Se conoce el apoyo que ha dado al cocalero Evo Morales, que ha desestabilizado Bolivia, y el apoyo a movimientos indígenas en Ecuador y Colombia. En Perú, los hermanos Humala lo emulan con sus intentos de golpe. El dictador venezolano está comprando aviones MiG 29, corbetas, misiles y fusiles AK-47, casualmente del mismo calibre que utilizan las guerrillas comunistas de Colombia, y da albergue y refugio a miembros de estos grupos armados.
Se teme, con razón, que gastará millones de dólares para apoyar a los candidatos de izquierda en las elecciones de Colombia. El caudillo venezolano no oculta sus sueños de poder continental. Los ha proclamado a los cuatro vientos.
La posición de Chávez refleja la doctrina del Foro de Sao Paulo, al cual ingresó su partido, el Movimiento V República (MVR), en 1995. Allí se estableció que la nueva estrategia para recuperar la dinámica revolucionaria en América incluía fomentar las divisiones étnicas. A este foro pertenecen todos los movimientos extremos del continente, entre ellos las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), también de Colombia.
Fundado bajo los auspicios de Fidel Castro en 1990, a principios de julio de 2005 se cumplió en Brasil su decimosegunda reunión. Para complementar esta agrupación, Chávez creó el Congreso Bolivariano de los Pueblos, que se ha reunido en dos oportunidades y que en la última contó con la asistencia del llamado "canciller de las FARC", el guerrillero Rodrigo Granda.
En Bolivia, Chávez ha dado su respaldo a Evo Morales, el dirigente cocalero. El depuesto presidente Gonzalo Sánchez de Lozada dijo públicamente y sin ambages que quien lo derrocó en realidad fue Hugo Chávez. Lo mismo puede decir su sucesor, Carlos Mesa.
Colombia, un vecino con 2.200 kilómetros de frontera común, es el mayor obstáculo que tiene en su camino Hugo Chávez. Pero éste tiene muchas formas de amenazar la democracia colombiana. La más elemental es la amenaza directa. No sólo ha comprado armamento sofisticado, sino que –en lo que puede ser un presagio– hace poco se realizó un juego de guerra donde el enemigo supuesto era, en forma mal disimulada, la República de Colombia. Pero es más importante su bien documentado apoyo a las guerrillas marxistas ELN y FARC.
En varias oportunidades la inteligencia militar colombiana ha localizado en Venezuela organizaciones y jefes de las FARC. Sólo en una oportunidad Chávez ha capturado y entregado voluntariamente a un miembro de las FARC. Se trató del llamado Chigüiro. En un allanamiento a su lujoso domicilio, las autoridades descubrieron a una persona secuestrada y 650 kilos de coca. Se supo la noticia antes de que el Gobierno de Chávez pudiera acallarla, y no le quedó más remedio que enviarlo a Colombia.
En otra oportunidad, el caso Granda, miembros de la Guardia Nacional, sin consultar al presidente, capturaron al terrorista y lo llevaron a territorio colombiano. Chávez armó todo un incidente internacional, alegando la violación de la soberanía de Venezuela. El coronel venezolano que comandó el operativo no sólo fue destituido, sino que sufrió terribles torturas.
Una tercera forma de presión que ha utilizado Chávez contra su vecino es la suspensión del comercio entre los dos países. Venezuela es el segundo mercado de exportación de Colombia, y muchas empresas dependen de ese comercio.
Pero la cuarta y más grande amenaza a nuestra democracia es la financiación de los partidos marxistas. Si la Corte Constitucional, dominada por izquierdistas y representantes de la clase política corrupta, declara inválido el acto legislativo que permite la reelección del presidente Uribe, los dólares de Chávez pueden llevar a la victoria a un personaje de la extrema izquierda. El sueño del émulo de Castro de una América comunista se irá cumpliendo.
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