Todos los candidatos a suceder a George W. Bush han cortejado al pequeño pero muy influyente electorado judío, de ahí que Israel haya sido objeto de una gran atención.
En circunstancias normales, los judíos difícilmente brindarían su apoyo a un candidato que ha estado ligado durante mucho tiempo a un racista como el reverendo Jeremiah Wright, ex consejero espiritual de Obama. Wright, defensor del black power, se ha pasado años y más años incitando al odio y la xenofobia: ha acusado a Israel del 11-S, esa "llamada de atención a la América blanca"; ha estado muy vinculado a Louis Farrakhan, notorio antisemita y líder de la Nación del Islam, con el que viajó a Libia para reunirse con Muamar el Gadafi; ha dado cobertura en su iglesia a la propaganda de Hamás y bramado continuamente contra América.
Si Obama fuera conservador, los judíos americanos serían los primeros en secundar las iniciativas tendentes a descalificarlo por haber estado relacionado con un intolerante de ese calibre.
Aún más desconcertante que la relación de Obama con el pastor racista es la postura de sus amigos y consejeros ante el conflicto árabe-israelí.
Robert Malley, consejero del candidato demócrata hasta fechas bien recientes, ha estado muy estrechamente ligado al multimillonario antiisraelí George Soros. Samantha Power, que también dimitió hace poco como asesora de Obama, instó en su día a EEUU a defender a los palestinos ante el "genocidio" israelí. Tony McPeak, codirector de la campaña de Obama, se ha lamentado de que la política exterior norteamericana esté tan influida por "Miami y Nueva York". También ha estado en relación con el senador por Illinois el ex consejero de Seguridad Nacional (con Carter) Zbigniew Brzezinski, que ha ensalzado el libro de Mearsheimer y Walt donde se demoniza al lobby pro israelí.
Obama acaba de fichar como consejero político para Oriente Medio al ex embajador norteamericano en Israel Daniel Kurtzer, cuyas posiciones en defensa de que EEUU presione más al Estado judío son de todos conocidas. Kurtzer elogió en fechas recientes al ex secretario de Estado James Baker y al ex presidente George H. W. Bush por haber amenazado a los israelíes con suspender ciertos préstamos si no pasaban por el aro. Kurtzer ha criticado a los presidentes Clinton y George W. Bush por no haber sido lo bastante duros con los israelíes, y acusó a Dennis Ross, el enviado de Clinton a Oriente Medio, de ser proisraelí. De Clinton dijo en su momento que cedió incluso a "la petición de [Ehud] Barak" de responsabilizar públicamente a Arafat del fracaso de la cumbre de Camp David.
Teniendo en cuenta estos factores, uno podría imaginar que los judíos albergarían al menos dudas a la hora de respaldar a Obama, pero lo cierto es que, excepción hecha de los ortodoxos, la mitad de los judíos demócratas respaldaron a Obama frente a Hillary Clinton, y todo parece indicar que la mayoría de los judíos americanos van a decantarse por él y no por el republicano John McCain.
¿Por qué? Algunos apuntan a la adoración por el progresismo que siente la mayoría de los judíos americanos, lo cual les vincularía emocionalmente con Obama, que es poco menos que el Mesías para los progres. Por otro lado, a la mayoría de los jóvenes judíos no ortodoxos la cuestión israelí no le tira tanto como a le tiraba a la generación anterior. De acuerdo con un estudio reciente de Stephen Cohen, más del 50% de los judíos no ortodoxos menores de 35 años no consideraría la destrucción de Israel una "tragedia personal".
Con todo, Obama no quiere dejar ningún cabo suelto y se ha embarcado en una campaña para ganarse el favor de los activistas proisraelíes, campaña que alcanzó su punto culminante en la conferencia del Aipac. Antes de que se celebrara este importante acontecimiento, Obama dijo que apoyar a Israel no pasaba necesariamente por compartir los enfoques del Likud, pero cuando se puso a hablar ante los más de 7.500 asistentes al mismo pronunció un discurso que bien podría haber esgrimido en unas primarias del partido conservador israelí.
Además de mostrarse contrario a mantener relaciones con Hamás, Obama abundó en la necesidad de que Israel tenga unas fronteras "seguras, reconocidas y defendibles", formulación mucho más explícita que la vaga prescripción de Bush acerca de las "realidades demográficas sobre el terreno". A la hora de defender que Jerusalén siga siendo la capital indivisible de Israel, Obama fue mucho más allá que el propio Gobierno de Israel, lo cual desató la furia de los árabes y de los seguidores izquierdistas del propio Obama, incluso de sus partidarios judíos que militan en Paz Ahora. Uri Avnery llegó a acusarle de "romper todos los precedentes de generosidad y halagos" y "arrastrarse a los pies del Aipac". Como era de esperar, en menos de un día su portavoz empezó a recular y comentó que el futuro de Jerusalén habrían de determinarlo las partes en conflicto.
Así que sigue habiendo motivos para la duda. ¿Se puede confiar en que Obama cumpla sus promesas electorales? Los progres a machamartillo responderán que sí, pero muchos judíos que tradicionalmente votan demócrata se lo van a pensar dos veces antes de hacerlo por aquél.
Para ser justos, hay que reconocer que entre sus partidarios de Obama hay fervientes defensores de Israel, como por ejemplo el director de The New Republic, Marty Peretz, el tesorero del Aipac, Lee Rosenberg, y otros como ellos, que no tienen un pelo de buenistas y que dificilmente podrían ser engañados por un candidato cordialmente hostil a Israel.
Puede incluso que Obama haya cambiado sinceramente de opinión al sumergirse en el debate.
Sea como fuere, como ciudadano israelí residente en Jerusalén no deja de preocuparme que este hombre haya estado ligado a gente que, en el mejor de los casos, se ha mostrado ambivalente y, en el peor, se opone a nuestros intereses vitales y es rabiosamente racista. Dicho esto, sigo siendo optimista en lo relacionado con la amistad americano-israelí: con independencia de quién sea el próximo inquilino de la Casa Blanca, permanecerá intacta.
La buena noticia es que el apoyo a Israel en los Estados Unidos es abrumador y verdaderamente bipartidista, lo que garantiza que incluso un dirigente que no sea muy proclive a nuestra causa se lo pensaría dos veces antes de adoptar posturas antiisraelíes. Además, y ya para terminar. ¿quién se iba a imaginar que George W. Bush iba a alinearse con los buenos?