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Novio de transición

Babor o estribor ahora sí importa. Y mucho. Porque hay demasiado en juego.

En cuanto sales de España y levantas tu dedo índice para sentir la dirección del viento, puedes notar cómo el asunto de una hipotética independencia de Cataluña va perdiendo fuerza en favor de lo que realmente interesa: el rumbo inmediato que va a tomar nuestro país.

Babor o estribor ahora sí importa. Y mucho. Porque hay demasiado en juego. Y, en nuestro caso, pasar de la relevancia a la irrelevancia es pasar del primer mundo directamente al olvido con un simple chasquido.

En un plano más doméstico, no hay como sentarse con un empresario mediano, hecho a sí mismo o responsable de la expansión de una pequeña empresa familiar que ha heredado y ha sentido el deber de adaptarla a los nuevos tiempos, de salir al exterior y seguir arriesgando su capital para hacerla más provechosa y fructífera, para darse una cuenta de lo que realmente está en juego.

Me enorgullece y me llena de admiración cada vez que conozco a alguien que ha sido capaz de poner sus ahorros y su talento al servicio de la creación de un proyecto. De hecho, ansío contagiarme del mismo coraje para llevar a cabo el mío propio. Aunque fracase en el intento.

Pero no quiero, en mi desmedida pasión, desviarme de lo que les quiero contar. Y hoy quiero referirme –permítanme cierta frivolidad descriptiva– a la figura de lo que yo califico como novio de transición. Figura infravalorada, no crean.

Tengo la sensación de que, en el presente incierto escenario en el que nos movemos, los dos grandes partidos políticos van pensando en planes B o C por si tienen que sacrificar alguna ficha. Y empiezan a circular nombres a un lado y a otro, de dentro o de fuera del círculo inmediato de la política por si hubiera posibles cambios en el backstage gubernamental.

Eso, en el mejor de los casos.

Y ahí, tras conversaciones, charlas informales y sesiones nocturnas donde la felicidad de los tradicionales conspiranoicos llega a su particular Everest, es donde creo que España necesita ahora un novio o novia de transición. Me explico.

No sé si alguno de ustedes ha podido sentir en algún momento el clásico desgarro emocional relacionado con alguna ruptura amorosa. El mundo se acaba, todo es de color gris antracita, te sientes emocionalmente handicapado y asumiendo un nuevo rol en tu vida. Luego, la vida sigue, nada hay de eso y encuentras personas maravillosas que te hacen recobrar la olvidada sonrisa y las ganas de comerte nuevamente el mundo resurgen con energía renovada. Y en ese impasse entre la felicidad o el simple bienestar y el caos, aparece de repente un hombro confortable que se acopla, te escucha, una persona seria que te toma, asimismo, en serio, con ganas de echarte una mano, que cree en ti y en tu potencial y a quien le apetece que charléis y compartáis proyectos.

Sabes perfectamente que no se quedará en tu vida de manera permanente aunque es fácil que podáis conservar una amistad, pero eres, al fin y al cabo, consciente de que no será la persona, digámoslo así, definitiva. Sin embargo, el rol desempeñado es fundamental para que puedas seguir mirando a la vida de tú a tú.

Una buena amiga desempeña ese papel de fábula, pero necesitaba una caracterización más dramática en esta pieza. Ustedes ya me entienden.

E insisto. España va a requerir de un liderazgo nítido, España necesita transmitir una imagen de sosiego, serenidad y de continuidad en una serie de reformas ya emprendidas y en otras que haría falta emprender. Necesita, además, una cabeza visible respetada en el entorno más inmediato y en la Alianza Atlántica y que la sensatez sea su mejor aliado.

Es fácil que él o ella –sea un rostro nuevo o ya consolidado– sepa que su liderazgo pueda ser breve, intenso y complejo. Pero sin olvidar nunca cuán importante papel puede desarrollar en un corto espacio de tiempo en el que tendrá que lidiar entre un país dinámico, creador de empleo y de progreso o el abismo.

En España

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