Digamos, en aras de simplificar la historia política israelí, que de la veintena de partidos, y la vastedad de opiniones que la han protagonizado, dos gobernaron el país: las tres primeras décadas, el laborismo, de centro-izquierda; las tres posteriores, el Likud, de centro-derecha (con un interregno laborista entre 1992 y 1996).
Este esquema podría estar en vías de transformación a partir de una consulta menor al Comité Central del Likud (27-9-05) que ejemplificó uno de esos interesantes casos en que un mero tecnicismo esconde un considerable cambio ideológico. La cuestión que convocó a los 3.000 miembros del Comité fue votar si elegir tempranamente o no al nuevo jefe del partido. Las elecciones a tal efecto están previstas para dentro de medio año, y la consulta ni siquiera estipulaba una nueva fecha: sólo preguntaba si había que adelantarlas.
El líder del "sí" fue Benjamín Netanyahu, y el del "no" el primer ministro, Ariel Sharón. De los once jefes de Gobierno que tuvo Israel, ellos son, junto a Menajem Beguin e Isaac Shamir, los cuatro procedentes del Likud. A diferencia de Netanyahu, que nació en el seno de una familia nacionalista, Sharón llevó en sus albores políticos a su propio partido (Shlomtzión) hacia distintas posiciones políticas, que, antes de integrarse en el Likud, no excluyeron alianzas con el laborismo.
Netanyahu renunció como ministro del Tesoro (7-8-05) en protesta por el inminente desmantelamiento unilateral de los poblados israelíes en la franja de Gaza, que se efectuara diez días después, un repliegue impulsado por Sharón contra viento y marea: el premier incluso se negó a consumar un plebiscito al respecto, y contrarió la opinión de los afiliados de su partido que habían votado contra la medida.
Como ésta también contradecía la plataforma del partido y aun el mensaje de Sharón durante la campaña electoral de 2001 que lo llevó al Gobierno, la consulta al Comité Central fue muy significativa. Sin juzgar si la retirada de Gaza fue o no razonable, ni si a largo plazo favorece o no a Israel, lo que todo el mundo admite –Sharón incluido– es que se trató de una alteración en la línea del Likud, y ahora el partido ha aceptado el cambio por un escaso margen de votos (el 51,4 por ciento). Sharón incluso declaró que si no emergía airoso de la consulta fundaría una vez más su propia formación política.
En términos generales, la repercusión mediática de la retirada fue positiva, y durante los días en que Israel desarraigaba a su propia población dejó de ser vituperado. Con todo, nunca se destacaba que el motivo de la táctica de Sharón es que, como hasta ahora no hemos encontrado entre los líderes palestinos un interlocutor que tome medidas importantes hacia la paz real, a Israel no le cupo sino decidir cuáles son sus fronteras más defendibles para esperar desde allí un gesto de buena voluntad de parte de sus enemigos.
Además, no debió transcurrir mucho tiempo para que el maniqueísmo sobre Oriente Medio volviera a sus andadas.
El Congreso de los Diputados de España acaba de disparar una condena al Estado hebreo (26-9-05) que sorprendió no por la ya clásica actitud europea de "primero golpee a Israel", sino porque en esta ocasión la hostilidad fue unánimemente aprobada por todos los partidos políticos, aun los supuestos amigos de Israel. En el texto hay una congratulación por la retirada de Gaza; pero para que nadie llegue a sospechar que en algún caso puede caber alguna palabra de simpatía a Israel, a quien el Congreso "congratula" es a sí mismo, y luego agrega que el Estado judío debe seguir desmantelándose.
Como era de esperar, a las autoridades palestinas les fue mucho mejor en la declaración apadrinada por Esquerra Republicana de Catalunya, que exhorta a cooperar con ellas (nunca jamás vaya a suponerse que se puede cooperar también con los judíos). Después pasa a la diatriba conocida de difamar la valla defensiva de Israel, que viene salvando centenares de vidas (de las muchas cercas similares en el mundo, la hebrea es la única que es obsesivamente criticada bajo la mentirosa denominación de "muro de aislamiento").
