Esa contradicción se explica por la carga de publicidad oficial y paraoficial, pagada con el dinero de todos, que lamentablemente no alcanza sino para medio sostener al Jefe cuando la estantería se derrumba.
Los colombianos se sienten en las peores horas en materia de inseguridad. La inseguridad en las ciudades es dramática, y en los campos, tan mala como en vísperas del Gobierno Uribe, si bien por fortuna aún no se ha extendido por todo el país. El Cauca es un campo de batalla; sacar un barril de petróleo del Caquetá, una hazaña; el Chocó está secuestrado; Arauca, como en sus peores épocas; la región del Catatumbo, en el Norte de Santander, está perdida; Cali, rodeada de guerrilla por todas partes; la región del Pacífico arde entre explosivos y cocaína, y la frontera del Ecuador sirve para que miles de colombianos busquen la paz en el destierro.
Rodeados de dinero por todas partes, no hemos sido capaces de reconstruir las casas que perdieron miles de desgraciados en la temporada invernal de hace un año. El consuelo para ellos está en que la culpa es de los alcaldes y no del Gobierno central. Así serán menos malas las noches en los infames campamentos de miseria, suponemos.
Tampoco nos ha valido el dinero para resolver el problema de la doble calzada a Girardot, ni el de la doble calzada a Tunja. En la primera, porque está de por medio el señor Char, y al ministro Vargas Lleras no se le puede tocar al mejor amigo. En la segunda no sabemos quién está de por medio. Y esas son apenas perlas para la muestra. No hay señales de mejoramiento en nuestra infraestructura, la peor de América, sea dicho con perdón.
La producción agropecuaria viene sumiéndose en un peligroso proceso de caída libre. Ya lo entendió el ministro Salazar, solo ocupado en perseguir furiosamente a los terratenientes, excepto a los de Ubaté, porque a nadie le gusta que el tiro le pegue en el pie. La culpa tampoco es del Gobierno. Será del Banco de la República, por subir las tasas de interés. Las mismas que, por crecientes, demuestran que nuestra política económica es la mejor del mundo.
Las exportaciones son muy altas, nos dicen con gran orgullo. Callando, o diciendo muy quedo, que se explican en más del 75% por las ventas de minerales. Volvimos, 45 años después, a la monoexportación que combatió Carlos Lleras Restrepo. ¡Y dicen que no hay milagros económicos!
Las importaciones suben a ritmo de vértigo. Sin contar la subfacturación que nadie menciona, tal vez porque no se mienta la soga en casa del ahorcado. Detrás de esa cifra fabulosa, que supera de verdad y con mucho los 60.000 millones de dólares anuales, está la tragedia de miles de pequeños y medianos negocios que se cierran todos los días, asfixiados por la competencia internacional, que llega promovida por la moneda más dura del mundo.
La mermelada alcanza para toda la tostada, dijo nada menos que el señor ministro de Hacienda. El Gobierno nada en la abundancia. Es el ricachón desafiante en la casa de los pobres. Porque tenemos el desempleo más alto de América Latina, y eso que todavía se deja adornar con los datos del empleo informal ignominioso que padecen centenares de miles de hogares colombianos. Pero la mermelada tiene empalagados a todos los políticos, que cómodamente sentados en la mesa de la unidad nacional engullen en silencio las apetitosas porciones del presupuesto que les arroja el Gobierno para que sacien su voraz apetito.
Lo mejor es la política internacional. Tan hábil y diserta, que nos ha dejado de amigos de Chávez y Correa, y por reflejo de Ahmadineyad y Bachar Asad. Uno tiene los amigos que merece. Y también el Gobierno que tolera. Y peor aún, que aplaude.
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, exministro colombiano del Interior.