El rendimiento de la economía brasileña ha sido extraordinario desde agosto del año pasado, cuando la crisis crediticia asomó la pezuña por todo el mundo. También ha sido impresionante el rendimiento de las inversiones: se estima que la capitalización de las empresas brasileras es superior a la registrada en China, la India y Rusia, que atraen numerosos capitales extranjeros por el tamaño de sus territorios y sus enormes poblaciones.
Es cierto que el auge brasileño se debe en parte a la subida de los precios de las materias primas. Así, Brasil está vendiendo azúcar y soya como nunca antes, mientras que China muestra un voraz apetito por las exportaciones de hierro y acero del país sudamericano.
Las buenísimas notas que los analistas del mercado financiero internacional están otorgando al Brasil se deben, en buena medida, a los logros económicos obtenidos por Da Silva, que durante su primer lustro al frente de la nación mantuvo la disciplina en los ámbitos fiscal y monetario. Hoy, el Brasil dispone de grandes excedentes en los presupuestos primarios, y su déficit total es pequeño. Esto ha permitido una considerable reducción de la deuda pública y evitado financiamientos inflacionarios.
Asimismo, el presidente Da Silva ha concedido una independencia total al Banco Central en materia de en política monetaria, lo que ha permitido que el Brasil se cuente hoy entre los países con más bajos y estables porcentajes de inflación: el 4% que luce no dista mucho de la tasa de Estados Unidos.
Ante las perturbaciones económicas mundiales, el principal reto del presidente Da Silva pasa por dar un nuevo impulso a las reformas; de no hacerlo, el Brasil perdería el empuje que necesita para mantenerse a la par de las otras economías importantes. Lo fundamental es reducir el excesivo peso de los impuestos, encarar el déficit del Seguro Social y hacer mucho más flexible el exageradamente rígido mercado de trabajo.
Ahora que renace por doquier el dañino proteccionismo, al Brasil le convendría nadar contracorriente de tal tendencia. Y la mejor contribución que podría hacer en este sentido sería ponerse al frente de las economías emergentes y promover los intercambios comerciales recogidos en la Ronda de Doha, así como adoptar una posición conciliatoria en el polémico tema del robo de la propiedad intelectual.
No hay duda del inmenso avance experimentado por la economía brasileña desde los malos tiempos de 2002, pero la historia del país nos advierte del peligro de un retroceso en las reformas. El presidente Da Silva haría muy bien en estar alerta ante ese peligro.
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