El Congreso "insta a la Unión Europea a que vigile sus tratados con Israel" (por supuesto, la generosa ayuda que los jefes palestinos reciben en millones de euros no merece ser revisada ni cuando se dilapida en terror y corrupción), e "insta a Israel" a tomar medidas muy concretas. Los únicos a los que no insta a nada son los árabes, a quienes se les brinda explícitamente apoyo, salteando alegremente que en los libros escolares palestinos se incita a la violencia contra el Estado judío, que los atentados continúan, que Hamas promete destruirnos armado hasta los dientes, y todo dato adicional que pudiere perjudicar "la causa".
Y algunos ilusos siguen sosteniendo que las retiradas de Israel le otorgan mayor popularidad a largo plazo. El viceprimer ministro, Simón Peres, llegó a decir en estos días que "el conflicto palestino-israelí ya ha concluido", en un optimismo que remeda su euforia de cuando firmaba tratados con Arafat y anunciaba un "nuevo Medio Oriente" mientras los israelíes quedábamos rezagados padeciendo el viejo. Por todo ello, volvamos al Likud.
El nuevo partido en gestación
El nombre de la agrupación significa en hebreo "fusión", la que se forjó entre dos formaciones que venían actuando mancomunadamente desde hacía cuatro décadas: el Partido Liberal y el nacionalista Jerut, fundado por Menajem Beguin, líder histórico e indiscutido del Likud y primer Premio Nobel de la Paz israelí.
La plataforma partidaria trascendió en mucho la cuestión territorial, pero ésta siempre fue de peso. Aunque en lo socioeconómico sostiene una política económica libreempresista, aún perviven en el partido sectores populistas, y no fueron muchos los pasos que el Likud dio durante sus primeros años de Gobierno para desmontar la estructura estatista de la economía israelí. Esta metamorfosis se produjo bajo Netanyahu, tanto cuando fue premier como últimamente como ministro, ya que concluyó exitosamente una reforma liberalizadora en la economía nacional.
En lo eminentemente político, el Likud siempre se opuso a concesiones unilaterales, aunque admitió las cesiones territoriales de Israel sólo si eran el resultado de negociaciones hacia una paz real (como cuando se firmó la paz con Egipto en 1979), y no si se las planteaba como un punto de partida para negociar.
Hoy sigue notándose esa diferencia de línea dentro del Gobierno israelí, entre ministros del Likud que anuncian que no habrá más desmantelamientos unilaterales y ministros laboristas que esgrimen esa posibilidad –sin inquietarse por el hecho de que el mero planteamiento es una receta para que la retirada sea la automática exigencia del adversario.
La raíz ideológica del Likud puede rastrearse hasta el denominado "Sionismo Revisionista", fundado por el literato Zeev Jabotinsky hace unas ocho décadas. Los principios del partido Jerut original rechazaban toda concesión en materia territorial. Cuando se produjo la excepción del poblado de Yamit, sus 3.000 habitantes judíos fueron evacuados (29-4-82) por el entonces ministro de Defensa, Ariel Sharón, a cambio del primer tratado de paz que Israel firmó con un país árabe –el más populoso de ellos y el vecino principal: Egipto.
La reciente decisión del comité del Likud de no adelantar las elecciones implicó, primeramente, que la formación adoptó la modificación de la línea partidaria por parte de Sharón y, en segundo lugar, que se han trabado tanto el ascenso de Netanyahu a la jefatura partidaria como la convocatoria a elecciones nacionales que consagren a éste como primer ministro (los comicios están previstos para noviembre de 2006).
En su anterior perfil, el Likud había logrado la paz con Egipto (26-3-79) y la trascendente conferencia de Madrid (31-10-91), en la que, por primera vez oficialmente, los regímenes árabes se avinieron a hablar con Israel y no sobre Israel, dando comienzo remisamente a un proceso sin concesiones unilaterales que sopesaba cada paso. Los tratados que el Likud resistió apasionadamente pero no logró detener fueron los de Oslo con Arafat (13-9-93).
En su nuevo perfil, Sharón confía en estar encaminando el partido a rubricar la paz para Israel. Una mera pregunta técnica acerca de si adelantar las elecciones primarias o no llevó implícita la importante modificación ideológica: el Likud ya no se opone a las concesiones unilaterales, y el foco del debate político israelí puede estar trasladándose desde el conflicto impuesto por nuestros vecinos hacia temas sociales diversos.
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay).