Sabrá, respetada señora, que hay policías y militares secuestrados por esa misma guerrilla desde hace más de nueve años (los cabos del Ejército Libio Martínez y Pablo Emilio Moncayo); que uno de los canjeables, el mayor Julián Ernesto Guevara, murió –o lo asesinaron– hace más de un año, y que su cadáver todavía sigue secuestrado; y que el ahora canciller Fernando Araujo fue rehén durante seis años, hasta que se escapó, el pasado 31 de diciembre, gracias a un operativo militar de rescate, como ha confirmado su propia familia, que fue informada de antemano, y no por un golpe de suerte, como dicen algunos malintencionados.
Hasta la llegada de la seguridad democrática del actual Gobierno, en Colombia eran secuestradas más de 3.000 personas cada año. Centenares de ellas no regresaban con vida del cautiverio, a pesar de que en ocasiones se llegaron a pagar ingentes sumas de dinero por su liberación. Aún debe de haber medio millar de secuestrados por razones económicas.
Con todo, hay quienes creen que usted es la única persona secuestrada, y que todos los demás colombianos deberíamos poner rumbo al cadalso con tal de salvar su vida.
Muchos se preguntan por qué genera usted tanta solidaridad en Francia y el resto de Europa y tan poca en Colombia. En Francia se vendieron miles de ejemplares de su libro, La rabia en el corazón, en el que usted se pinta como una niña rica que decidió arriesgar hasta la vida para salvar a un país donde todos eran delincuentes menos usted. Es decir, se erigió en la reencarnación de Juana de Arco... y allá se lo creyeron. Aquí, en cambio, se la ve como lo que es: una niña rica y arrogante que pasa por encima de todo el mundo sin medir las consecuencias de nada.
No hay sino recordar el episodio de su secuestro: se le dijo, se le aconsejó, se le insistió que no se adentrara en territorio de la guerrilla, arriesgando su vida y la de sus acompañantes; pero pudo más la ambición de dar un golpe publicitario en plena campaña electoral. En un retén militar le exigieron firmar un documento que la responsabilizara por su vida en caso de seguir adelante, y usted, ni corta ni perezosa, lo firmó.
No obstante, nadie puede negar que, acaso por lo arrogante, usted ha sido líder en la política, y de posiciones verticales. Por eso estoy seguro de que, en pleno cautiverio, no debe de ver con buenos ojos la idea de que la canjeen por delincuentes que están presos: autores de homicidios, secuestros, masacres, actos terroristas, etcétera. Conociéndola un poco, creo que se le caería la cara de la vergüenza si supiera que los canjeados por usted volvieron a asesinar o a secuestrar.
Es obvio que usted no va a juzgar a su familia, víctima del miedo y la desesperación, pero no creo que le cause mucha gracia ver a su hija, la ingenua e inocente Melanie, haciendo que los candidatos a la presidencia de Francia introduzcan el asunto de su secuestro en sus programas de gobierno. La candidata socialista y actual favorita, Ségolène Royal, dice que presionará al Gobierno de Colombia, y la candidata comunista, Marie-George Buffet, dice que las autoridades francesas deben impedir que se produzca un rescate militar.
No creo que usted aprecie la idea de que otros intervengan en los asuntos de Colombia por un solo secuestrado, aunque sea de "buena" familia, y se olviden de los demás. Recuerde que el bien común prima.
Además, debe de haberse dado cuenta de que, para las FARC, usted es un diamante en bruto. Si la nueva presidenta de Francia se pone a hacer demasiado ruido con lo suyo, usted va a seguir secuestrada otro largo rato, doña Ingrid. Las FARC ganan mucho reteniéndola, y absolutamente nada entregándola.
En fin, son cinco años de una cadena de errores que empezó con el suyo y que se ha enredado por la torpeza de sus allegados. De todas maneras, a usted y a los demás secuestrados los queremos vivos, libres y en paz.
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