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ESTADOS UNIDOS

Bill Clinton: buscando un legado desesperadamente

Cuando el ahora amordazado Bill Clinton soltó su sonrojante discursillo racial en Carolina del Sur, el personal se quedó asombrado. Amigos del amigo Bill, gentes del Partido Demócrata y los sicofantas de la prensa se quedaron perplejos, desconcertados, o se sintieron asqueados y furiosos, al ver a su amado ex presidente comprometer su legado con tal indigna performance.

Cuando el ahora amordazado Bill Clinton soltó su sonrojante discursillo racial en Carolina del Sur, el personal se quedó asombrado. Amigos del amigo Bill, gentes del Partido Demócrata y los sicofantas de la prensa se quedaron perplejos, desconcertados, o se sintieron asqueados y furiosos, al ver a su amado ex presidente comprometer su legado con tal indigna performance.
Bill Clinton.
Lo que no acaban de comprender todos ellos es que no hay legado clintoniano alguno. De hecho, lo que ha venido haciendo el ex presidente en estas primarias es luchar –de manera muy inmoral, claro que sí– por dejar un legado. La historia se lo negó, pero ahora tiene una oportunidad para resarcirse.
 
Clinton es un narcisista, pero también es un tipo lo suficientemente inteligente y analítico como para saber distinguir los logros de la adulación. Entre los demócratas es muy popular porque consiguió conquistar la Casa Blanca dos veces consecutivas, algo que no había conseguido nadie del Partido Demócrata desde los tiempos de Roosevelt. Por lo que hace a las flores que le tiran desde el extranjero, no son más que las típicas muestras de respeto de que son objeto todos los ex mandatarios, si bien es cierto que Clinton recibe una ración extra porque a) es un señor encantador y b) no es George W. Bush.
 
Ahora bien, Clinton sabe que todo eso se lo lleva el viento. Es la calderilla de la gloria. Lo que le preocupa, y mucho, es el juicio de la Historia. De ahí que lo que más le haya sacado de quicio en esta primera fase de las primarias sea esta frase de Barack Obama: "Ronald Reagan cambió el rumbo de América como jamás hizo Bill Clinton".
 
Los Clinton intentaron hacer pagar esas palabras al rival de Hillary por la candidatura del Partido Demócrata para las presidenciales de noviembre. Así, le acusaron de albergar en su fuero interno simpatías por el Partido Republicano. Se trataba de una acusación bastante estúpida, y fue recibida con desdén; no sólo porque Obama no es ningún reaganita, sino porque lo que dijo es una verdad como un templo: Reagan trascendió; Clinton, no.
 
Ronald Reagan.Reagan cambió el curso de la historia. En el plano doméstico, alteró radicalmente tanto el proceder como la percepción del Gobierno; en el plano internacional, su victoria sobre el imperio soviético representó un cambio de enormes proporciones, que tuvo por consecuencia la emergencia de un mundo unipolar con un predominio americano sin precedentes.
 
En comparación, Clinton fue un mero paréntesis histórico. Puede consolarse con la idea de que así le vinieron dadas. Su época, la década de los 90, resultó ser la más intrascendente de la pasada centuria. La Administración Clinton no fue sino un intervalo de tiempo entre el colapso de la Unión Soviética: 26-XII-1991, y el virulento retorno de la Historia: 11-IX-2001.
 
La Década Clinton, esas vacaciones de la historia, fue ciertamente un tiempo de paz y prosperidad, pero también una soporífera Edad de Oro que no demandaba grandes liderazgos. Después de todo, ¿cuál fue la mayor de las crisis a las que hubo de hacer frente Clinton durante su estancia en la Casa Blanca? La originada por un grotesco escarceo amoroso que mantuvo con una becaria.
 
Sin lugar a dudas, Clinton hubiera querido ser el presidente del 11-S. Es casi imposible acceder a la grandeza sin haber afrontado una crisis formidable, por ejemplo y por lo general una guerra. Theodore Roosevelt es la única excepción clara a esta norma, y, evidentemente, Bill no es Teddy.
 
Bill Clinton.¿Cuál es el legado de la Presidencia Clinton? La consolidación de la revolución reaganita. Así como Dwight Eisenhower dio continuidad al New Deal rooseveltiano y Tony Blair institucionalizó el thatcherismo, Clinton dio en consolidar el reaganismo. El gran momento simbólico se produjo en 1996, cuando, en su discurso sobre el Estado de la Unión, proclamó que los tiempos del Gran Gobierno habían terminado. En el plano de los hechos, acometió recortes fiscales y desregulaciones, y su logro doméstico más importante fue, precisamente, socavar el Estado del Bienestar, una de las grandes bestias negras de Reagan.
 
Éstos son logros importantes, pero de segunda fila. Obama hizo poco más que proclamar una verdad evidente por sí misma. Pero, claro, a Clinton le llevaron los demonios. Después de todo, se trata de un hombre relativamente joven que aún tiene varias décadas por delante para obsesionarse con su oportunidad perdida para alcanzar la grandeza. Y encima la Constitución le prohíbe hacer nada al respecto.
 
Sin embargo, como dije al principio de este artículo, aún le queda una baza por jugar: su esposa. De ahí su desesperación, especialmente después de que Hillary cosechara una estrepitosa derrota en Iowa. Pues ella es su única oportunidad para reivindicarse ante la historia. Sólo gracias a ella podrá volver, esta vez como copresidente, a la Casa Blanca. Entonces podría disfrutar de tres o incluso cuatro mandatos presidenciales, con lo que superaría el récord de Franklin Delano Roosevelt. Entonces podría copar la historia americana durante un cuarto de siglo, y hacer de la Administración de Bush Jr. un mero paréntesis del clintonismo.
 
Ha sido por salvar esa oportunidad única, y última, de ser históricamente relevante por lo que Bill Clinton ha comprometido sus principios, sus amistades y la armonía racial en el seno del Partido Demócrata, así como su propia popularidad en Carolina del Sur. Pero le sale a cuenta: él sabe que la popularidad es deleznable, y que tan pronto se pierde como se gana (recuerde de nuevo el caso Lewinsky), mientras que los legados históricos permanecen. Y él quiere legar, desesperadamente. Pero para ello, repito, necesita volver a la Casa Blanca. Y para eso tiene que conseguir que su mujer gane las elecciones. Como sea.
 
¿Se salió de madre en Carolina del Sur? No. O no era eso, no era eso: era que se estaba aferrando con todas sus fuerzas al clavo ardiendo de su última oportunidad para pasar a la Historia.
 
 
© The Washington Post Writers Group
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