Horacio Vázquez-Rial aventura su pronóstico para Argentina en el número 2 de la estrafalaria publicación Viernes Peronista:
El futuro es peronista. Habría que aceptar de una vez por todas el peronismo como punto de partida. Formar partidos peronistas de izquierda, de derecha, de centro. Todos somos peronistas, igual que eres cristiano en la medida en que has nacido en un país cristiano, porque es más importante tu socialización que tu origen. ¿Argentina es un país peronista? Fenómeno, a partir de eso vamos a discutir el resto. La obra de Perón es indiscutible. Reformula en términos locales el estado de libertad. Establece un gobierno socialdemócrata con sus implicaciones liberales y antiliberales mezcladas y no hay ningún drama. Perón no es un mal pasado.
El desiderátum de un totalitario
Que el autor de La izquierda reaccionaria descubra, a esta altura, que "el futuro es peronista", que "todos somos peronistas" y que "Perón no es un mal pasado" me deja atónito, precisamente porque su libro es una reveladora incursión en los entresijos de la confusión teórica y práctica que padecen muchos políticos y formadores de opinión, que desmonta mitos y sofismas impregnados por una fuerte carga de irracionalidad y que me inspira respeto por la lucidez con que enfoca muchos temas, aunque acerca de otros alimente discrepancias de fondo.
La presunción de que un ciudadano se catalogue como peronista o cristiano (o comunista, o fascista, o musulmán, o judío) por el solo hecho de haber nacido dentro de unos determinados límites territoriales me trae reminiscencias de lo que escribí acerca de Pilar Rahola y sus cofrades que dicen proyectarse en el mundo "desde la identidad milenaria que heredamos", y sobre lo anacrónica que es "la exaltación de un estado de naturaleza en que se es lo que se es de nacimiento y para siempre" (Fernando García de Cortázar dixit). Pero si es anacrónico y viola los derechos humanos encasillar al ciudadano en una identidad nacional y religiosa inamovible (la sharia condena a muerte a los apóstatas) en razón de su origen territorial, es más absurdo aún imponerle, por ese mismo origen, una determinada filiación política. Es lo que hacen, por ejemplo, quienes afirman que CiU es la casa gran de todos los catalanes. Un paso más, y entramos en los dominios del totalitarismo. Lo cual no ha de extrañar cuando del peronismo se trata. Sus caudillos entrarían en éxtasis si el "todos somos peronistas" se convirtiera en realidad: ese todos es el desiderátum de un totalitario, tanto si está enrolado en la izquierda reaccionaria como si lo está en la derecha integrista.
Puesto que no estamos en la Argentina de Perón, donde los comisarios Cipriano Lombilla y José Faustino Amoresano torturaban a los presuntos comunistas con la picana eléctrica en la Sección Especial, mientras sus colegas, los hermanos Juan Carlos y Luis Amadeo Cardoso, lo hacían en la Sección Orden Político con el resto de los opositores, aquí y ahora es posible contradecir los asertos de que la obra de Perón es "indiscutible", de que su gobierno fue socialdemócrata (los hermanos Cardoso no le habrían perdonado a Vázquez-Rial tamaña herejía) y de que Perón "no es un mal pasado".
Socialistas nacionales
Juan José Sebreli despeja dudas en su Crítica de las ideas políticas argentinas (Sudamericana, Buenos Aires, 2002):
¿Es posible hablar de una ideología peronista? Perón era un hombre de acción, no un intelectual; un pragmático y un oportunista orientado por la Realpolitik y no por principios. Despreciaba a los intelectuales, no sólo a los opositores sino también a los peronistas, entre los que prefería a los mediocres, por ser más manipulables.
La idiosincrasia autoritaria de Perón necesitaba encauzarse, no obstante su hostilidad a las iniciativas intelectuales, por alguna vía política afín a su temperamento. Su estancia en la Italia de Mussolini, en 1938, le marcó el camino. Sebreli reproduce lo que en 1968 confesó al historiador argentino Félix Luna:
Me ubiqué en Italia entonces. Y allí estaba sucediendo una cosa: se estaba haciendo un experimento. Era el primer socialismo nacional que aparecía en el mundo. No entro a juzgar los medios, que podían ser defectuosos. Pero lo importante era esto: en un mundo ya dividido en imperialismos, ya flotantes, y un tercero en discordia que dice: no, ni con unos ni con otros, nosotros somos socialistas, pero socialistas nacionales. Era una tercera posición entre el socialismo soviético y el imperialismo yanqui. Para mí ese experimento tenía un gran valor histórico. De alguna manera uno ya estaba intuitivamente metido en el futuro (...) De modo que una vez instalado allí, empecé a preocuparme por estudiar qué era ese problema del socialismo nacional.
Virulentamente antiyanquis
El "todos somos peronistas" y el "Argentina es un país peronista" no son una novedad: figuraban en la legislación totalitaria de aquella nación paulatinamente degradada a la condición tercermundista. En el mensaje a la Asamblea Legislativa del 1 de mayo de 1950, Perón impuso el acatamiento obligatorio de la doctrina justicialista para todos los argentinos:
Y ningún argentino bien nacido puede dejar de querer, sin renegar de su nombre de argentino, lo que nosotros seremos (...) Por eso afirmamos que nuestra doctrina es la de todos los argentinos y que por la coincidencia de todos sus principios esenciales ha de consolidarse definitivamente la unidad nacional.
Sebreli recuerda que el Congreso aprobó en diciembre de 1952 una ley que designaba al justicialismo "Doctrina Nacional". Cuando se discutía esa ley, el diputado Bustos Fierro dijo que no era concebible renegar de la Doctrina Nacional ni aun para los adversarios del peronismo. Otro diputado, Óscar Albrieu, manifestó, refiriéndose a dicha doctrina:
A ella no puede ser ajeno ningún argentino, cualquiera sea su preferencia en orden de doctrinas políticas o económicas que sustenten, salvo aquellos que en razón de su militancia tengan comprometidas su acción y su voluntad en fines supranacionales o simplemente antiargentinos, y ya sabemos cuál es el término exacto con que en nuestra lengua se les designa.
El término podía ser cipayo o vendepatria, que los peronistas, virulentamente antiyanquis en el plano retórico (no siempre en el práctico), utilizaban rutinariamente, como toda la izquierda reaccionaria que Vázquez-Rial retrata con mucha precisión. De lo que sucedió durante los años de plomo, cuando esa izquierda reaccionaria abrió fuego con la intención de convertir Argentina en un enclave castrista gobernado por un Perón valetudinario, me ocupé en los artículos "Los dos demonios de Argentina" y "Así se hizo justicia". Viernes Peronista recuerda que cuando su Líder los defraudó, los Montoneros le cantaron en Plaza de Mayo: "Vea, vea, vea, qué manga de boludos, votamos a una muerta, una puta y un cornudo". El Líder ordenó exterminar a quienes habían sido hasta entonces sus obsecuentes sicarios. Pero luego hubo un interregno durante el cual un presidente peronista, Carlos Saúl Menem, inauguró un simulacro de gobierno liberal.
Necesidad de eternizarse
El auténtico liberal Carlos Rodríguez Braun se ocupa de dicho interregno en su testimonio para el libro Por qué se fueron, de Ana Baron, Mario del Carril y Albino Gómez (Emecé, Buenos Aires, 1995). Empieza elogiando la política económica y la política exterior de Menem, que "reanuda las relaciones con Gran Bretaña, manda la flota al Golfo Pérsico, recorre ese camino que perdieron los militares en ese hecho tan simbólico que es la guerra contra Inglaterra". Aunque agrega: "Pero a mí no me convencen de que el peronismo se ha liberalizado y de que Menem es un liberal". Para justificar este diagnóstico, cita los escándalos de corrupción
... en los que permanentemente está sumido Menem y que están todos calcados por el mismo patrón, que es el patrón del abuso de poder, de la desconfianza de los contrapesos del poder y de la necesidad de eternizarse: ahora quiere cambiar la Constitución para quedarse él como si fuera una figura indispensable. Y lo indispensable no es él sino las políticas que él hace y esas políticas las puede implementar perfectamente otra persona (...) Al Poderoso hay que controlarlo.
Uno de los méritos del ya citado libro de Vázquez-Rial consiste en que no encubre las responsabilidades de Menem: en la página 162 denuncia su presunta implicación en el narcotráfico, y en la 235 señala que "los desfalcos al erario público hechos por Menem y sus allegados, familiares y amigos, que han salido a la luz, bastarían para pagar al menos dos tercios de la deuda externa argentina". Y hoy, Menem, vilipendiado por el kirchnerismo, le da a éste, desde su escaño de senador, los votos que necesita para aprobar leyes que la oposición rechaza. Como decía Perón: "Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista".
Bonnie & Clyde
La ambición de poder y de riqueza es también el motor del peronismo actual, gemelo de aquel que describía Rodríguez Braun en l995, cuando Menem aún elaboraba sus planes para reformar la Constitución y hacerse reelegir presidente, dos objetivos que consiguió alcanzar. Cuando falleció Néstor Kirchner, Gina Montaner recordó en El Mundo (27/10/2010) que un año antes Mario Vargas Llosa había publicado una columna titulada, con sorna, "Flor de pareja":
En su artículo, el autor peruano, defensor de las ideas liberales que tanto denostaba Kirchner, señalaba la ironía de un matrimonio empeñado en lanzar una cruzada contra los males del capitalismo mientras se enriquecía impune y descaradamente a costa de los contribuyentes. Es preciso recordar las cifras para no perder la perspectiva en este momento de duelo y debido respeto: en el 2003 los Kirchner declararon a Hacienda un patrimonio de 1.200.000 euros. Cuatro años después, al final del mandato de Kirchner y con la entrada de su mujer en la Casa Rosada, su fortuna había ascendido a 3.200.000 euros. En 2005 estos Bonnie & Clyde de la política se hicieron con terrenos millonarios en El Calafate y una mansión más propia de la realeza que de un par de funcionarios públicos. Entre otras cosas, Néstor Kirchner se ha muerto sin revelar el enigma de los 800 millones de dólares que se esfumaron cuando era gobernador de la provincia de Santa Cruz y por los que nunca rindió cuentas.
El peor estilo norcoreano
El secretario de redacción del diario argentino La Nación, Jorge Fernández Díaz, homónimo de nuestro ministro del Interior, completó el panorama (13/1/2011):
Kirchner y su esposa tenían una pálida y remota militancia de izquierda en los setenta. Pero hicieron fortuna durante la dictadura, integraron la renovación justicialista, acompañaron el proyecto de Menem y, al final, se transformaron en los primeros duhaldistas. Eran tan peronistas que nadie podía confundirlos, en una noche de luna llena, con ningún progre, por más mala vista que tuviera.
Del artículo de Fernández Díaz se desprende cuál es la política de alianzas sobre la que los Kirchner asentaron su poder: caudillos corruptos del cinturón metropolitano, incluido el siniestro carapintada Aldo Rico; gobernadores y caciques recalcitrantes del peronismo ortodoxo; burócratas de la mafia sindical; empresarios y amigos de dudosa prosperidad; grupos de choque que se dedicaron a amedrentar opositores; y un sistema clientelar generoso con las hoy espectacularmente enlodadas Madres de Plaza de Mayo y con la camarilla de intelectuales y periodistas adictos. Cierra el círculo una ley de matriz chavista que servirá para amordazar a los medios de comunicación desafectos al régimen.
¿Un futuro peronista? Cristina Fernández de Kirchner hará lo posible para que se cumpla la profecía. Ya sea mediante su reelección indefinida, que hoy por hoy la Constitución prohíbe, o mediante la entronización de su hijo Máximo,en el peor estilo norcoreano. Ambas operaciones están en marcha. Cabe esperar que la sociedad argentina reaccione a tiempo y envíe esta componenda al cementerio de las profecías incumplidas.