Pero llegó la crisis inmobiliaria, y uno de los accionistas de referencia de Repsol es Sacyr-Vallehermoso, constructora de pro, que necesita desprenderse de sus acciones en la rama del petróleo para atender a otros asuntos con el dinero que obtenga. Y resulta que el candidato principal a hacerse con el paquete de Sacyr es la empresa Lukoil, la segunda en dimensiones de las privadas rusas. Hasta aquí, todo parece normal, más allá de que quepa discutir la conveniencia para España de tener en Repsol precisamente ese socio. Discusión a la cual la prensa argentina no hace referencia.
De concretarse la operación, un veinte por ciento de Repsol pasaría a manos de Lukoil. Lo que no es ninguna tontería, aunque se lo parezca al presidente Smiley y a su ministro Desatinos. Pero la cosa es, en realidad, aún más complicada cuando se la mira considerando los intereses del gobierno argentino (que sólo raramente coinciden con los de los argentinos).
Chávez habla con el Jano Medvedev/Putin, tanto monta, más a menudo de lo que sería de desear, en ejercicio de las funciones que le concede el hecho de que Venezuela sea el miembro no árabe de la OPEP. Y quien dice Chávez, dice Correa, Morales y Kirchner, porque el dictador venezolano es la voz cantante del grupo. ¿De qué hablan tanto Chávez y la familia imperial rusa? Entre otras cosas, de Lukoil y de otras firmas similares, que encajan perfectamente en el esquema expansivo putiniano.
En estos días, Cristina Kirchner, rostro femenino del Jano Kirchner/Kirchner, viaja a Rusia. Y un periódico de Buenos Aire sugiere que uno de los temas de la agenda correspondiente es Lukoil. Pero no únicamente Lukoil en relación con Repsol, sino también Lukoil en relación con la hasta hoy fantasmal Enarsa.
No es imposible, por lo tanto, que se esté llevando a cabo una doble negociación con los rusos. O, para ser más exactos, que los rusos estén negociando en varios frentes en relación con Argentina. El viaje presidencial, de neto cariz comercial, incluye entrevistas con dirigentes de empresas. El pasado sábado, por la noche, "a último momento", Lukoil "pidió sumarse al cónclave empresarial", publica La Nación de Buenos Aires. Sigue el mismo periódico: "Es probable que los directivos de la compañía se reúnan con el ministro de Planificación, Julio de Vido, [quien] será protagonista de la firma de acuerdos energéticos, que incluyen la cooperación en desarrollo nuclear, uno de los temas en los que el Kremlin apuesta fuerte en la región, y convenios entre la petrolera estatal Enarsa y su par rusa (Gazprom), en la que podría entrar Lukoil". No sé muy bien qué significa esto último: ¿que Lukoil entraría en Gazprom o en Enarsa?
¿Permitirán las leyes argentinas de la competencia la presencia de una misma compañía en otras dos del mismo sector? De ser así, el poder ruso será imparable en la región. Llevan años en la puja. Desde que, tras el bloqueo a la dictadura argentina decretado por el presidente Carter, la entonces Unión Soviética se convirtió en el primer comprador de productos de país, los necesitara o no. La semana pasada, Medvedev visitó Brasil con notable éxito de crítica y de público.
Yo no espero nada de Smiley y los suyos, con potencial mayoría en el Congreso ante esta situación. Si publico estas líneas es porque una costumbre de varias décadas en la inútil labor de advertir a la clase política española me impulsa a hacerlo, no sin cierta tristeza. Es un momento riesgoso. Rusia, después del paréntesis comunista y del paréntesis alcohólico poscomunista, en los que sin embargo no dejó de atender a sus intereses nacionales permanentes, muestra todo el vigor de un imperio multisecular que ha sobrevivido a casi todo. Que tiene sólidos pactos con Alemania y, por tanto, una gran influencia sobre la política europea, incluidas decisiones tan singulares como la relativa a la (negada) integración de Georgia en la UE. Y que, como dijo Sarah Palin en una muestra de fina inteligencia, que todos los estúpidos tomaron por una estupidez, se ve desde Alaska.