Nadie sabe lo que hubiera ocurrido si Fidel Castro no hubiera logrado convencer al corresponsal del New York Times, Hebert Matthews, del gran número de efectivos con que contaba en aquellas montañas, y de su incuestionable voluntad de llevar la libertad a una Cuba aplastada por el régimen de Batista. La realidad era bien distinta: a Fidel no le acompañaban más de sesenta hombres, y sus ansias de libertad no tardaron en convertirse en una irrefrenable máquina de triturarla.
Puede que suceda lo mismo con las expectativas levantadas por Raúl Castro. El deseo de que Cuba se abra al mundo parece haber nublado la vista de quienes quieren ver en el hermano pequeño de Fidel un nuevo Adolfo Suárez. Es lógico. Para un analista, el inmovilismo característico de la Isla desde hace medio siglo es duro y aburrido. Tal vez por eso Raúl no haya encontrado mucha resistencia a la hora de vender lo que se ha calificado como "la Cuba intelectual": la de los cambios que se avecinan. Frente a ella está la Cuba real: la que siguen padeciendo millones de cubanos todos los días.
Lo más sorprendente, sin embargo, es que al hermanísimo no le ha hecho falta hacer anuncio alguno. Antes de proclamar la liberalización de la venta de DVD –los vende el Gobierno–, y de autorizar a los cubanos para hacer uso de los hoteles, ya había europeos dispuestos a convencer a los países democráticos de que una nueva etapa de cambio se habría en la Isla. El ejemplo más sonado fue el del comisario de Desarrollo de la Comisión Europea, el belga Louis Michel, que durante su visita a Cuba afirmó que trataría de convencer a los países de la UE de que suspendieran las medidas que abundaban en el apoyo a los demócratas cubanos. Dio así un nuevo golpe a la disidencia interna, que vuelve a ver cómo el diálogo con Cuba, tan pregonado por los políticos europeos, se convierte en un monólogo de los hermanos Castro, que siguen imponiendo los temas y la agenda a las cancillerías europeas.
Raúl Castro es consciente de que no tiene el carisma de su hermano. La simpatía de la izquierda por el Comandante en Jefe tenía por consecuencia que a éste se le perdonase todo. Raúl, sin embargo, necesita una operación de maquillaje. "Algo debe cambiar para que todo siga igual", debe de pensar. Calcula que eso será suficiente para contar con el respaldo de las democracias occidentales y evitar que éstas sigan apoyando a una oposición incómoda y pujante, lo que acabaría llevando a una transición no deseada. Por eso ha optado por introducir reformas que le permitan seguir detentando el control político y además supongan un incentivo para la maltrecha situación de las cuentas públicas, casi las únicas que hay allí.
El nuevo presidente del país ya tiene experiencia. En los años 90 impulsó un sistema de inversiones extranjeras con el propósito de que la apertura no implicara la pérdida del control político de una economía fuertemente centralizada. Así, el Estado cubano se reservó un papel protagonista en todo el proceso de inversión. Nada escapaba a su férula: la creación de las empresas, la contratación de trabajadores, etcétera.
Las reformas anunciadas apuntan hacia el fortalecimiento del modelo que ha permitido la supervivencia de la revolución. Los cubanos seguirán sin poder tener iniciativa y libertad económica, y además pasarán a ser potenciales clientes de las empresas controladas por el Estado.
¿Cuánto cambiara la vida del trabajador cubano? Poco. Se le niega la iniciativa, y contribuirá a sostener todavía más a un Gobierno que ha convertido Cuba en una prisión. Un trabajador de un hotel Meliá continuará cobrando el 10% de su salario: el 90% va para el Gobierno cubano. Además, como su salario de 20 dólares mensuales no le sirve para hospedarse en un hotel, si quiere alojarse en uno tendrá que recurrir a sus familiares en el exilio... y pagar un 20% de comisión en las remesas. Entonces, el 51% de los beneficios derivados de su estancia en el susodicho irá a parar al Gobierno cubano, accionista mayoritario de todas las inversiones que se realizan en la Isla.
Todo vale si no se pierde el control político. Astuto el general, sí...
MATÍAS JOVE, director ejecutivo de la Asociación Española Cuba en Transición (AECT).