Que las ganara por casi un 90% de los votos refleja que se trató de un ejercicio de novatos, pero aun así es de celebrar que su país empiece a dar los primeros pasos, junto con las promisorias democracias emergentes entre las naciones árabes, Irak y el Líbano.
Los puestos de dictador van siendo cada vez menos, y en unos pocos lustros más serán meros objetos de nostalgia totalitaria. Castro ocupa uno de los escasos cargos supérstites, y es de suponer que cuando los cubanos consigan despedirlo no le va a resultar fácil hallar otro trabajo (su primer trabajo real). Sus días laborales están contados, desde que este año no pudo evitar que se reuniera en la isla un congreso de disidentes (20-5-05), los promotores de la Asamblea para Promover la Sociedad Civil, que en los meses por venir será el semillero que permita respirar al "lagarto verde". El régimen detuvo a 400 manifestantes y expulsó a parlamentarios extranjeros, pero fracasará en atajar la avispada ola de libertad. Cuba y Corea del Norte van despeñándose al estatus de reliquias, y no podrán sacudírselo de encima ni con el inestimable apoyo de lumbreras del progreso y la sapiencia como Chávez y Gadafi.
Este último pertenece al sector más recalcitrante de los que aseguraran cargos a déspotas y a otros afanosos pretéritos (dictadura y atraso vienen usualmente juntos). Una región que mantiene una veintena de puestos del pasado, y todos ellos ocupados (obtener una habilitación para esa labor se hace cada vez más difícil si no se es árabe).
Se busca un líder árabe desesperadamente. Uno que abrace la democracia con convicción y entusiasmo. Que proclame a su pueblo sin estridencias ni vacilaciones que las culpas de sus males no las tiene el de afuera (ni siquiera Israel, vaya herejía), y que ponerse a construir una sociedad de tipo occidental en la que la gente no tenga miedo, lejos de ser un sacrilegio contra el Corán, es una meta deseable que requiere mucho trabajo y creatividad.
Un líder árabe que enseñe que dicha creatividad, la curiosidad y los cuestionamientos no sólo son positivos, sino que constituyen una parte irreprimible del carácter humano. Nunca podrán lograrse por decreto real, sino en un marco liberal en donde el ensayo y el error sean idioma de todos los días, en donde los seres humanos tengan el derecho natural de equivocarse mil veces, también en materia de credo. Un marco en el que no haya desvíos ideológicos (ni sexuales, ni religiosos) que merezcan el castigo del Estado.
Aviso clasificado
Se necesita un líder árabe que dedique su tiempo a construir para los suyos y no a destruir lo ajeno. Que rescate a su pueblo de la ignorancia y de la mediocridad para que la nación árabe brille en ciencia y en tecnología, en los mejores logros de los que goza Occidente, y que le permitirán renacer.
Entre los palestinos, Abú Mazen podría optar por ser ese paladín. Si, erguido y patriota, condenara como traidores a la causa nacional no a quienes clamen por la paz con Israel, sino a quienes han envenenado el alma de los niños palestinos adoctrinándolos en la muerte propia y ajena. Si decidiera que, como en todo Estado de Derecho, el armamento debe monopolizarlo el Estado y, por lo tanto, obligara a desarmarse a las rampantes bandas de la muerte.
Hace falta un líder árabe, que sepa anatemizar el terrorismo de todos los signos y colores, aun si sus víctimas son judíos. Que decida estratégicamente sobreponerse a la tentación de abusar de la arraigada judeofobia europea y, por lo tanto, se resista a cosechar lúgubres alianzas con quienes desde los medios europeos justifiquen su tanatofilia.
Se necesita un líder árabe que quiera deponer la vieja y gastada profesión de dictador, un trabajo que en este siglo globalizador empuja a sus sociedades hacia utopías, atraso y desolación.
Va quedando atrás la opción del mundo islámico entre el modelo de Turquía y el de Irán, y surgen allí líderes como el paquistaní Pervez Musharraf, quien tomó la audaz decisión de enfrentarse a los talibán de afuera y de adentro y aparentemente encamina su país hacia la civilización y no a la barbarie.
Pero dentro de ese vasto mundo los que se aferran pertinazmente a lo peor siguen siendo los regímenes árabes, necesitados de una conducción desde la que se reprima matar y mutilar a mujeres indefensas por "honor familiar" y se enseñe esta abominación como una de las peores lacras, que debe ser extirpada. Ésa debe ser la forma de su nuevo patriotismo, que reemplace al de la demonización de Israel y la bravuconería antiamericana.
Esperamos a un líder que anuncie que el enemigo del Islam no es el Pentágono sino la Yihad, que el traidor al Islam es Osama y no Abdul Hali Palazzi. Que tenga claro que para España convertirse en una teocracia islámica no sería una meta deseable sino una desgracia. Que el objetivo noble es el inverso: convertir a los países árabes en sociedades como la española, en las que el Islam (como las otras religiones) goce de verdadera libertad y no de la seducción permanente de imponerse por medio de echar mano de agresivas tiranías. Emerja un adalid que divulgue la función de las mezquitas: ayudar a una vida más digna y a un marco de espiritualidad, y no promover el asesinato y la violencia.
Se necesita un líder musulmán que organice una manifestación de un millón de mahometanos contra el terrorismo, contra la misoginia, contra la falta de libertad de los no islámicos; una multitud que, cuando queme efigies, lo haga con las de Zarqaui y el jeque Yasín.
El mundo cambiará cuando una manifestación así, multitudinaria, transmita a Occidente, de una buena vez y sin vueltas, un mensaje cristalino e inequívoco: mil millones de musulmanes tienen derecho a vivir en libertad y en paz. No están genéticamente condenados a padecer sadames huseines, jeques y ayatolás.
Hace falta un líder árabe que se comprometa a completar su mandato y a retirarse de la política, en vez de perpetuarse en el poder durante décadas de represión y estancamiento.
Ese líder es posible, porque no hay trabas intrínsecas en el Islam ni en la nación árabe que impidan la valentía de mirarse al espejo sin reservas, de sumarse al futuro, en amor a la humanidad, en humilde respeto a los derechos humanos. Ese anhelado cambio enterrará para siempre, entre las tareas del hielero, el ladrillero y el orfebre, la anacrónica profesión de dictador.
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay).