El general Ibáñez ganó la Presidencia prometiendo barrer con los ladrones. En el año 51 yo lucía una escoba ibañista en el ojal. Luego los partidos del general resultaron peor que gato de campo, y el ibañismo duró lo que la lombriz en el pico del pavo; eso sí, tras hacer su contribución a la ruina del país mediante controles estatales, proteccionismos varios, favores oficiales a los ricos y a los amigos... Se decía entonces que siempre había que preferir al amigo, y que entre éste y el pariente, naturalmente, había que optar por el pariente. Eran, a fin de cuentas, francos.
Los partidos de derecha miraban el poder de lejos, o como elementos minoritarios de coaliciones varias, así que cuesta encontrarles escándalos. Algo hubo, sí, con la devaluación del dólar en los años 60, y, como los demás partidos, se beneficiaron de importantes favores otorgados la banca estatal, el Ministerio de Economía, etcétera.
En las economías con Estados grandes y discrecionales es imposible que no haya rebatiñas. Esto, que afectó a todos los partidos, sigue siendo una fuente de desprestigio de la política, como se ve en estos días. Tales manejos de plata vienen destruyendo al Partido Demócrata Cristiano (PDC) desde hace tiempo, pero sus dirigentes siguen hablando como catones de la moralidad y de lo honestos que "fueron" sus líderes. Hoy, ya todos perciben cómo se reparten puestos, ministerios, créditos, becas, viajes, agregadurías y miles de programas tipo Bicentenario, que, además de no servir para nada, suelen generar nuevos empleos y negocios para los de la Concertación. Han abundado los sobres brujos para ministros, presidentes y altos funcionarios, las coimas, las comisiones, los premios y derroches espurios.
Este conjunto de escándalos de envergadura ha demostrado que Chile no es tan honesto, que hay corrupción igual que en otros países. Los políticos se reparten los espárragos con la mayor naturalidad y se suben los sueldos –ya muy altos– con el mayor desparpajo, en un sistema de partidos cerrados, sin real competencia.
Todos podemos ser más o menos descuidados, pero en el último tiempo nos hemos propasado, quizá porque el país es más rico y porque los estatistas no permiten rebajar los impuestos, destinados a sus bolsillos de ayuda a los pobres. A mí me aterroriza que no haya conciencia de esto, y que se sigan planteando nobles programas de ayuda al pueblo que siempre acaban igual. ¿O acaso ha mejorado la distribución del ingreso? Las fórmulas más libres, con subsidios a la demanda, no son del gusto de los políticos, porque les quitan poder. La derecha podría tomar esta bandera y denunciar la robadera, pero no le interesa. ¿Por qué?
No sé cómo se pueda hacer cambiar el voto y la opinión de la gente sin mostrar la corrupción de muchos políticos de la Concertación, quizá involuntaria, porque creen que con toda esa plata se ayuda a los pobres desde sus bolsillos.
© AIPE