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EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Bush y el legado republicano

A los europeos, incluso a muchos norteamericanos, el estado de Texas les parece la viva imagen del republicanismo, de la América profunda, conservadora; conservadora en lo político, porque en todo lo demás ya les gustaría a muchas sociedades europeas que se dicen progresistas disfrutar una parte del espíritu individualista y rebelde de los texanos.

A los europeos, incluso a muchos norteamericanos, el estado de Texas les parece la viva imagen del republicanismo, de la América profunda, conservadora; conservadora en lo político, porque en todo lo demás ya les gustaría a muchas sociedades europeas que se dicen progresistas disfrutar una parte del espíritu individualista y rebelde de los texanos.
Pues bien, la republicanización de Texas es un proceso reciente. Empezó en los años 60, se afianzó en 1994, cuando Bush ganó las elecciones a gobernador, y sólo culminó en 2002, cuando los republicanos se hicieron con el Congreso estatal.
 
Ha continuado desde entonces, aunque hay signos de que las cosas están cambiando. Rick Perry, el actual gobernador –republicano–, ganó las últimas elecciones, pero hubo de enfrentarse a tres candidatos: el demócrata y dos independientes, uno de ellos ex republicano. Los republicanos perdieron dos elecciones importantes. Una de ellas acabó con la carrera de Henry Bonilla, el único representante mexicano-norteamericano en el Congreso. En Dallas, prácticamente todos los puestos judiciales en juego (41 sobre 42) los ganaron los demócratas. Y, según una encuesta, los votantes jóvenes, de entre 17 y 29 años, votarían a un candidato demócrata en un 54%, mientras que sólo un 32% votaría republicano.
 
Hay quien atribuye esta deriva a Irak. Hay otros, como Royal Masset, director político del Partido Republicano en Texas, que lo atribuyen a la gestión del asunto de la inmigración por parte del republicanismo, y más precisamente a la reacción de una parte importante de los medios de comunicación de derechas a las reformas propuestas por Bush. La radicalidad de la expresión y de las propuestas ha alejado del voto republicano a entre un 5 y un 10% del voto hispano. De mantenerse el 40% conseguido por Bush en 2004, dice Masset, los republicanos podrían seguir gobernando hasta el año 2030 ("The Troubled Texas GOP", The Wall Street Journal, 8 de julio de 2007).
 
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La situación recuerda a la de California después de Reagan, que cayó en manos demócratas. No fue una situación duradera: Schwarzenegger recuperó el Golden State para el GOP algún tiempo después. Claro que es posible que ningún republicano quiera ver a Texas evolucionar como lo ha hecho California. Pero también cabe recordar que fue en California, y no en Texas, donde arrancó la renovación ideológica, cultural y al cabo política de la derecha norteamericana…
 
Ya sea por la conciencia de estar moviéndose en un terreno muy movedizo o porque ésa era su intención de fondo, George W. Bush adoptó siempre una estrategia compleja. Por un lado, hizo suyos los principios en buena parte morales adelantados por la revolución de derechas desde los años 60 y 70: gobierno limitado, autonomía personal, bajadas de impuestos, fidelidad al texto constitucional; por el otro, adelantó una estrategia que en Estados Unidos llaman "bipartidista" y aquí llamaríamos "de consenso" en algunas grandes cuestiones: ampliación de la cobertura sanitaria, reformas educativas, inmigración y… guerra contra el terrorismo.
 
George W. Bush.Bush parecía partir del principio de que en estos asuntos el bipartidismo era necesario no sólo por prestigio, sino por una cuestión de fondo. Bush estaba asumiendo posiciones de tradición demócrata (incluida la línea dura frente a la amenaza totalitaria, algo que sólo se incorporó definitivamente al republicanismo con Reagan).
 
En el fondo de la acción de Bush, que aspiró a reconstruir la hegemonía republicana durante los treinta primeros años del siglo XXI, ha estado la propuesta de un nuevo pacto, un nuevo New Deal, que recogiera aspectos clave del ideario liberal-conservador de los últimos treinta años (reducción de la fiscalidad, reforma del sistema de pensiones y fidelidad al texto constitucional) e incorporara nuevos elementos, más sociales y más próximos a los demócratas, como la reforma de la enseñanza y la ampliación de la cobertura sanitaria. El ataque del 11-S y la declaración de guerra contra el terrorismo, apoyada, incluso en su versión iraquí, por una aplastante mayoría, pareció consolidar esta gran visión.
 
La evolución de la situación en Irak ha destruido cualquier expectativa. Una parte cada vez mayor del Partido Demócrata ha sido incapaz de evitar la tentación demagógica y derrotista, que ahora vuelve a ser rentable en la opinión pública. Ahora bien, el proyecto de Bush tampoco gozó de gran predicamento entre sus propias filas. Pasó, aunque con reparos, en cuanto a la reforma educativa; en cambio, para sacar adelante la ampliación de la cobertura sanitaria tuvo que forzar la mano de su partido en el Legislativo (lo que tal vez explica su actitud abstencionista y distraída ante los despilfarros del Congreso republicano de entre 2004 y 2006). Y no pudo contar con los republicanos para poner en marcha la reforma del sistema de pensiones, su primer gran fracaso en el segundo mandato.
 
En realidad, desde 2004 el único éxito de Bush ha sido el nombramiento de dos jueces conservadores, en un caso con una inútil y feroz batalla con sus propias filas de por medio. También está el excelente estado de la economía norteamericana, debido, entre otras cosas, a las reducciones de impuestos que datan de… su primer mandato.
 
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La incapacidad de Bush para sacar adelante sus propuestas y la rebelión entre los republicanos, que ha llevado a la defección de un número cada vez mayor de ellos en el punto crucial de la guerra en Irak, han sido las principales características de este mandato.
 
Bush está cada vez más aislado en una Casa Blanca en la que buena parte de sus antiguos colaboradores (Card, Gerson) ya no le acompañan. Según ha publicado el Washington Post, sigue su horario de siempre, permanece fiel a su costumbre de salir muy poco, pero apenas juega ya al golf, como antes. Los que lo han visto hace poco dicen que no da la sensación de un hombre derrotado. Tampoco se niega a ver la realidad; al contrario: visita a los heridos en combate en Irak, y escucha las críticas, ya sea por la situación iraquí o por la cuestión de la inmigración. La prioridad absoluta es Irak.
 
Parece que invita a historiadores y universitarios y les pregunta acerca de lo que quedará de su paso por la Casa Blanca. Se dice que está sereno, seguro de sí mismo y de lo que ha hecho. Nada de quejas ni de muestras de debilidad.
 
En vista de lo ocurrido durante su presidencia, casi nadie querrá su apoyo, como no sea de lejos, pero Bush parece pensar que de esa terquedad, de esa seriedad depende, por lo menos en parte, la vigencia de un legado que no le pertenece, el del movimiento liberal-conservador norteamericano, que él encarnó en un momento que ya pasó.
 
 
Pinche aquí para acceder a la web de JOSÉ MARÍA MARCO, autor de LA NUEVA REVOLUCIÓN AMERICANA.
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