Supongo que el propósito inicial ya se ha conseguido: que conociéramos la existencia de un grupo de mujeres que defienden no sabemos exactamente qué, pintarrajeadas, lanzando improperios de todo tipo y con los pechos al viento. Entendido.
Si buscamos en Google –bendito sea– aparecen unas cuantas páginas hablando de Femen, empezando por su página web, que recomiendo vivamente visitar, aunque no resulte demasiado recomendable justo antes ni después de la ingesta de alimentos.
Pero si vamos a la gloriosa Wikipedia, ésta nos ilustrará de que por allá en 2008 un grupo de universitarias decidió despelotarse en Kiev para llamar la atención sobre aspectos que, a priori, no sólo son legítimos, sino algunos de ellos muy necesarios.
Pero como todas las causas, por muy nobles aunque zafias sean, si sus objetivos y estrategias no se dibujan correctamente, si la táctica no explica cómo llevar a cabo la estrategia, el fondo pasa a ser una mera mota de polvo frente a las formas, que desdibujan cualquier mensaje que inicialmente pudiera merecer la pena para quedarse como unas representantes torrentiles de tres al cuarto.
Porque además, en España, siempre hay que contar con un plus de tosquedad diferencial. El aroma estesil impregna sus tangas sobresalientes.
Si yo fuera una feminista de manual, muchas de ellas con argumentos más que respetables, estaría francamente indignada con estas compis de performance en oscuros callejones.
Y no sólo por traspasar todos los límites que conllevan una mínima educación, o el hecho de llevar a cabo prácticas de una vulgaridad extrema, sino por echar por tierra tantos años de trabajo de tantas y tantas mujeres portando el estandarte de la defensa de los derechos femeninos. Años de duro trabajo y años durmiendo con El segundo sexo de Simone de Beauvoir cual Biblia en la noche, años de lecturas sobre cómo se abordan según qué situaciones de discriminación, años empleados en procurar que la libertad de la mujer se adquiera con plenitud, para acabar en un "Toño, fuera de mi coño" o "Toño, get out of my pussy", tal y como traducen en su vivificante web en la que una señorita semidesnuda te da la bienvenida portando un bate de béisbol, simulando babear –literal– y mostrando al personal una bonita peineta en toda regla. Ahí es nada. Poca broma y vayan cogiendo sitio en el front row de la exquisitez.
El asunto, además, es que osan lanzarle bragas al presidente de la Conferencia Episcopal Española, porque, sabedoras de que en otro lugar no sería posible, aquí, sin embargo, se les tolera. Y no sólo eso, hay quienes les ríen las gracias, haciendo gala de una bajeza moral de un calibre considerable, aunque demasiado estandarizado en nuestra querida España.
Y una cosa les diré: esos torsos no desean luchar por la igualdad de género. Esos torsos no desean manifestarse contra el anteproyecto de protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada, con un frívolo y simplón "Aborto es sagrado". No. Lo que esconden esos torsos es puro resentimiento y un nulo respeto hacia sus madres y sus abuelas, las que seguro lucharon con algo más de esfuerzo que estas tipas por algo que sí es sagrado: la mujer.
Y una servidora, como tal, se siente profundamente ofendida. Porque, más allá de no estar a favor de ninguna cuota, más allá de considerar que la Beauvoir lanzaba cantos a la mediocridad al escribir aquello de "no se alcanzará la igualdad plena mientras no haya tantas mujeres inútiles ocupando puestos de responsabilidad como hombres inútiles hay en todo el mundo", más allá de muchos planteamientos feministas que no comparto, hay algo que sí tenemos en común. Insisto. El respeto a la mujer. Algo que estas señoritas, si me permiten, ni lo huelen.