
Según Obama, los norteamericanos se lo merecen y pueden pagárselo. Ya lo había propuesto en abril, cuando dijo que los demócratas deben volver a sus propios valores, entre los que está la cobertura sanitaria universal. Pero ahora la propuesta tiene más visos de seriedad. Forma parte del programa con el que Obama competirá con Hillary Clinton por la candidatura demócrata para las presidenciales de 2008.
Hasta el momento, el asunto parecía reservado a Hillary, y con problemas. Uno de los grandes momentos de la presidencia de Bill Clinton llegó precisamente cuando Hillary se hizo con la política social de su marido. Diseñó un plan monumental, propiamente faraónico, de reforma del sistema sanitario. El informe constaba de 1.342 páginas. Iba a convertir Estados Unidos en una socialdemocracia a la europea.
El naufragio de aquel intento, torpedeado desde las filas republicanas –y también desde algunos escaños demócratas–, marcó la conversión definitiva del clintonismo al centrismo y el triunfo de la revolución liberal-conservadora encabezada por Newt Gingrich.

Muchos europeos tienen la idea de que los ciudadanos norteamericanos carecen de redes de asistencia y seguridad social. Es uno de esos prejuicios difíciles de borrar. De hecho, el sistema de pensiones para personas mayores, lo que allí llaman "Seguridad Social", es de los más antiguos del mundo, y está tan arraigado en la sociedad norteamericana que ha pasado a formar parte de la propia cultura del país. Lo mismo ocurre con los seguros médicos estatales para niños, personas mayores y personas desfavorecidas, Medicare y Medicaid. No existe en el mundo entero ningún programa social de tamaño similar.
Eso sí, a diferencia de lo que ocurre en muchos países europeos, el Gobierno –en este caso el federal– no tiene una red sanitaria universal. Los adultos en edad de trabajar se pagan su propio seguro sanitario, o bien el seguro corre a cargo de la empresa para la que trabajan. En otras palabras, a diferencia de lo que ocurre en los países europeos, hay gente que puede no tener seguro médico. Son muchos los que están en esta situación: unos 46.600.000 personas en 2005 (un 15% del total de la población). Curiosamente, una tercera parte de estas personas no aseguradas viven en familias con ingresos superiores a los 50.000 dólares al año, y de éstos la mitad tienen ingresos superiores a los 75.000 dólares. Es decir, que no se pagan un seguro porque no quieren.
Esto último no se suele decir, y, utilizado con la demagogia habitual en el sentimentalismo progresista, el dato de la población no asegurada resulta escandaloso. Incluso si no se comparte la retórica progresista, es cierto que existe un problema. Por ejemplo, los hospitales están obligados por ley a atender las urgencias que se les presenten, aunque el paciente no esté asegurado. La consecuencia es que aumentan las primas, con lo que la gente con salarios bajos se retrae del pago de un seguro. Es sólo un ejemplo de las múltiples deficiencias del sistema. En general, se reconoce que el sistema sanitario norteamericano es al mismo tiempo poco eficiente, injusto y caro.

Todo ello sin abandonar el principio básico de que cada individuo debe afrontar por lo menos una parte del gasto sanitario que genera. Es una propuesta típica del conservadurismo de Bush. No está muy alejada de algunas de las ideas propias de los neoconservadores, algunos de los cuales han propugnado siempre que una democracia requiere algún tipo de cobertura sanitaria universal.
La propuesta ha sido acogida con hostilidad abierta por buena parte de los demócratas. Probablemente han visto en ella un signo de debilidad. De ahí que Obama haya proclamado como un grito de guerra la necesidad de una red sanitaria universal. Tal vez tengan razón, y las cosas estén ahora maduras para una solución que hasta hace poco parecía impensable. Pero la propuesta de Bush podría ser, en realidad, asumible por los demócratas, incluso si éstos creen llegado el momento de implantar una red sanitaria universal.
Claro que es más fácil hacer demagogia sobre un asunto tan sensible y afirmar, como han empezado a hacer bastantes demócratas, que se puede tener al mismo tiempo un presupuesto saneado y sistemas de salud a la europea.
Además de los gigantescos desafíos económicos que plantea la propuesta, hay en el fondo del asunto un problema moral, o, si se quiere, cultural. ¿Estarán de verdad dispuestos los norteamericanos a dejar su salud en manos del Gobierno? ¿Van a delegar las decisiones sobre su salud en los funcionarios gubernamentales? ¿Estará la sociedad norteamericana madura para llegar al grado de degradación moral en el que se encuentran las sociedades europeas?
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