Permítanme que hoy empiece contándoles algo más mío, más personal. Les confieso que no me gusta nada lo falso. Así, en general. En casi ningún ámbito de los muchos en los que la falsedad se mueve a su libre y cómodo albedrío. Pero en particular, en lo que se refiere a las copias de artículos de determinadas marcas, aunque tampoco me emociona lo más mínimo todo lo relativo a copias falsas de películas, música o libros. Creo que deberíamos prestar algo más de atención a la maltrecha propiedad intelectual. Pero esto, quizás, sea harina de otro costal.
Y les cuento un poco el porqué. Veamos. No me malinterpreten. No voy a meterme con Vd. porque haya decidido adquirir un bolso que le parece atractivo. Aquí cada cual se apañe con sus actuaciones y con sus gustos.
A mí, desde luego, el atractivo de un artículo me desaparece al instante de verlo desparramado por el suelo sobre una manta. Manías que tiene una. Pero lo más importante. No me gusta lucir algo que no sea auténtico. En lo que sea. Si no me lo puedo permitir, pues me apaño con algo más sencillo, probablemente más original y menos convencional. Pero auténtico. Porque, además, me gusta respetar el trabajo que hay detrás, en el mimo que pueda poner el artesano en el cosido perfecto, en el duro proceso creativo que hay detrás hasta dar con el diseño perfecto.
Y créanme. Aunque hablemos de un triste bolso, el hecho contiene numerosos matices extrapolables a no pocos aspectos de nuestro carácter y nuestro comportamiento. También sé que me meto en camisa de once varas. Que nunca supe exactamente la dificultad que entrañaba la camisa en cuestión, pero intuyo que mucha.
Con lo cual, el caso de los 700 maletines que los ugetistas mandaron falsificar "en Oriente" basándose en una muestra de un modelo de Salvador Bachiller, causa mi repulsa por partida doble. Más allá del engaño, del supuesto trinque a través de facturas falsas, me chirría el desprecio a una reconocida firma española.
Ya sabemos que España es el cuarto país de Europa en el que más artículos falsos se interceptan. Pero lo que no sabíamos es que los agentes sociales, preocupados supuestamente por los derechos de los trabajadores, se pasaran por el sindicalista forro el trabajo de esta casa española y, al mismo tiempo, se pasaran por el forro del maletín los derechos de los trabajadores de los países que tanto han criticado al instalarse otras empresas españolas.
El cinismo alcanzado, desde luego, tiene hasta su punto de virtuosismo, si no fuera por la cutrez del asunto.
Confío en que los responsables de Salvador Bachiller lleven a los tribunales a los responsables de tamaña hazaña. Y confío en que la justicia, como en tantos otros casos de colores diversos, actúe con prontitud y resuelva con eficacia.
Pero no se equivoquen. El hecho en sí entraña mucho más de lo que aparenta. Porque se trata de eso, precisamente. De aparentar. De aparentar una sensibilidad social que se difumina ante un camarón juguetón junto a una gamba de Huelva. O de Palamós. Se trata de aparentar sufrimiento ante trabajadores explotados en fábricas asiáticas. Se trata de aparentar austeridades en un congreso de casi seiscientos mil euros. Y de engañar a los que en ellos confían.
Se trata, en definitiva, de aparentar. De simular. De explotar la demagogia hasta su límite más bochornoso. Como sus maletines. Porque hasta su más pura esencia es un fake. Con F, de Ferragamo.