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ASIA

Afganistán: ni paz ni seguridad

El pueblo afgano ha padecido y padece grandes sufrimientos. A la guerra de invasión soviética de los 80 le sucedió la violencia de los muyahidines (denominados combatientes por la libertad) y la consiguiente guerra civil entre los diferentes grupos; después vino el régimen dictatorial de los talibanes, que además acogió a la red terrorista Al Qaeda. Hoy, la violencia y los señores de la guerra han vuelto por sus fueros, a pesar de la presencia en el país de tropas internacionales en misión de paz, que dirían Z y su ministro de No-Relaciones Exteriores, Moratinos, el amigo de los musulmanes.

El pueblo afgano ha padecido y padece grandes sufrimientos. A la guerra de invasión soviética de los 80 le sucedió la violencia de los muyahidines (denominados combatientes por la libertad) y la consiguiente guerra civil entre los diferentes grupos; después vino el régimen dictatorial de los talibanes, que además acogió a la red terrorista Al Qaeda. Hoy, la violencia y los señores de la guerra han vuelto por sus fueros, a pesar de la presencia en el país de tropas internacionales en misión de paz, que dirían Z y su ministro de No-Relaciones Exteriores, Moratinos, el amigo de los musulmanes.
En el país del opio y la adormidera no hay paz y no se respetan los derechos humanos más elementales; tampoco los de los representantes elegidos por el pueblo, sobre todo cuando de mujeres se trata.
 
Malalai Joya accedió al Parlamento afgano en septiembre de 2005, tras obtener el segundo mayor número de votos en la provincia de Farah, y prometió "proteger los derechos de los oprimidos y salvaguardar los de las mujeres". Crítica incondicional de los señores de la guerra y defensora de los derechos de las mujeres, a Malalai le han impedido constantemente hablar en la Cámara, o bien le han cortado los discursos. Tras sobrevivir a varios intentos de asesinato, se ve obligada a dormir cada noche en un sitio diferente.
 
En mayo de este año fue suspendida como parlamentaria por decir, ante las cámaras de una televisión privada, que lamentaba que el Parlamento fuera peor que un establo. Se le impuso dicha medida de castigo en una votación a mano alzada y en función de lo dispuesto en el artículo 70 de las normas de procedimiento de la Wolesi Jirga (Cámara Baja), si bien tales normas estaban siendo revisadas en ese momento y aún no habían sido aprobadas.
 
Malalai Joya.Malalai escribió entonces al Tribunal Supremo para protestar por su suspensión y por el procedimiento utilizado, ya que la Constitución afgana protege la libertad de expresión e impide que se procese a los diputados por las opiniones que viertan en el ejercicio de sus deberes parlamentarios. No obstante, aún no ha obtenido respuesta y sigue sin poder ejercer sus funciones, lo que está provocando que su distrito electoral no cuente con la suficiente representación parlamentaria.
 
Es precisamente en la provincia de Farah donde, el pasado día 28, un contingente español –en concreto, las QRF de la base de Herat– hubo de intervenir para repeler el ataque de un grupo insurgente contra una comisaría. La sección española de las Fuerzas de Intervención Rápida abrió fuego contra los insurgentes y pidió apoyo aéreo. Es decir, se trató de un ataque en toda regla a cargo de nuestro ejército "de paz", enviado allí por míster Z y el juez-ministro de Defensa.
 
Malalai ha sido amenazada y maltratada constantemente, dentro y fuera del Parlamento. Ha denunciado que los diputados la llaman puta o prostituta y le arrojan botellas de agua; algunos incluso han amenazado con violarla o asesinarla. Según la ONG estadounidense Equality Now, otro miembro del Parlamento informó de que Rasul Sayyaf, un antiguo señor de la guerra que ha sido acusado por organizaciones de derechos humanos de perpetrar crímenes de guerra, ordenó que otra persona la esperara en la puerta de la Cámara y le apuñalara. Afortunadamente, ese día Malalai fue protegida por otros parlamentarios, que formaron una cadena humana a su alrededor hasta que las fuerzas de seguridad se hicieron cargo de ella.
 
Desde la caída del régimen talibán, las mujeres afganas han reivindicado la igualdad de derechos y destacado la necesidad urgente de fortalecer la seguridad de la ciudadanía. En la Cumbre de Mujeres Afganas por la Democracia, organizada por Equality Now, cuarenta líderes afganas recomendaron que las mujeres ocuparan un lugar central en la toma de decisiones y en todos los procesos de paz, refrendaron los principios de no discriminación por razón de sexo, edad, etnia, discapacidad, religión y afiliación política y pidieron que se garantizara un entorno seguro a las mujeres y niñas del país.
 
En la Constitución de 2004 se estableció la igualdad de derechos para hombres y mujeres, pero a éstas se les sigue atacando con violencia y negando tanto la referida igualdad de derechos como la protección legal. El Unifem (Fondo de Desarrollo de Naciones Unidas para las Mujeres) publicó el año pasado un estudio que documenta los atropellos sistemáticos de que son objeto las afganas, entre ellos los perpetrados por actores estatales como el Ejército y la Policía. También se alude, por supuesto, a las violaciones, las agresiones sexuales, los secuestros, los matrimonios forzados y las prácticas de prostitución forzadas de que son víctimas.
 
Dos colegas periodistas fueron asesinadas el pasado junio. Muchas otras han recibido amenazas de muerte. En septiembre de 2006 Safia Ama Jan, directora provincial para el sur del país del Ministerio de Asuntos de la Mujer, fue abatida a las puertas de su casa, en Kandahar. En los últimos meses muchas escuelas para niñas se han visto obligadas a cerrar tras sufrir ataques. El 11 de noviembre, el diario El Mundo informaba de que, por órdenes del mulá Mohamed Yusuf, una mujer había sido lapidada: todo su pueblo participó en el asesinato.
 
La situación de las mujeres ha mejorado en Kabul, pero en el campo está empeorando. En las zonas rurales imperan la sharia y un patriarcalismo de lo más primitivo. Allí, las mujeres adúlteras suelen ser condenadas a morir apedreadas. El Corán, sin embargo, no dice eso.
 
Sería deseable que nuestro Gobierno solidario intercediera por la situación de las mujeres afganas y ofreciera seguridad y educación a los líderes cívicos locales –lo cual podría facilitar la erradicación de la desigualdad de iure y de facto–, en vez de limitarse a firmar convenios como el recientemente suscrito por los ministros Alonso y Cabrera para trasladar a Afganistán, el 11 de diciembre, material deportivo (equipaciones, balones, porterías y canastas) por valor de 31.000 euros y que tiene por objetivo llevar el deporte a las zonas de conflicto en que están desplegadas las tropas españolas.
 
"La reconstrucción en Afganistán debe empezar por dar a sus menores un futuro mejor (…) La práctica del deporte entre niños y niñas en igualdad es indispensable para que compartan valores", ha afirmado Alonso. Pero, señor ministro –y señora ministra Cabrera–, ¡si a las niñas no les dejan ni salir a la calle para ir a la escuela, y cuando lo hacen es tapadas con el burka!
 
Así que funden escuelas y protéjanlas, eviten las violaciones y los secuestros de mujeres; y, sobre todo, apoyen a Malalai, presionen a sus homólogos de Kabul, hablen con Karzai y reclamen la inmediata reincorporación de esta diputada a la actividad parlamentaria. Y, claro, déjense de bobadas.
 
 
YOLANDA ALBA, vicepresidenta de la Red Europea de Mujeres Periodistas y miembro del Consejo Asesor de Infomedio.
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