Es característica general de los regímenes árabes deslindar sus responsabilidades por las lacras y falencias propias. El islamismo ha elevado esa tendencia a un plano universal: el Islam, perfecto, aguarda el colapso de Occidente, pútrido, para hacerse cargo de las riendas del mundo y redimirlo. A la espera de ese apocalipsis, procede a distorsionar la realidad, que es bastante simple: cuando el islamismo se hace cargo no hay redención alguna, sino estancamiento, enseñanza del odio, postración, sacralización de la muerte.
Y no puede compararse con ningún segmento del cristianismo, ni del judaísmo, ni de ninguna otra religión, en las que no hay fracciones armadas que empuñen utopías totalitarias en aras de la hegemonía mundial. De hecho, el islamismo no se asemeja a cualesquiera movimientos religiosos, sino al nazifascismo o al comunismo.
Los resultados de las elecciones palestinas (25-1-06) revelan nuevamente la proclividad a la necrofilia. Ya hemos denunciado que el hasta ahora Gobierno del Fatah incluye grupos terroristas como el Tanzim, pero el jueves el terrorismo se ha entronizado: 76 de los 132 representantes palestinos pertenecen al Hamas, creado en 1987 como ala local de la Hermandad Musulmana, fundada a su vez en 1929 en Egipto.
Su plataforma de 36 artículos (18-8-88) establece en el preámbulo que "el Islam va a destruir Israel como ya ha destruido a otros", que "el Día de Juicio llegará cuando los musulmanes maten a los judíos" (artículo 7) y que "Palestina es íntegramente tierra islámica y todo musulmán debe procurar liberarla dondequiera se halle" (artículo 13). El cordial documento cita de Los Protocolos de los Sabios de Sión, culpa a los judíos de las revoluciones francesa y rusa y de las dos guerras mundiales, y advierte de que "abandonar la lucha contra el sionismo es alta traición y se castigará a los malditos traidores" (artículo 32).
Hamas comenzó su serie de asesinatos de israelíes con el de Avi Sasportas (18-2-89), y desde entonces mató a sangre fría a más de 600 israelíes y celebró tanta muerte con danzas y disparos.
Los optimistas incorregibles dirán que el programa de un grupo belicoso se modera cuando éste alcanza el poder. Pero ya han mostrado los talibanes y los ayatolás que el ejercicio del poder islamista es tan destructivo como sus "programas": no actúa para elevar de su rezago a las sociedades que secuestra, sino para destruir el progreso de las demás. Es un impulso devastador disfrazado de servicio a la divinidad –ropaje bastante más ambicioso que el de la raza o la clase social, que esgrimieron los otros dos totalitarismos del siglo XX.
Varios diagnósticos vienen proponiéndose acerca de las causas del triunfo de Hamas. Unos sostienen que la retirada unilateral israelí de Gaza dio ímpetu a los terroristas. Así, el titular de primera página del periódico Makor Rishón rezaba (27-1-06): "Cinco meses después de la Desconexión: el Estado de Hamastán". Otros encuentran en "la ocupación" la raíz de todos los males, Hamas incluido. Así lo sostuvieron parlamentarios israelíes que son palestinos, y que aquí pueden expresarse con mayor libertad que en los países árabes. Una tercera opinión apunta al hartazgo de los palestinos debido a la endémica corrupción de su gobierno. El voto a los binlanden locales habría intentado castigar a funcionarios venales más que someterse a la interpretación sanguinaria del Corán.
El diagnóstico certero requiere de mayor perspectiva histórica, pero a Israel lo aqueja el dilema inmediato de cómo actuar.
El mismo viejo eco
En principio, podríamos guardar cauto pesimismo hasta ver los primeros pasos del Hamas y mientras tanto destacar el aspecto positivo de los comicios. Después de todo, los palestinos están, junto a libaneses e iraquíes, entre los primeros pueblos árabes que empiezan a ensayar la democracia. Por supuesto, el comienzo es difícil, y por ahora se trata de una democracia muy imperfecta. Las últimas elecciones tuvieron lugar hace diez años, y la libertad de expresión de los palestinos está cercenada (salvo los que viven en Israel).
