Las informaciones que llegaban el pasado miércoles sobre el estado de la planta nuclear de Fukushima eran tan confusas que nadie se atrevió a hacer una valoración. La mayoría de los medios, ávidos de lectores escandalizados pero requetedispuestos a alimentar su mórbido voyeurismo, se lanzaron de lleno al titular fácil y sensacionalista, haciéndole el juego –muy probablemente de forma inconsciente– al lobby verde y antinuclear. Son dos generaciones de alemanes educadas en el miedo y la ignorancia sobre todo lo que tenga que ver con las centrales nucleares. Son cerca de 30 millones de votos (casi la mitad del total) con un claro signo que ningún político alemán puede ignorar. La incertidumbre en los resultados de las elecciones en Sajonia-Anhalt (se celebraron ayer mismo) y en las de Baden-Württemberg, Renania-Palatinado, Bremen, Mecklenburg-Vorpommern y Berlín, todas ellas este año, ha pesado más en la voluntad de Angela Merkel que sus propias convicciones: ella y su equipo quieren (querían) dar una nueva oportunidad a la energía nuclear. Más que nada, porque Alemania la necesita. Presionada por el leve descenso de su propio partido en las encuestas, pero sobre todo por la caída en barrena de sus socios liberales, decidió unirse al coro mediático, acomodarse a la voluntad de esos millones de votantes y suspender los acuerdos (que ella misma había introducido hace apenas cuatro meses) por los que se daba una segunda oportunidad a la industria nuclear local.
El día en que Merkel anunció el cierre "provisional" de siete centrales nucleares –las demás serán sometidas a diversos tests de estrés– fue el día del fin de la industria nuclear en Alemania. Y ese día la canciller sólo pensó en las papeletas de voto. No pensó que su decisión podría tener como consecuencia que, por ejemplo, China anunciase poco después su renuncia a construir 27 centrales. No pensó que una reducción mundial de la producción nuclear sólo puede significar un aumento sin precedentes en el precio del crudo. Las crisis de 1973 y 1979 fueron muy graves, pero pueden quedar en jueguecitos de niños.
Merkel no pensó que la inestabilidad en el mundo árabe puede acarrear consecuencias impredecibles en nuestro mundo occidental. En ese estado de increíble obnubilación, en esa huida hacia delante para salvar un puñado de votos, envió a su devaluado testaferro, el liberal Guido Westerwelle, a la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU del pasado día 18.
Alemania se abstuvo. Alemania dio la espalda a sus aliados tradicionales, una afrenta a europeos y americanos (¡también a los países árabes que apoyaron la resolución!) que tendrá, sin duda, consecuencias a medio y largo plazo. Mientras se trataba de pronunciar frases vacías en defensa del movimiento democratizador en el norte de África, Merkel y Westerwelle figuraban en primera línea. Fue en el momento de la verdad, cuando se supo que los acontecimientos en Libia no iban a discurrir por los derroteros egipcios o tunecinos, cuando se hizo evidente la necesidad de una intervención militar en defensa de los ciudadanos libios, que se mostró el verdadero valor de las rimbombantes declaraciones de la diplomacia germana en los días previos: ninguno. ¡En un momento en que Alemania echaba el resto por conquistar un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU!
El mensaje de Merkel fue claro: no queremos una acción en la que pueda ser necesario desplegar tropas en Libia. Sancionaremos con el bloqueo económico al régimen de Gadafi y apoyaremos a los rebeldes, que son los que deben solucionar el conflicto. Ocurre que es muy difícil hacer llegar dinero o comida a quien se desangra en una cuneta.
Y todos estos despropósitos, ¿para qué? Anoche se hacían oficiales los resultados de las elecciones en Sajonia-Anhalt: los liberales se quedan fuera del Parlamento local, mientras que la CDU, que ha perdido el 3,7% de los votos, deberá seguir prisionera de los socialistas del SPD, con quienes se verá obligada a reeditar coalición... Las decisiones de Merkel en los últimos siete días no han servido para evitar la subida espectacular de los neonazis del NPD –que con un 4,6% de los votos se quedan fuera del Parlamento sajón pero superan claramente a los liberales– y de los comunistas nostálgicos de Die Linke, claros ganadores del duelo izquierdista, pues han ganado a los socialistas por más de dos puntos.
En siete días, el próximo 27 de marzo, sabremos realmente qué precio pagó Merkel por renunciar a la independencia energética y la credibilidad internacional: entonces acudirán a las urnas en Baden-Württemberg y Renania-Palatinado. Esperaremos escuchando la música del gran Ennio Morricone.
LUIS I. GÓMEZ, editor de Desde el Exilio y miembro del Instituto Juan de Mariana.