Salvo la secretaria de Estado norteamericana, Condolezza Rice, los negociadores palestinos e israelíes, así como algunos europeos, parecen coincidir en que la cumbre de Annapolis no tiene grandes posibilidades de éxito.
Ahmed Qurei, un oficial de alto rango de Al Fatah y ex primer ministro de la Autoridad Palestina, ha dicho que si la reunión no arroja resultados positivos es probable que los palestinos respondan con actos de violencia: "Si las negociaciones fracasan, podemos esperar una intifada mucho peor y más severa". En parecidos términos se ha expresado Azzam al Ahmed, el representante de Mahmud Abbás en las negociaciones de Al Fatah con Hamás: "Si no nos preparamos bien para la conferencia, de manera que resulte en algo positivo, las repercusiones serán más peligrosas de las que tuvo el fracaso de Camp David". Asimismo, el representante especial de la Unión Europea para el Medio Oriente, Marc Otte, ha declarado: "El costo del fracaso es aún mayor que el del año 2000". Por su parte, el ministro de Seguridad Pública y ex jefe del contraespionaje israelí, Avi Dichter, ha dejado que trascienda su parecer de que las negociaciones no serán fructíferas, y Shimon Peres, presidente del Estado y legendario negociador, ha advertido: "Si la conferencia tiene éxito, no será un éxito total. Pero si fracasa, será un fracaso completo".
Así las cosas, apenas sorprende que una reciente encuesta haya arrojado el dato de que sólo el 23% de los israelíes cree que la cumbre de Annapolis triunfará.
Dejando de lado la predilección palestina por la violencia (¿por qué lanzarían una intifada si las negociaciones no prosperan? ¿Acaso no pueden seguir negociando civilizadamente?), es evidente que las diferencias políticas entre las partes son tan intensas hoy como lo fueron años atrás. Van desde lo formal: los palestinos desean obtener un documento que detalle las soluciones para cada problema –Jerusalén, los asentamientos, las fronteras, etcétera–, mientras que los israelíes tan sólo aspiran a alcanzar una declaración final vaga, hasta lo sustancioso: mientras que los palestinos desean ejecutar el "derecho de retorno" al Estado judío, obtener la soberanía sobre Jerusalén Este y la evacuación israelí del 100% de Judea y Samaria, una encuesta del diario Haaretz ha revelado que el 87% de los israelíes está en contra del retorno de los cerca de 4,5 millones de refugiados palestinos a Israel y que dos tercios se oponen a la división de Jerusalén (asimismo, resulta claro para los israelíes que, aun si fuera a haber una concesión territorial en Cisjordania, no significaría la evacuación total).
Los palestinos están mal acostumbrados a reclamar y no cumplir. Convenientemente olvidan que la primera obligación que les incumbe es frenar el terrorismo antiisraelí, cosa que aún no han hecho –incluso podemos postular que ni siquiera han comenzado a intentarlo en serio–. Los alrededor de dos mil cohetes lanzados desde la Franja de Gaza en los últimos dos años (es decir, desde la desconexión israelí) prueban el punto. También olvidan porque quieren que la Hoja de Ruta, el documento guía ampliamente aceptado por los Estados Unidos, Rusia, la UE y la ONU –y acatado, a regañadientes pero acatado al fin, por los israelíes y los propios palestinos–, estipula un calendario secuencial que obliga primero a los palestinos a detener el terrorismo y luego insta a los israelíes a proceder con las concesiones territoriales. Y, por supuesto, olvidan deliberadamente que en el pasado han rechazado parte de lo que ahora exigen. ¡Y tienen las agallas de amenazar con nuevas oleadas de violencia, como si no tuvieran que rendir cuentas por todo el sufrimiento innecesario que han causado a los israelíes, además de a sí mismos!
Dada la realidad del escepticismo reinante ante lo que esta nueva cumbre pueda lograr; dada la gigantesca brecha entre expectativas palestinas y posibilidades israelíes; dada la casi nula predisposición palestina a flexibilizar sus reclamos tradicionales, y dadas las propias advertencias/amenazas palestinas sobre un renovado recurso a la fuerza, es razonable esperar que la reunión de Annapolis sea postergada, si no directamente cancelada. Tal postergación/cancelación podría incluso ser beneficiosa para las partes, conforme a la observación del analista israelí Herb Keinon.
Ehud Olmert, que ya hace frente a una tercera investigación criminal, no está precisamente en la más sólida de las posiciones para negociar. Su debilitamiento interno podría dar lugar a la emergencia de falsas esperanzas en las filas palestinas: éstas podrían pensar que aquél ofrecerá mucho para asegurar un acuerdo que le permita recuperar crédito político entre sus compatriotas; pero ello podría llevar a la desilusión, o bien alimentar la sospecha acerca de su incapacidad para ejecutar cualquier acuerdo una vez de regreso a casa, lo cual daría vigor a la desconfianza. Abbás, por su parte, podría alegar que prefiere no tomar parte de un encuentro que no vaya a garantizar la consecución de los derechos palestinos, lo que le permitiría presentarse como un duro ante Hamás.
Por lo que hace a la Administración republicana, podría perder mucho capital político en este asunto. Hay que tener en cuenta que EEUU está a las puertas de un nuevo año electoral, y la Casa Blanca necesita presentar progresos en al menos un área del Medio Oriente. Ello podría explicar el vigor con que Condoleezza Rice está promoviendo la cumbre, y publicitando su optimismo. Interrogada a propósito de las aprehensiones prevalecientes relativas a esta nueva conferencia internacional, Rice respondió apelando a una cita de la película Apolo 13: "El fracaso no es una opción".
Suena lindo. Pero alguien debería recordarle otra frase de la misma película y tomada de la vida real; es de cuando los astronautas del Apolo 13 descubrieron que un desperfecto técnico los había dejado varados en el espacio sideral. "Houston, tenemos un problema". Ciertamente, los diplomáticos y negociadores de la cumbre de Annapolis tienen un problema.
Generalmente, cuando uno se topa con un problema, lo más aconsejable es arreglarlo, no seguir adelante como si no existiera.
JULIÁN SCHVINDLERMAN, analista político argentino, autor de TIERRAS POR PAZ, TIERRAS POR GUERRA.