En los años 70, Neuhaus era un radical de izquierdas. Además de militar en pro de los derechos civiles, algo comprensible, se oponía a la Guerra de Vietnam, algo menos evidente. Él mismo escribió entonces un texto sobre el alcance de todo aquello. El ensayo se titulaba The Thorough Revolutionary ("El revolucionario perfecto"; algo así como La perfecta casada de Fray Luis de León, pero en plan sesentayochista). Exponía que, en el fondo, la causa y los medios de cualquier revolución eran lo de menos. Ya fuera para llegar al infierno o para crear un nuevo mundo, lo importante era la revolución, la revolución en sí.
La semana pasada, un grupo de personas tuvimos la ocasión de charlar un buen rato con Neuhaus. Cuando nos preguntó a qué se debe el anticatolicismo del Gobierno socialista español, se le podría haber contestado con su propia frase: porque los socialistas siguen pensando que cambiar el mundo es lo importante, con independencia del resultado y de los medios. Con coche oficial, bien trajeados y comidos, mejor si es a costa del dinero público, en el corazoncito de los socialistas sigue latiendo la esperanza, el deseo, el anhelo de la utopía revolucionaria. Y en España eso requiere acabar con la influencia del catolicismo.
Pero volvamos a Neuhaus. Habiendo llegado tan pronto al fondo turbio, peligroso y un poco ridículo de la mentalidad revolucionaria, no es de extrañar que Neuhaus se apresurara a volver a la superficie, para respirar un poco de aire fresco. A mediados de los 70 se incorporó al American Enterprise Institute, una veterana fundación norteamericana. El otro día Aznar presentó allí su interesante propuesta de reforma de la OTAN.
En los 70, el AEI se encontraba en pleno proceso de cambio. Estaba pasando de ser un think tank conservador tradicional, centrado en cuestiones políticas y económicas, a otro en el que tendría cada vez más importancia la reflexión sobre asuntos sociales y culturales. Se estaba convirtiendo en uno de los centros de lo que acabaría siendo la reflexión neoconservadora, como neoconservador empezaba a ser el propio Neuhaus.
La evolución tuvo otra consecuencia. Neuhaus abandonó la iglesia luterana, de la que era pastor, para convertirse al catolicismo. Escribió un libro muy influyente sobre la presencia de la religión en la vida pública. Su trabajo fue decisivo para que muchos católicos dejaran de votar a los demócratas, como habían venido haciendo tradicionalmente, y respaldaran a Reagan, como luego han votado a Bush.
Durante la conversación, se le preguntó acerca de la evolución de muchos de los inmigrantes de origen hispano, que dejan el catolicismo para adscribirse a iglesias evangélicas. Es un fenómeno nuevo entre los inmigrantes de Estados Unidos, que solían permanecer fieles a la iglesia de origen e incluso se volvían allí más religiosos de lo que lo habían sido en Europa, un fenómeno corriente entre los inmigrantes polacos, irlandeses e italianos.
Neuhaus sabe que eso plantea un reto a la Iglesia católica norteamericana, integrada ya del todo en la sociedad estadounidense y a la que le resulta difícil seguir siendo ese refugio, un poco apartado, que era antes para unos inmigrantes recién desembarcados en un país desconocido. Tampoco ignora Neuhaus los problemas a que se enfrenta el catolicismo tras los escándalos de pederastia, aunque los circunscribe al área de Boston y Nueva Inglaterra.
Aun así, se mostró relativamente optimista. Lo que está ocurriendo, dijo, es que estos nuevos evangélicos de origen hispano, en particular los mexicanos, trasladan a sus nuevas iglesias muchas de las creencias propiamente católicas, en particular la devoción a la Virgen, del que no pueden ni quieren desprenderse.
Al mismo tiempo –y esto lo añado yo– está surgiendo una nueva forma de evangelismo, cada vez más preocupado, a medida que ha ido aumentando su compromiso político, por asuntos como el respeto a los derechos humanos y la diversidad cultural. En consecuencia, parece que, a medida que los católicos norteamericanos han ido perdiendo su casi monolítica fidelidad al progresismo, es decir al Partido Demócrata, las iglesias evangélicas también evolucionan hacia una mayor complejidad en su visión del mundo. Como los evangelistas han sido desde Reagan uno de los bastiones del voto republicano, esta evolución plantea una incógnita de gran calado acerca de cuál será, de aquí a unos años, la traducción política de la modernización de las iglesias evangélicas.
La Iglesia católica ha venido colaborando cada vez más con las evangélicas, pero en el fondo late una competencia natural a la que conviene prestar atención en el futuro.
La conversación volvió al final al tema de España. Como todo el mundo, Neuhaus está preocupado y desconcertado por la evolución de las cosas. Le resulta difícil entender que, como se le dijo, el desmantelamiento de la nación está promovido por el propio Gobierno de España. Uno de los presentes le explicó que una de las claves del asunto es, justamente, la cuestión religiosa. El Gobierno socialista sigue convencido de que la religión católica forma parte sustancial de la identidad española. Y como los socialistas han renovado sus votos radicales, por no decir revolucionarios, necesitan atacar al catolicismo para acabar con la idea misma de España, que consideran conservadora, reaccionaria.
Neuhaus comentó que, en ese aspecto, Estados Unidos tiene una ventaja paradójica sobre los países europeos. Y es que, aunque mucho más joven, la nación norteamericana posee una identidad consolidada desde su fundación, mientras que muchos países europeos –cada uno a su modo: véase el caso de las revueltas en Francia– están viviendo una crisis de identidad que les obliga a interrogarse acerca de su naturaleza y a reformularla en términos que deben ser, al mismo tiempo, nuevos y tradicionales. Desde ese punto de vista, los países europeos tienen menos experiencia y son más jóvenes, por así decirlo, que Estados Unidos.
En la conferencia que cerró el Congreso en la Universidad San Pablo CEU, Neuhaus defendió la libertad económica desde un punto de vista teológico, y citó más de una vez la encíclica de Juan Pablo II Centesimus Annus, en cuya redacción los católicos liberal-conservadores norteamericanos tuvieron tanta importancia.
No habló de su defensa de la intervención en Irak para derrocar a Sadam Husein e instaurar una democracia como la mejor defensa contra el terrorismo islamista. Ya había dicho bastante, en cualquier caso.