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Eva Miquel Subías

There is no alternative, darling

La casi uniformidad del tono azul en el mapa español es un aval más que solvente para que el Partido Popular adopte las medidas necesarias y procurar así que todos podamos salir del oscuro agujero en el que nos encontramos.

Hoy, no me digan por qué, me he acordado de ella. La estaba viendo acercarse al atril, erguida, pausada, con esos inconfundibles ojos azules y aquella contundencia y rotundidad a la hora de pedir austeridad y esfuerzo a la sociedad.

"Los planes son solamente buenas intenciones a menos que degeneren inmediatamente en trabajo duro", decía el profesor Peter Drucker. Y estas palabras cobran ahora más fuerza que nunca, me temo.

La casi uniformidad del tono azul en el mapa español es un aval más que solvente para que el Partido Popular adopte las medidas necesarias y procurar así que todos podamos salir del oscuro agujero en el que nos encontramos. Ahora que el PSOE ha perdido estas elecciones de manera estrepitosa y la política cortoplacista e improvisadora ha pasado –se espera– a mejor vida, pongámonos todos a hablar en serio.

Aunque como comentaba hace bien poco un tipo sólido y respetado en un encuentro informal de una noche cualquiera, no estamos analizando a fondo la caja negra del aparato accidentado. Imprescindible ésta para evitar una posterior colisión.

El Presidente de la Generalitat ha dado un paso más y esta semana ha presentado una serie de medidas que van a hacer temblar las cestas navideñas. Fiestas low cost. ¿Que podrían recortar en delegaciones comerciales en el exterior? ¿Que podrían suprimir más organismos públicos? Bien. Pero no desestimemos el camino por el que han empezado a dar sus primeros pasos. Ara no toca, que diría aquél.

Catalunya ha votado sabiendo la que se le venía encima. No nos engañemos. Y España entera ha hecho lo propio sabiéndolo también. Y deseándolo, incluso, por duros que sean los tiempos que estamos viviendo y nos queda por vivir.

Ahora bien. No me resisto a decir que me parece del todo injusto no pedir las oportunas explicaciones a los que se van dejando nuevamente las arcas vacías, con tan sólo un par de telas de araña y mucho eco. A los que se van pensando que el dinero público no es de nadie, como aquélla comentara. O lo que es peor, pensando que es de ellos. Porque el drama que están viviendo los españoles hubiera podido ser menor de no ser por la frívola e irresponsable gestión de muchos.

Y ahora, si me permiten, me dispongo a plagiar –así, entre nosotros y sin que salga de aquí– a mi marido, que por algo hay confianza. Ya, si eso, esta noche me aclaro con él. Escribía en una ocasión al hilo de la responsabilidad de los gestores públicos y aludía directamente a la Ley General de Presupuestos, a la que tan a pitorreo se ha tomado en últimos tiempos pero que indica claramente que en caso de infracción, "las autoridades públicas estarán obligadas a indemnizar a la Hacienda Pública los daños y perjuicios, que sean consecuencia de aquellos, con independencia de la responsabilidad penal que les pudiera corresponder". Cristalino.

Con lo que el Tribunal de Cuentas debería actuar en casos en los que "se incurre en alcance o malversación en la administración de Fondos públicos", o bien en "dar lugar a pagos indebidos al liquidar las obligaciones o al expedir documentos en virtud de funciones encomendadas".

Vaya, que no es por incordiar, pero por lo menos podrían hablar con la boquita bien pequeña y dejar que cada uno haga su trabajo. El que ellos no hicieron, ni en la Generalitat ni en el Ejecutivo español.

Quizás por ello me he acordado de ella. Porque por algo Lady Margaret hizo famoso el título de la columna de hoy.

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