El mismo Fidel Castro, su maestro y jefe, nunca sobrepasó las ocho horas que ya alcanzó Chávez, sin una sola interrupción para ir al baño. La ciencia política tomará muy en cuenta esa marca, que tiene el agregado de que no ha sido mancillada por una sola idea original o certera.
También logró Chávez partir en dos la sociedad venezolana, que ha logrado odiarse como en las mejores épocas de los mantuanos y los cimarrones implacables de Boves, el Urogallo. Toda una gesta, para solo diez años de consagración a la causa. Y no ha de olvidarse de que en tan corto tiempo ha conseguido silenciar la palabra libre. En época de lucha contra la contaminación acústica, nada mejor que en un país hable uno solo. Por mucho que grite, no se oirá tanto como esa vocinglería tan molesta que traen las democracias a cuestas.
Apenas en dos lustros, nuestro ilustre huésped destruyó todo el sector empresarial venezolano. Los del campo lo tienen merecido. Con lo incómodas que son esas botas untadas de boñiga de vaca, es mejor, por estética y comodidad, traer la carne, la leche y los quesos de vecinos que sufran esas impertinencias. Y habiendo tanto con qué comprar, sobra el trabajo campesino para producir cacao, café, arroz, papas o maíz.
Los industriales no hicieron más que conspirar para vender caro e impedir la llegada de productos de todo el mundo. Estaban privando a los venezolanos del deleite de escoger lo que prefieran, venga de la China, de la India, de Europa o de Estados Unidos. Por eso los liquidó, haciéndose cargo, eso sí, de los desempleados, bien recibidos en esas misiones confortables donde hay pan para todos, mientras se dediquen a pregonar las excelencias del jefe y sus discursos. Los cubanos vinieron por miles para explicar el arte del ditirambo al caudillo.
Chávez sabe que el dinero es el estiércol de Satanás. Por eso dedicó pacientes esfuerzos a que sus compatriotas no le tomaran afición, logrando evaporar más de ochocientos mil millones de dólares que en este decenio pasaron por sus manos. Así que lo repartió entre los gobiernos amigos, lo prestó sin interés y lo puso al alcance de las manos ávidas de sus secuaces. Ni un puente, ni una carretera, ni un puerto, ni un canal de riego manchan la suave geografía del país. Tampoco casas para los pobres. Las hacen tan feas, que mejor construirlas en Nicaragua o en Cuba.
Al petróleo había que ponerle el tatequieto. Petróleos de Venezuela (Pdvsa) llegó a producir la escandalosa cifra de tres millones doscientos mil barriles por día. Mejor hoy, cuando no llega a los dos millones. Hay que contribuir a los recortes de la OPEP. Y también es bueno ayudar a los rusos, que en sus frías estepas andaban encartados con aviones a propulsión, submarinos y cohetes. Mejor que adornen los arsenales venezolanos. Y de pronto son necesarios: con lo altaneros que andan hoy por la calle los estudiantes.
Dígase si un personaje así no merece el título de huésped ilustre. Además, si gana el referendo puede acordarse de nosotros y ayudarnos con la compra de unos miles de carros adicionales. Mientras le alcance la plata, claro está. Porque los economistas calculan que no le durará hasta septiembre. Pero eso tiene una fácil solución: salir de los economistas.
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