Puede parecer paradójico, pero a muchos socialistas españoles no les va a sentar bien una nueva victoria electoral del laborista Tony Blair. Las relaciones entre el PSOE y el Labour Party estuvieron durante años en manos del principal asesor político de Robin Cook, y con la salida de éste del Gobierno a causa de la guerra de Irak sufrieron su marginalidad. Es más, las excelentes relaciones entre Blair y Aznar, que se vieron también plasmadas en las atenciones que el premier británico dedicó al candidato del PP en las elecciones españolas de marzo de 2004, fueron recibidas con calificativos como el que soltó el actual ministro de Defensa, José Bono, en un descuido ante los micrófonos de toda España: "¡Blair, menudo gilipollas!".
Tony Blair es un socialdemócrata, pero su pecado ante los ojos de sus corresponsales del PSOE estriba en estar demasiado próximo a George W. Bush y haber apoyado la intervención para derrocar a Sadam Husein sobre premisas éticas y morales. También en que su política económica para la UE, consensuada en su día con José María Aznar y plasmada en la llamada –y frustrada– "Agenda de Lisboa", les resulta excesivamente neoliberal.
Por otro lado, en la medida en que una victoria del Partido Conservador dejaría a Gran Bretaña más aislada respecto a Europa, al menos a la configurada según los designios franceses, eso podría permitir que el Gobierno socialista español fuera visto con mejores ojos en el corazón de Europa, al que tanto empeño puso en volver pero que no le acaba de reconocer como un igual.
En cualquier caso, salvo la irrupción de Ben Laden y sus secuaces en la dinámica electoral, como hizo en España, poco margen hay para el cambio. A los socialistas del PSOE les gustaría que existiese una especie de "venganza de Sadam", pero la realidad es que, en lugar de muertos políticos, Howard sigue revalidado en Australia, Bush es ensalzado en su país y, con toda probabilidad, Blair también resultará vencedor en los comicios del 5 de mayo.
Blair llegó al poder en 1997 como culminación, en parte, del giro al centro del laborismo iniciado años antes con Kinnock y Smith, pero sobre todo como expresión de un nuevo laborismo post-thatcherita, más flexible y moderno, más inclusivo, más pragmático y menos ideologizado. De hecho, uno de sus pilares ideológicos, precisamente, fue dar con una nueva ideología para la izquierda británica, la famosa "Tercera Vía", muy alejada de los principios que alimentaban tanto la corriente de izquierda radical Militants como el rancio sindicalismo instalado en el partido.
En estos ocho años Blair ha obtenido dos logros muy relevantes en términos electorales: el primero, ser percibido personalmente como el elemento más moderado y centrista de su partido, a la derecha de su vicepresidente económico, Gordon Brown, de su grupo parlamentario y de su militancia; el segundo, a pesar del relativo giro al centro del laborismo, haber movido el centro social británico hacia la izquierda. Con estos corrimientos políticos Blair ha conseguido cambiar el terreno de juego electoral, causando numerosos problemas a su principal oposición, el Partido Conservador, o, más popularmente, los tories, que en estos años han conocido tres líderes distintos y se encuentran política y socialmente descolocados.
Las elecciones modernas suelen ganarse por una razón muy poderosa: porque el electorado no encuentra motivos ni para castigar al Gobierno ni para cambiar a favor de la oposición. No hay ningún elemento que permita prever que Blair vaya a ser castigado o que la sociedad británica se incline por el líder conservador, Michael Howard.
En el tema de Irak Blair ha seguido, sin duda, una política que ha sido duramente criticada. Pero sus argumentos morales a favor de la libertad y la democracia y en defensa del cambio en el mundo musulmán –lo que le ha valido, dicho sea de paso, que le tilden de neoconservador– han dejado dicho tema fuera de la contienda política. Hasta los liberales, que se opusieron a la intervención, admiten en su plataforma electoral el compromiso del Reino Unido con la reconstrucción y democratización de Irak. Por otro lado, tampoco puede olvidarse que el Partido Conservador, que comenzó apoyando la guerra contra Sadam, intentó más tarde beneficiarse de los errores de la inteligencia y de la mala situación sobre el terreno, para mayor confusión de sus tropas y en un movimiento táctico mal comprendido y poco justificable.
Dos son los asuntos que parecen estar en liza en esta campaña: la inmigración y el terrorismo. Ambos, tradicionalmente de la derecha, partidaria de mayores y más firmes medidas. No obstante, y por causas quizá coyunturales, el Partido Conservador no parece estar en disposición de aprovecharse de los temores de los ciudadanos británicos al respecto. Su líder, Michael Howard, que fue ministro de Interior con John Mayor, no goza de una gran popularidad o reputación como para hacer gestos, precisamente, en ese terreno; por otro lado, los dos ministros del ramo de Tony Blair: Jack Straw y David Blunkett, han sido percibidos como "duros" dentro de la tradición del laborismo y, en consecuencia, como suficientemente conservadores en este terreno.
No hay que descuidar, en ningún caso, que si el tema de la inmigración ilegal está ocupando tanta atención en la contienda electoral es porque viene motivado por el problema del terrorismo yihadista o islámico. De hecho, una de las recientes acciones de Al Qaeda ha sido declarar su deseo de atentar en las islas británicas durante las elecciones, siguiendo la estela intervencionista que arranca de los ataques de Madrid del 11 de marzo de 2004.
El anuncio ha sido tomado en serio. Y aquí radica el activo de Blair en este aspecto: nadie puede criticarle por haber desdeñado la amenaza terrorista.
Con todo, la presencia yihadista en Inglaterra es tan perceptible, así como el miedo a que se pueda ver beneficiada por el incumplimiento de las medidas de asilo y los controles de inmigración, que es posible encontrar una crítica a la aplicación de determinadas políticas, aunque poco más. De hecho, la mayor dificultad del Partido Conservador es encontrar el tono justo para su mensaje político. No se puede ser agorero en política, pero diciendo que se va a hacer más de lo mismo, sólo que con una gestión mejor, también es difícil modificar el sentido del voto de quien se ha inclinado por Blair en anteriores elecciones.
Esto es también lo que le sucede con el tema europeo. Frente al europeísmo convencido pero pragmático de Tony Blair, el Partido Conservador está radicalizando su discurso, no tanto porque crea que eso es lo que demanda la base social, sino por temor a perder votos a corto plazo por el UKIP, la nueva formación nacionalista que tan buenos resultados logró en las europeas del año pasado. Con esta inclinación, lo que se pone de relieve es el "cortoplacismo" del actual liderazgo conservador, mucho más motivado aparentemente por la táctica que por la estrategia.
Por tanto, la oposición más seria que puede encontrarse Blair proviene de sus propias filas. Y es cierto que tiene sus detractores internos y entre los votantes laboristas. Se le ve como arrogante, distante, impulsor de decisiones y políticas debatibles... todo eso es cierto. Pero también es cierto que lo que más preocupa a los barones del laborismo británico en estos momentos es conservar el poder, es decir, ganar estas elecciones. De ahí su respeto al actual líder. Lo cual no quiere decir que le vayan a respetar indefinidamente.
Tony Blair, dicen, se pensó muy mucho si presentarse a esta contienda para lograr su tercer mandato. Y ya ha anunciado que, si lo logra, éste será el último. Lo que todo el mundo se pregunta hoy es si en realidad agotará este prácticamente seguro tercer mandato. Una idea que circulaba por los mentideros de la City era que Blair ganaría las elecciones, convocaría el referéndum sobre la integración europea (Tratado constitucional y EMU) y, después, se retiraría voluntariamente para dejar el testigo gubernamental en las manos de Gordon Brown.