El antisemitismo es un rasgo universal de los fascistas, proclámense éstos de derecha o de izquierda. Y el autócrata venezolano lo padece desde que era un aspirante obcecado al poder absoluto. Se lo predicaba, entre otros, Norberto Cresole, el desaparecido facha argentino, sociólogo negador del Holocausto, que le sirvió de mentor espiritual tras una larga asociación con Fidel Castro. Pero sobre todo lo ha demostrado año tras año desde que conquistó la presidencia venezolana, con la intención de quedársela hasta que se muera o lo ajusticien.
No hay que ser antisemita, desde luego, para deplorar la fuerza excesiva con que el gobierno de Israel respondió a los ataques de Hamas a su territorio con cohetes. La feroz respuesta militar israelí se cobró víctimas inocentes en Gaza y contribuyó al delirante ciclo de violencia entre palestinos y judíos. Pero sólo los antisemitas, como Chávez, denuncian la reacción israelí mientras omiten desvergonzadamente la previa agresión de los terroristas palestinos que dispararon cohetes contra civiles judíos.
No satisfecho con acusar sin matices a Israel de "genocidio" y ser "el brazo asesino de Estados Unidos", el caudillo venezolano expulsó al embajador y a otros diplomáticos israelíes sin siquiera regañar a los agresores palestinos. Ya en el 2006 había retirado a su embajador en Tel Aviv, en repulsa a una incursión militar israelí en el Líbano en respuesta a otras agresiones de terroristas palestinos.
El antisemitismo de Chávez ha encontrado su máxima expresión en su estrecha alianza con un abanderado mundial del antijudaísmo: el iraní Mahmud Ahmadinejad, otro burdo negador del Holocausto que, al igual que sus protégés de Hamas, promueve la destrucción de Israel. Chávez le ha servido de intermediario para su búsqueda de influencia en otros gobiernos latinoamericanos que, significativamente, también han optado por ignorar su odio a los judíos.
Quienes no lo han ignorado son los hebreos argentinos. Ellos no olvidan que el estado iraní ayudó a perpetrar el atentado contra la Asociación Mutual Israelí Argentina de Buenos Aires (1994), en el que murieron 85 personas y 300 resultaron heridas, y que rehúsa colaborar con la justicia. Cientos de judíos protestaron contra Chávez durante una visita a Buenos Aires en 2007. El autócrata venezolano les respondió con su característica charlatanería. "No se pongan bravos, que eso es malo para la salud". Y remató la cruel burla diciendo: "Allá ellos, si se ponen bravos".
Pero su diatriba antisemita más reveladora la profirió la víspera de Navidad del año 2006. "El mundo tiene para todos, pues –dijo entonces–, pero resulta que unas minorías, los descendientes de los mismos que crucificaron a Cristo (...) se adueñaron del oro del planeta". En ese zafio exabrupto Chávez juntó dos prejuicios que han inspirado la persecución y el exterminio de los judíos a través de los tiempos: la idea de que mataron a Jesucristo y la de que su fin primordial en la vida es acaparar riquezas en detrimento de los demás. Estas creencias estúpidas son la esencia misma del fascismo antisemita.
Era previsible que el antisemitismo de un bocazas como Chávez desembocara en el clima antijudío que padece Venezuela, cuyo ejemplo más alarmante lo encontramos en el ataque a una sinagoga en Caracas. Ante el amplio rechazo que provocó este vil ultraje, denunciado por organismos internacionales y humanitarios, Chávez negó ser antisemita, prometió justicia y autorizó el arresto de 11 sospechosos, entre los que se contaban siete policías.
Hay líderes judíos venezolanos que tienen la esperanza de que éste sea el comienzo de una rectificación. Ojalá sea cierto. Pero en esto, como en todo lo demás, a Chávez se le debe juzgar por sus acciones, no por sus palabras o promesas estratégicas. El tiempo dirá si aún puede curarse del antisemitismo, esa enfermedad moral que han padecido todos los fascistas.
© AIPE
DANIEL MORCATE, periodista cubano.
No hay que ser antisemita, desde luego, para deplorar la fuerza excesiva con que el gobierno de Israel respondió a los ataques de Hamas a su territorio con cohetes. La feroz respuesta militar israelí se cobró víctimas inocentes en Gaza y contribuyó al delirante ciclo de violencia entre palestinos y judíos. Pero sólo los antisemitas, como Chávez, denuncian la reacción israelí mientras omiten desvergonzadamente la previa agresión de los terroristas palestinos que dispararon cohetes contra civiles judíos.
No satisfecho con acusar sin matices a Israel de "genocidio" y ser "el brazo asesino de Estados Unidos", el caudillo venezolano expulsó al embajador y a otros diplomáticos israelíes sin siquiera regañar a los agresores palestinos. Ya en el 2006 había retirado a su embajador en Tel Aviv, en repulsa a una incursión militar israelí en el Líbano en respuesta a otras agresiones de terroristas palestinos.
El antisemitismo de Chávez ha encontrado su máxima expresión en su estrecha alianza con un abanderado mundial del antijudaísmo: el iraní Mahmud Ahmadinejad, otro burdo negador del Holocausto que, al igual que sus protégés de Hamas, promueve la destrucción de Israel. Chávez le ha servido de intermediario para su búsqueda de influencia en otros gobiernos latinoamericanos que, significativamente, también han optado por ignorar su odio a los judíos.
Quienes no lo han ignorado son los hebreos argentinos. Ellos no olvidan que el estado iraní ayudó a perpetrar el atentado contra la Asociación Mutual Israelí Argentina de Buenos Aires (1994), en el que murieron 85 personas y 300 resultaron heridas, y que rehúsa colaborar con la justicia. Cientos de judíos protestaron contra Chávez durante una visita a Buenos Aires en 2007. El autócrata venezolano les respondió con su característica charlatanería. "No se pongan bravos, que eso es malo para la salud". Y remató la cruel burla diciendo: "Allá ellos, si se ponen bravos".
Pero su diatriba antisemita más reveladora la profirió la víspera de Navidad del año 2006. "El mundo tiene para todos, pues –dijo entonces–, pero resulta que unas minorías, los descendientes de los mismos que crucificaron a Cristo (...) se adueñaron del oro del planeta". En ese zafio exabrupto Chávez juntó dos prejuicios que han inspirado la persecución y el exterminio de los judíos a través de los tiempos: la idea de que mataron a Jesucristo y la de que su fin primordial en la vida es acaparar riquezas en detrimento de los demás. Estas creencias estúpidas son la esencia misma del fascismo antisemita.
Era previsible que el antisemitismo de un bocazas como Chávez desembocara en el clima antijudío que padece Venezuela, cuyo ejemplo más alarmante lo encontramos en el ataque a una sinagoga en Caracas. Ante el amplio rechazo que provocó este vil ultraje, denunciado por organismos internacionales y humanitarios, Chávez negó ser antisemita, prometió justicia y autorizó el arresto de 11 sospechosos, entre los que se contaban siete policías.
Hay líderes judíos venezolanos que tienen la esperanza de que éste sea el comienzo de una rectificación. Ojalá sea cierto. Pero en esto, como en todo lo demás, a Chávez se le debe juzgar por sus acciones, no por sus palabras o promesas estratégicas. El tiempo dirá si aún puede curarse del antisemitismo, esa enfermedad moral que han padecido todos los fascistas.
© AIPE
DANIEL MORCATE, periodista cubano.