las FARC es sólo el comienzo de la provocación bélica. Los próximos serán Ecuador y Bolivia, y la reavivación de Sendero Luminoso en el Perú.
Ya está demostrado que el ególatra venezolano es un mentiroso y belicoso metiche, con delirantes ínfulas de grandeza. ¿Hasta cuándo hay que soportarlo? Si los países decentes y democráticos de América y el mundo comenzaran a aislarlo, rompiendo relaciones con su Gobierno, tal como hicieron con Cuba durante muchos y felices años, su régimen tal vez empezaría a serenarse. Pero a los actuales miembros de la OEA les falta corrección y dignidad. Pensemos, por ejemplo, en su secretario general, José Miguel Insulza, que felicitó y respaldó la aprobación ilegal de la nueva Constitución nacionalsocialista boliviana con estas palabras: "No veo puntos que vulneren los principios básicos de la democracia que patrocina la OEA…".
Según Insulza, pues, la OEA favorece las torturas, la imposición de la pena de muerte sin previo juicio y toda clase de abusos y vejámenes por parte de un grupo étnico contra otro. ¿Tan bajo cayó la OEA como para que aquél se permita hacer semejantes comentarios y no reciba una amonestación internacional? El diplomático chileno seguramente espera lograr la pudrición total de Bolivia, amistosa enemiga de su país por más de cien años. O quizás esté pagando la oscura deuda que tiene con Chávez, que alentó vehementemente su candidatura a la Secretaría del foro panamericano. Si éste fuera el caso, sería la primera vez que un secretario general de la OEA se encuentra subordinado a un tirano bananero. Y sería, claro, una vergüenza.
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JOSÉ BRECHNER, periodista y ex diputado boliviano.