Me gusta eso de hacer de los relatos personales una columna interesante. Ahora es mi oportunidad de contar algo de mi vida sin resultar demasiado extemporáneo. Para no ser demasiado repetitivo, hablaré sólo de cosas que me han pasado en el último mes y medio.
La noche del Día de los Inocentes, mientras me encontraba parado en un semáforo de una muy transitada avenida de Buenos Aires, por las ventanillas abiertas de mi automóvil (grave error... que ya había cometido antes) me amenazaron. Acto seguido me robaron el teléfono celular, el dinero que llevaba encima y las tarjetas de crédito.
Llevo ya varios años viviendo a lo Rambo, esperando cualquier ataque y preparándome para ello. Gracias a mi pasión por ciertos deportes de riesgo, salí ileso de una emboscada que me tendieron unos delincuentes armados el domingo 27 de enero, a escasos metros del club hípico militar al que concurro habitualmente. Anticipé la emboscada y pasé raudamente entre los dos vehículos de los criminales, mientras un francotirador me apuntaba con su 9 mm.
Hubo quien me preguntó si había sentido temor. La verdad es que no. Fue todo demasiado rápido. Pero me quedó una gran preocupación por el futuro, que pareciera empeorar. Tenga en cuenta que, a diferencia del argentino medio, suelo circular por los lugares más seguros, dado que allí viven los ricos (también los políticos y los capos de la mafia), que poseen seguridad privada.
Y me preguntaba cómo hacer para combatir el delito. De nada sirve un mejor patrullaje y la represión armada (¡me quisieron emboscar a escasos metros de un centro de militares!). Hay que ir al fondo, y empezar por recrear la autoridad moral.
Dado el bajo nivel de virtudes, Argentina es el 108º país en el índice de la Heritage Foundation que mide la libertad. El nivel moral es muy bajo. Es muy difícil explicar que robar es malo en un país donde el ingreso promedio es un 20% inferior al de 1998. Más difícil es explicárselo a los millones de desempleados que no tienen con qué alimentar a sus familias porque la violencia represiva estatal impone leyes laborales y salarios mínimos que dejan fuera del mercado a quienes no cumplen los requisitos (para empezar, a los que ganarían menos que el salario mínimo). El desempleo es hoy un 30% más alto que en 1998, y la pobreza alcanza al 28,3% de la población, es decir, a 14 millones de personas. Es imperdonable que exista hambre en un país que, con sólo 40 millones de habitantes, produce alimentos para 300 millones de personas.
Es difícil explicar que robar es malo cuando casi todos los políticos son sospechosos corrupción pero jamás son condenados (manejan el poder, la legislación y la justicia). Es difícil explicarlo en un país en que los "honorables banqueros", con la ayuda de los políticos y el aval de "destacados intelectuales" de las "mejores instituciones académicas", exigieron, durante las Presidencias de De la Rúa, Duhalde y Kirchner, la confiscación, fuerza policial mediante, de los depósitos bancarios de millones de ciudadanos.
Es difícil explicar que el robo es malo cuando el respeto por la propiedad es tan ínfimo que el Gobierno se jacta de que lo que coactivamente el Estado le quita al ciudadano (cuando lo natural en el mercado es que la gente pague voluntariamente por la prestación de un servicio), es decir, la recaudación impositiva, batió récords en enero, tras aumentar un 44% (un 18% en términos reales, descontada la inflación) con respecto al año pasado.
Detrás del francotirador que todavía tengo en mi retina veo a los políticos populistas y corruptos, a los empresarios amigos del poder y a los "académicos" que justifican este estado de cosas. Pero como no hay mal que cien años dure, la Argentina se repondrá, aunque hoy parezca imposible.
© AIPE