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ARGENTINA

Alfonsín y lo que rinde la muerte

En un célebre poema incluido en el libro Para las seis cuerdas, una serie de milongas de tono zumbón y desenfadado, Borges señala: "No hay cosa como la muerte / para mejorar la gente". Tengo para mí que el sentido último de los versos alude en igual medida al muerto en cuestión ("Los muertos son todos buena gente", dirá con no menos humor Georges Brassens en una de sus canciones) como a la gente que lo llora después de haberlo denostado hasta el denigramiento.

En un célebre poema incluido en el libro Para las seis cuerdas, una serie de milongas de tono zumbón y desenfadado, Borges señala: "No hay cosa como la muerte / para mejorar la gente". Tengo para mí que el sentido último de los versos alude en igual medida al muerto en cuestión ("Los muertos son todos buena gente", dirá con no menos humor Georges Brassens en una de sus canciones) como a la gente que lo llora después de haberlo denostado hasta el denigramiento.
Jorge Luis Borges.
Hace escasos días murió el doctor Raúl Ricardo Alfonsín, el primer presidente argentino elegido democráticamente; hace veinticinco años, después de más de siete de brutal dictadura militar. Se ha verificado el dictum borgeano en toda la regla: ha mejorado Alfonsín, pero también, y en mayor medida, la corte de sindicalistas, políticos y compañeros de ruta que acompañaron el genuino dolor popular y aprovecharon la muerte del ex presidente para sacar algún rédito político, ante las elecciones legislativas que se celebrarán a mediados del corriente año.

Alfonsín asume el 11 de diciembre de 1983 después de haber ganado los comicios del 30 de octubre del mismo año con el 52% de los votos. Llevaba como compañero de fórmula a Víctor Martínez, que luego, desde la vicepresidencia, se convirtió en uno de sus más acérrimos opositores (paradójicamente, la historia argentina se repite: la misma relación se ha terminado por establecer entre Cristina Fernández de Kirchner y su vicepresidente, Julio Cobos), en especial en lo referido a decisiones de orden claramente progresista (por ejemplo, la ley de divorcio). Imposible sospechar tal nivel de disenso en estos últimos días, viendo a Martínez hablar de Alfonsín por televisión con la voz quebrada y la mirada húmeda.

El propio Julio Cobos aprovechó la situación del modo menos ético que imaginar se pudiera para confesar (una confesión a voces, reiterada hasta el hartazgo) que lo último que le dijo Alfonsín (vale decir, algo muy parecido a la última voluntad del agonizante) fue que retornara a las filas de la Unión Cívica Radical. ¿Quién podría refutarle a Cobos las incidencias de un diálogo del cual él y el recientemente fallecido ex mandatario fueron los únicos testigos?

Raúl Alfonsín.El ex presidente y actual presidente de hecho, doctor Néstor Kirchner, con su acostumbrada confusión conceptual, declaró a modo de discutible homenaje: "Fue un gran político: dijo siempre lo que pensaba". En tal caso, hubiera sido un pésimo político, sin el menor sentido de la estrategia comunicativa ni el más elemental conocimiento de la retórica.

El manto de pesado olvido también fue utilizado por la clase sindical y gremial, que se rasgó las vestiduras por televisión, dejando para mejor oportunidad el recuerdo de los trece paros generales (a partir del 13 de septiembre de 1984, sin contar las huelgas menores y particularizadas) que protagonizó durante la gestión alfonsinista, hasta convertir la situación del país en ingobernable.

El ex presidente Carlos Saúl Menem también aportó su cuota de grotesco. Eligió titular su adiós a Alfonsín, publicado en el matutino La Nación, "Un viejo adversario despide a un amigo", célebre frase que el doctor Balbín pronunció en el discurso fúnebre tributado al general Perón. Grotesco porque hubo un solo Balbín, y, sin dudas, también un solo Perón.

La utopía de Alfonsín, reiterada a lo largo de toda su campaña electoral y durante los primeros discursos de su presidencia, estribaba en una frase harto ilustrativa, si se tiene en cuenta que se llegaba a la democracia después de años de dictadura: "Con la democracia se come, con la democracia se educa, con la democracia se cura". Pasaron veinticinco años desde aquellos discursos. La gestión menemista, el breve paso por el poder de la Alianza delarruista y las presidencias del matrimonio Kirchner han demostrado amargamente los alcances reales de la utopía: con la democracia, sólo con la democracia, no se come, no se educa, no se cura. En la Argentina, cientos de niños por día se siguen muriendo de hambre, los docentes siguen convocando huelgas en pos de un sueldo digno y hoy, en este preciso momento, hay una epidemia de dengue en varias provincias.

Está visto que con la democracia sola no alcanza. Tal vez habría que poner fin a la corrupción generalizada, tal vez habría que tener una justicia independiente del poder político, tal vez habría que limitar las ansias desmedidas de poder, tal vez habría que empezar a repartir en serio la riqueza. Tal vez.


OSVALDO GALLONE, escritor argentino.
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