Según el Centro Palestino para los Derechos Humanos (22-1-06), durante estos comicios muchos imanes trasgredieron la ley al transformar sus sermones en arengas a favor del Hamas. En la mezquita Al Susi, en Gaza, se desató una batahola (21-1-06) cuando los feligreses quisieron justamente detener la propaganda política.
Imperfecciones a un lado, podría haber despertado alguna esperanza el ver cómo los palestinos comenzaban a construir una democracia. Nunca admitirán que se lo deben al ejemplo de Israel, y tampoco éste espera al respecto gratitud alguna, salvo la que consiste en que nos dejen vivir en paz. Entre democracias no hay guerras, y la consolidación entre ellos de una sociedad libre es condición necesaria para la paz.
Concretamente, el hecho de que Hamas participara de las elecciones (a diferencia de la Yihad Islámica, que las boicoteó) indica de por sí que, aunque siga insistiendo en que actúa por derecho divino, en rigor ha recibido su mandato del pueblo por vía de instituciones que se supone habrá de respetar. Hasta aquí la visión del optimismo, tal vez excesivo.
Una más escéptica sostendría que, para evitar que Hamas reanude en breve los atentados terroristas masivos que ya anuncia, debería procederse como en Argelia. Allí, cuando en 1991 los islamistas ganaron las elecciones, éstas fueron canceladas y se abrió un proceso de lenta democratización social que llevó a que en 2004 los terroristas fueran derrotados en las urnas. Se trata de una de las grandes paradojas que jaquean a las democracias: hasta qué límite pueden admitir en su seno a quienes explícitamente proclaman el propósito de destruirlas.
Con todo, la nación argelina no vociferaba el designio de aniquilar a otra nación, y por ello la solución a su problema fue un asunto interno. Con los palestinos es diferente, porque si la Autoridad Palestina vuelve a transformarse en un instrumento encaminado a destruir el Estado hebreo, éste no podrá permanecer indiferente.
Hasta ahora las autoridades palestinas expresaron su impotencia o su desgano para desarmar a los esbirros del terror. Esta impotencia incluyó al más moderado de los dirigentes palestinos, Nabil Shaath, quien dirigió la campaña electoral de Fatah. Las consecuencias están a la vista: el terror se ha apoderado de la Autoridad Palestina, y toda su maquinaria de seguridad puede caer en sus manos.
A largo plazo, decíamos, habrá paz cuando los palestinos aprendan que en Palestina nunca tuvieron un Estado, ya que hasta 1920 los únicos palestinos eran los hebreos: Fondo Nacional Palestino, Orquesta Filarmónica Palestina, diario Palestine Post... todos judíos. La brigada de voluntarios judíos que combatió al franquismo se denominaba Brigada Palestina, como la que combatió en el ejército británico durante la Segunda Guerra. Y no hablaban árabe sino hebreo, y leían el alfabeto de Jesús, un judío en Judea, jamás palestino. El predecesor de Arafat, Ahmed Shuqeiri, lo expuso en la ONU (31-3-56): "Palestina no es sino Siria del Sur".
Durante la segunda mitad del siglo XX la voz palestinos sufrió una metamorfosis semántica sin parangón. Los judíos de Sión dejaron de utilizarla al independizarse (15-5-48), y el término fue abandonado en el limbo semántico, del que lo recogieron los árabes. Esta transformación no les quita derechos a un Estado propio, pero sí debería acallarlos cuando se proclaman únicos dueños de esta tierra.
Y a medio plazo, decíamos, no habrá guerra cuando decidan crear lo propio en lugar de destruir lo ajeno. Esa decisión parece hoy más remota, porque, aun si Europa se decide a unirse a Israel y a EEUU para enfrentar a Hamas, el régimen iraní lo proveerá de arsenales y recursos.
Cuando los iraníes votaron limitadamente eligieron lo peor. Los palestinos también. Y por más que Israel siga haciendo esfuerzos por forjar un Oriente Medio de paz, desde la nueva Autoridad Palestina reverbera el mismo mensaje que desde Teherán, como un eco tenebroso: "Pasarán cientos de años, pero de las ruinas de nuestras ciudades siempre resurgirá el odio contra ese pueblo que es el responsable de todo lo sucedido y de lo que padecemos: el judío internacional" (Adolf Hitler, Mi testamento político, 29-4-45).
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay).