Los cargos contra Jodorkovsky se centran, aparentemente, en prácticas financieras dudosas vinculadas a su control del gigante petrolero ruso Yukos. Pero no es necesario que uno sea experto en las prácticas financieras de esa compañía para darse cuenta de que la ley se utilizó selectivamente contra Jodorkovsky con el fin de frustrar las ambiciones políticas de un posible futuro opositor al presidente, Vladimir Putin.
Para aquellos que controlan el Kremlin, Jodorkovsky había roto las reglas no escritas según las cuales los empresarios de éxito son libres de prosperar mientras no desafíen al Gobierno en general y a Putin en particular. Cuando Jodorkovsky, que muchos intuían como futuro presidente reformista, rechazó descartar una candidatura potencial a la presidencia rompió esas reglas. Este hombre, uno de los más ricos de Rusia, fue condenado inicialmente a nueve años de prisión, y ahora ha sido enviado a un campo de trabajo.
Muchos ven en la detención de Jodorkovsky un anuncio del retorno al pasado soviético. Pero es importante poner las cosas en perspectiva. La Unión Soviética fue un lugar en el que millones de personas trabajaban para el KGB, decenas de millones eran asesinadas y cientos de millones vivían bajo constante miedo. La situación hoy está muy lejos de eso: no sólo porque Putin no sea ningún Leónidas Brezhnev, y ciertamente ningún Stalin, sino, más importante, porque el virus de la libertad se ha extendido entre los rusos durante bastante más de una década. Reimponer la tiranía al estilo soviético sería virtualmente imposible.
No obstante, todos aquellos que comprenden que el derecho a disentir es la piedra angular de una sociedad libre deberían estar preocupados por los sucesos registrados en Rusia recientemente. En lugar de pasar a la historia por el continuo desarrollo de la democracia, los últimos años han traído una regresión. Esto no sólo es malo para el pueblo de Rusia, también lo es para sus vecinos y para todo el mundo libre. Porque mientras que una Rusia democrática sería un aliado poderoso a la hora de promover la libertad y la estabilidad en todo el mundo, una Rusia autoritaria minaría estos esfuerzos y debilitaría significativamente la seguridad de las naciones libres.
Muchos líderes democráticos son comprensivos con Jodorkovsky, pero están poco dispuestos a presionar a los rusos para que lo liberen, por temor a que este asunto mine los esfuerzos por resolver otras cuestiones geopolíticas. Pero sé tan bien como cualquiera que el presunto intercambio entre idealismo democrático y realismo geopolítico es una elección falsa en gran medida. A comienzos de los años 80, a mi mujer, Avital, que había estado montando una campaña mundial en favor de mi propia liberación de una cárcel soviética, le fueron explicadas las duras realidades de la realpolitik por un alto funcionario de la Casa Blanca en una Administración que era extremadamente empática con mi súplica. Señalando un mapa del mundo, el funcionario destacó los muchos temas geopolíticos que estaban en juego entre Estados Unidos y la Unión Soviética. "¿Cree realmente –preguntó– que podemos subordinar todas estas materias a la cuestión de la liberación de su marido?". "Lo que usted no entiende –contestó ella– es que ustedes sólo serán capaces de resolver estos temas cuando mi marido salga de prisión".
Lo que el diplomático consideró seguramente que eran las palabras sentidas pero inocentes de una esposa apasionada contenían, sin embargo, una verdad básica. Me encarcelaron a causa de la naturaleza de un régimen soviético que buscaba sofocar toda disidencia. Y la raíz del conflicto geopolítico entre las dos superpotencias era la naturaleza de dicho régimen. Cuando la presión desde Estados Unidos llevó a mi liberación –fui el primer preso político liberado por Mijaíl Gorbachov–, fue una señal de que el desafío geopolítico que presentaba la Unión Soviética estaba llegando a un final.
Hoy, la URSS ya no es un enemigo. Rusia tiene un líder, Putin, que ve la cooperación con el mundo libre como el camino para restaurar su país y su anterior grandeza. Pero las débiles protestas del mundo libre con respecto a la detención de Jodorkovsky y el rechazo a hacer pagar a Moscú cualquier precio por su inversión de las libertades democráticas ha llevado a los del Kremlin a creer que pueden consolidar el poder en Rusia a través de medios antidemocráticos y, aun así, ganar la cooperación que buscan con Occidente.
Cualquier preocupación acerca de las potenciales consecuencias, hace dos años, de encarcelar a una figura internacional ha demostrado estar fuera de lugar. La dramática caída en la inversión exterior de la que algunos habían advertido nunca se materializó. Y mientras que algunas personas argumentaban que, como consecuencia del arresto de Jodorkovsky, Rusia no debía ser invitada a la cumbre de ese año del Grupo de los Ocho, hoy está programado que Moscú albergue la próxima cumbre de naciones industriales. De hecho, desde la perspectiva del Kremlin, la maniobra contra Jodorkovsky, que ha silenciado tanto a la oposición como a los medios, ha sido a todas luces un éxito .
Esto es desafortunado. Igual que el fracaso a la hora de presionar al Kremlin para que libere a Jodorkovsky ha facilitado sus esfuerzos por consolidar su poder y restringir las libertades, presionarlo exitosamente para liberar a Jodorkovsky ayudaría a restaurar esas libertades y ayudaría a Rusia a volver al camino de la reforma democrática.
El caso Jodorkovsky representa una oportunidad real para que los preocupados por el estado de la democracia en Rusia tomen cartas. Al presionar a las autoridades rusas para que pongan fin a esta grotesca imitación de justicia, el mundo libre estaría reforzando la democracia dentro de Rusia y consolidando una alianza entre Rusia y el mundo democrático, que es críticamente importante para nuestro futuro común.